Agustín Squella - Constituyente Distrito 7
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17/08/2012

«De partida, la película va a doler a los responsables de la franja del ‘Sí’, por el lamentable trabajo profesional que realizaron. Va a doler a los funcionarios del régimen de Pinochet que restaron importancia a la franja televisiva y al hecho de que la oposición iba a disponer, por primera vez en 15 años, de igual número de libres minutos diarios de televisión, durante 27 jornadas, confiados seguramente en el triunfo de Pinochet o en que si el resultado les era adverso podrían desconocerlo, y avergonzará a quienes el 5 de octubre retuvieron largas horas los resultados, en espera de alguna determinación de Pinochet que abortaron los otros comandantes en jefe al reconocer la derrota…»

«No», la película de Pablo Larraín, no fue hecha para hacer doler a nadie por pasados acontecimientos de nuestra historia, en concreto por el plebiscito de 1988, sino para mostrar la trastienda de la campaña publicitaria que promovió con éxito la alternativa que da título al filme. La película no hace historia de ese momento y menos del régimen al que puso término, ni explora los factores éticos, políticos y sociales que persuadieron a la mayoría del país a participar en el plebiscito y a inclinarse por la salida del dictador. La obra tampoco es una apología del «No», ni una celebración de quienes votaron de esa manera, ni un elogio del camino que el resultado del plebiscito abrió para el país. Sin embargo, la película, sin proponérselo, hará doler a muchos, supuesto que se decidan a verla, puesto que, a pesar de todo lo que no es ni quiere ser, lo más probable es que sea evitada por quienes fueron derrotados en la contienda de 1988 y, asimismo, por quienes decidieron no intervenir en ella. De partida, la película va a doler a los responsables de la franja del «Sí», por el lamentable trabajo profesional que realizaron. Va a doler a los funcionarios del régimen de Pinochet que restaron importancia a la franja televisiva y al hecho de que la oposición iba a disponer, por primera vez en 15 años, de igual número de libres minutos diarios de televisión, durante 27 jornadas, confiados seguramente en el triunfo de Pinochet o en que si el resultado les era adverso podrían desconocerlo, y avergonzará a quienes el 5 de octubre retuvieron largas horas los resultados, en espera de alguna determinación de Pinochet que abortaron los otros comandantes en jefe al reconocer la derrota. La película va a doler a quienes votaron «Sí», y no por la campaña publicitaria necia, plana, amenazante y patriotera que pretendió mostrar un país idílico amenazado por una oposición que en caso de ganar iba a destruirlo, sino porque les recordará que votar de esa manera significaba prolongar ocho años la permanencia de Pinochet y validar los horrores en que había incurrido, a vista de todos, desde 1973 en adelante. ¿Qué dirán esos votantes a sus hijos o nietos que vean la película de Larraín y les pregunten por qué votaron «Sí» y si acaso desconocían que el gobernante que apoyaron era responsable de muerte, tortura, exilio, atropello de la libertad y despojo del trabajo en la persona de miles de sus opositores? La película causará molestia a quienes fueron adversarios e incluso víctimas de la dictadura, pero que se restaron a participar en el plebiscito por considerar que hacerlo equivalía a legitimar la Constitución de 1980 y exponerse a una derrota o a un desconocimiento del resultado por parte del Gobierno.

El filme molestará a partidarios del «No» que la vean como una apología de la publicidad antes que de la política, que pone en primer plano a los publicistas y no a los dirigentes de los partidos del arco iris ni a la fuerza social que se movilizó para derrotar a Pinochet sin odio, sin violencia y sin miedo. Duela a quien duela, la película debe ser juzgada en el marco de su propósito, que es mostrar cómo con recursos publicitarios tomados del mismo sistema que se criticaba era posible sacar del poder a quien lo encabezaba. Tanto las escenas iniciales como finales alertan al espectador acerca de que «Esto es publicidad», aunque su director está consciente de que en 1988 no se trató sólo de publicidad. Película muy bien realizada, con tiempo incluso para explorar en la intimidad y relaciones afectivas del protagonista -con su ex mujer, con su hijo, con su amigo Luis-, los momentos emocionantes no se reducen a la franja del «No» y alcanzan también a la mencionada intimidad. Más allá de cualquier otra consideración, Larraín ha hecho una muy buena película, y en eso consiste su oficio.