Agustín Squella - Constituyente Distrito 7
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25/05/2012

«Lo que hay que hacer con el poder -machacaba Carlos Fuentes- es domesticarlo, aunque no sólo cuando se trata del Estado, sino también del poder económico, del poder militar, del poder de los medios, del poder de las confesiones religiosas, y donde «domesticar» significa regular, poner límites, controlar, y, ciertamente, transparentar. El poder -todo poder, incluido el de organizaciones espirituales- tiene tendencia a algo más que ladrar. El poder muerde. No sólo amenaza, ataca, y los individuos tienen que ponerle frenos y participar en la mayor medida posible tanto en la generación del poder como en su ejercicio…»

Entre otros buenos recuerdos que guardo de mi trabajo para el gobierno de Ricardo Lagos se cuentan las Conferencias Presidenciales de Humanidades. Lo primero fue la calidad y diversidad de los participantes -desde José Saramago a Mario Vargas Llosa-, la contundencia de sus intervenciones, y el hecho de que en todas ellas, sentado en primera fila del Patio de las Camelias, estuviera siempre el Presidente de la República, tomando notas y hasta dirigiéndose a los expositores a la hora de las preguntas del público, todo muy bien conducido por Cristián Warnken. No menos atractivos resultaron algunos episodios a que las conferencias dieron lugar de modo inesperado, como la vez en que al filósofo Fernando Savater se le impidió la entrada a La Moneda por no llevar la invitación a su propia conferencia, o cuando Gianni Vattimo, que había sido internado de urgencia en una clínica de Santiago, se fugó de ésta y apareció a la mañana siguiente tomando desayuno en los jardines de la embajada italiana, o la noche en que en el antiguo restaurante Jockey Carlos Fuentes cantó rancheras a dúo con su amiga Marcela Serrano. En su conferencia, lo mismo que en la intervención que al día siguiente tuvo por invitación del Foro de Altos Estudios Sociales Valparaíso, Fuentes no habló de literatura, sino de América Latina, de política, de cultura. Recordar aquí algunas de sus ideas es el sencillo homenaje que puedo rendir a la memoria no propiamente del novelista, sino del brillante pensador y ensayista que tuvo ideas de izquierda -democráticas, por cierto, y también liberales- de las que nunca abdicó y que tampoco camufló, como hoy es costumbre, con el término más acomodaticio y menos comprometedor de «progresismo».

Hace unos días, televisión española transmitió un reportaje a Ciudad de México en el que se podía ver a Carlos Fuentes recorriendo los mejores sitios de la ciudad, como si fuera uno más de sus 20 millones de habitantes, y lo que dijo allí que esperaba para México vale para toda América Latina: democracia, desarrollo y justicia. Como también vale para cada uno de nuestros países su aguda observación de que no hay globalización que sirva sin localidad que valga, y que es tiempo ya de que en el continente nos desplacemos desde una identidad adquirida a una diversidad por adquirir o -a estas alturas- por reconocer y celebrar. Lo que hay que hacer con el poder -machacaba Fuentes- es domesticarlo, aunque no sólo cuando se trata del Estado, sino también del poder económico, del poder militar, del poder de los medios, del poder de las confesiones religiosas, y donde «domesticar» significa regular, poner límites, controlar, y, ciertamente, transparentar. El poder -todo poder, incluido el de organizaciones espirituales- tiene tendencia a algo más que ladrar.

El poder muerde. No sólo amenaza, ataca, y los individuos tienen que ponerle frenos y participar en la mayor medida posible tanto en la generación del poder como en su ejercicio. Pero para ello -dijo una vez Fuentes en entrevista con Sergio Marras- es necesario que en América Latina la imaginación política, económica e incluso moral igualen algún día a nuestra imaginación verbal. O, como en otra ocasión lo puso García Márquez, es preciso acabar de ser en América Latina un permanente laboratorio de ilusiones fallidas. «Como creadores de cultura -en palabras del propio Fuentes- nunca hemos fallado, pero nos ha faltado capacidad institucional. Nuestra continuidad cultural no ha ido de la mano con una similar en el campo político y económico». Cuando estuvo en Valparaíso, y después de un festivo almuerzo en los salones del Club Naval, Carlos Fuentes insistió en subir al cerro Bellavista, por ascensor se entiende, donde se deleitó mirando largo rato la bahía. En las aguas de ésta debe haber quedado flotando invisible su mirada.