Agustín Squella - Constituyente Distrito 7
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11/05/2012

«Sebastián Piñera no parece ser un Presidente que consiga suficiente respeto, algo que se remonta, en el caso de esos dos partidos, a tiempos previos a su elección. Un Presidente tiene que ser querido, o cuando menos respetado y, en el peor de los casos, temido, y al parecer Sebastián Piñera no ha conseguido ninguna de esas tres cosas, ni siquiera en el sector político que lo sustenta (…) El Presidente suma el culpable infortunio de no tener en el ministro del Interior a un auténtico jefe de gabinete, sino a un simple encargado de la seguridad…»

La aprobación al Presidente de la República, que cae y cae al parecer ya sin vuelta, tiene seguramente varias explicaciones, algunas de ellas atribuibles a su carácter, y, en mi opinión, a la desconfianza que al inicio de su mandato se instaló con fuerza en la opinión pública a raíz de la inexplicable tardanza en desvincularse de sus negocios más importantes, algo que debió hacer incluso antes de ser elegido o en el tiempo que transcurrió entre su victoria electoral y el momento en que asumió el cargo. No menor fue tampoco la mal disimulada complicidad que el Gobierno mostró ante la partida de Bielsa, un personaje ajeno a la política pero que había conseguido inhalar un potente entusiasmo en el habitualmente desalentado corazón de los chilenos, y que mostró atributos de disciplina, austeridad y trabajo sin aspavientos que no se perciben en La Moneda. Pero hay algo todavía peor: frente al sector que lo apoya -RN y la UDI-, e incluso ante sus propios ministros, Sebastián Piñera no parece ser un Presidente que consiga suficiente respeto, algo que se remonta, en el caso de esos dos partidos, a tiempos previos a su elección. Un Presidente tiene que ser querido, o cuando menos respetado y, en el peor de los casos, temido, y al parecer Sebastián Piñera no ha conseguido ninguna de esas tres cosas, ni siquiera en el sector político que lo sustenta. De otra manera no se entenderían las constantes bravatas de la UDI en contra de La Moneda, el pacto que a espaldas de ésta hizo RN con la DC para impulsar reformas políticas, y la prematura, desbocada y por momentos casi infantil carrera presidencial en que participan tres ministros y una cuarta que no pierde oportunidad de expresar su apoyo a uno de ellos, con las agravantes de que en el caso de dos de los precoces candidatos sus títulos provienen no de razones propiamente políticas, sino de fortuitas operaciones de salvataje, y de que sus cotidianas y cada vez más explícitas y enconadas declaraciones a favor de sus respectivas opciones presidenciales se produzcan sin ninguna consideración por el reiterado llamado del Presidente a que la próxima elección no se adelante ni interfiera con las tareas de las distintas carteras ministeriales.

A todo lo anterior, el Presidente suma el culpable infortunio de no tener en el ministro del Interior a un auténtico jefe de gabinete, sino a un simple encargado de la seguridad, con logros más bien inexistentes en este último y reducido aspecto, que fue, por lo demás, una de las banderas que enarboló el actual Presidente para arrebatarle el poder a la Concertación. Por otra parte, y si bien uno podría poner en duda que el Gobierno tuviera alguna vez un programa, lo cierto es que en éste nunca estuvieron muchas de las cosas que se ha visto obligado a hacer e incluso a improvisar sobre la marcha y al compás antes de los hechos que de las convicciones: reforma tributaria, cambios en la educación superior, concesiones a regiones en pie de guerra, y supervisión y castigo a empresas y agentes económicos dedicados a defraudar a los usuarios. Un cuadro de manifiesta impericia política, e incluso de auténtica parálisis, que en mi parecer puede explicarse por una razón de fondo: en marzo de 2010 llegaron a puestos importantes de gobierno personas sin experiencia política y, lo que es peor, individuos que siempre habían visto en el Estado a un enemigo que era necesario reducir, tanto en tamaño, presupuesto y atribuciones, viéndose de pronto en el trance de gestionar aquello de lo que siempre habían desconfiado y a cambio de una retribución muy por debajo de los ingresos a que estaban acostumbrados en sus actividades de índole privada. Que el Gobierno esté recién empezando el segundo tiempo tiene sólo sentido cronológico, pero en caso alguno político. Políticamente, el gobierno parece a la espera del pitazo final.