Agustín Squella - Constituyente Distrito 7
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3/08/2012

«La reconciliación tenía que ser un proceso más complejo que la transición y de trámite también más largo e incierto, puesto que en el caso de la segunda se trataba nada más que de pasar de una forma no democrática de gobierno a una que sí lo fuera, mientras que el desarrollo de la primera concierne a una disposición de los espíritus. Acción política, normas e instituciones -de eso está hecha la transición-, mientras que la reconciliación pasa por actitudes interiores que tienen que ver con el reconocimiento de hechos especialmente graves, la admisión de culpas por ofensas causadas, y el otorgamiento de algo que a falta de un mejor nombre podemos llamar perdón o indulgencia por irreparables daños padecidos…»

Tratándose de lo acontecido en Chile desde 1988 en adelante, ¿es lo mismo transición que reconciliación? Desde luego que no. De partida, la transición es un proceso que conduce a la democracia (una forma de gobierno), mientras que la reconciliación es un desarrollo que apunta a recomponer una amistad cívica quebrantada (un estado del ánimo). La transición es un proceso político y jurídico, de alcances institucionales, y la reconciliación uno de carácter espiritual y provisto de un significado más hondamente cultural. Y si bien ambos procesos se relacionan entre sí, conviene mantenerlos conceptualmente separados, porque no designan un mismo fenómeno y, además, porque han progresado a diferentes velocidades, hallándonos más adelantados en lo que respecta a la transición que a la reconciliación, como era por lo demás esperable luego de 17 años de un gobierno responsable de graves, masivas y sistemáticas violaciones a los derechos humanos cometidas por agentes del Estado no sólo en los inicios del régimen, sino a lo largo de todo ese período. Hay diferentes interpretaciones de los hechos que condujeron al golpe de 1973 y distintas apreciaciones del atropello a los derechos fundamentales, pero nadie niega hoy que lo primero fue eso -un golpe de Estado y no un pronunciamiento militar- y que, en cuanto a lo segundo, los atropellos efectivamente se produjeron.

La reconciliación tenía que ser un proceso más complejo que la transición y de trámite también más largo e incierto, puesto que en el caso de la segunda se trataba nada más que de pasar de una forma no democrática de gobierno a una que sí lo fuera, mientras que el desarrollo de la primera concierne a una disposición de los espíritus. Acción política, normas e instituciones -de eso está hecha la transición-, mientras que la reconciliación pasa por actitudes interiores que tienen que ver con el reconocimiento de hechos especialmente graves, la admisión de culpas por ofensas causadas, y el otorgamiento de algo que a falta de un mejor nombre podemos llamar perdón o indulgencia por irreparables daños padecidos.

La reconciliación fue y sigue siendo una meta muy difícil de alcanzar, pero la transición estuvo siempre al alcance de la mano. Pero vea usted cómo incluso tratándose de la transición hay distintos pareceres acerca de cuándo pudo haber concluido, o de si acaso está efectivamente terminada. ¿Fin de la transición en 1994, cuando se tuvo la seguridad de que no era posible la vuelta a un nuevo gobierno militar que abortara el proceso iniciado en 1988? ¿Fin de la transición cuando en 2000 se eligió a un Presidente socialista sin que ningún regimiento se acuartelara? ¿Fin de la transición seis años más tarde al votarse como Presidenta a la hija de un general que murió como consecuencia de las torturas a que fue sometido por sus compañeros? ¿Fin de la transición en 2005, cuando Ricardo Lagos promulgó importantes reformas a la Constitución, eliminando de ésta la firma de Pinochet y sus ministros? ¿Fin de la transición en el momento en que la derecha ganó en 2010 la Presidencia y la izquierda no salió a la calle? ¿O fin de la transición cuando de reformas constitucionales pasemos a una nueva Constitución?

Se dio a conocer recientemente el documento de un frustrado acuerdo que buscó sellar la reconciliación, el cual iba a ser firmado en 1998 por cuatro importantes figuras políticas. Descontada la indudable buena fe del redactor de ese documento y de quienes estuvieron dispuestos a suscribirlo, adoleció él de la ingenua creencia en que un proceso complejo como la reconciliación pudiera ser cerrado, cupularmente, por cuatro figuras de la élite política chilena. Lo que habría que hacer hoy es preguntarnos si todavía hace falta algo para clausurar la transición y dejar que la difícil reconciliación continúe su pausado avance por el oculto cauce del corazón y las conciencias.