Agustín Squella - Constituyente Distrito 7
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12/10/2012

«Conceptualmente hablando, el informe del PNUD representa un progreso respecto de los habituales y no pocas veces frívolos y mercantilistas discursos sobre la felicidad, un concepto tan difícil de definir como fácil de manipular por una industria de la felicidad que banaliza esta última palabra. La felicidad, cualquier cosa que ella sea, es mucho más que la dimensión individual del bienestar subjetivo, y haríamos bien si la dejáramos reposar un rato y si los publicistas mostraran mayor recato a la hora de vincularla con bebidas de fantasía, marca de ropa o de zapatillas, automóviles de lujo, visitas al mall , o viajes a playas del Caribe….»

Los informes sobre desarrollo humano en Chile que desde 1996 entrega el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo han permitido advertir mejor nuestra realidad y tener debates ciudadanos más ilustrados, sobre bases empíricas y no de meras elucubraciones, y orientar también mejor el diseño de políticas públicas. El informe correspondiente a 2012 trata sobre el bienestar subjetivo de los chilenos, un concepto que se explica de la siguiente manera: la satisfacción que las personas tienen tanto con sus vidas como con la sociedad en que llevan adelante su existencia y relaciones interpersonales. Tal concepto parte de la base de que la subjetividad de las personas importa y que uno de los propósitos del desarrollo es conseguir mayor bienestar subjetivo de los individuos, más allá de lo que muestren los despersonalizados grandes números que se utilizan para dar cuenta del grado de avance o retroceso de las naciones. El informe prefiere ese concepto al de felicidad, porque esta última tiene complicaciones conceptuales evidentes y suele estar referida únicamente a la intimidad de las personas.

De la felicidad la gente suele tener una idea más bien recóndita, casi hogareña, relacionándola con llevar una vida sin grandes sobresaltos y con que los seres más próximos y queridos se encuentren bien, a todo lo cual se suma la creencia de que alcanzar la felicidad depende de cada individuo y no de lo que la sociedad pueda ofrecernos en un momento dado. En cambio, el concepto de bienestar subjetivo, menos glamoroso que el de felicidad, tiene la ventaja de ser más modesto, más exacto también, y de poseer dos componentes: el bienestar subjetivo individual (el grado de satisfacción que cada cual tiene con su propia vida) y el bienestar subjetivo con la sociedad (el grado de satisfacción de las personas con la sociedad en que viven) Esa doble composición es relevante, puesto que los chilenos solemos mostrarnos crecientemente satisfechos con nuestras vidas y cada vez más críticos y desconfiados respecto de las oportunidades que proporcionan el país y sus instituciones para el desarrollo de nuestras capacidades.

Por lo mismo, nuestros principales problemas conciernen al bienestar subjetivo con la sociedad, y ellos no deben ser minimizados ni postergados en sus posibles soluciones porque salgamos relativamente bien parados en las mediciones del bienestar subjetivo individual. Conceptualmente hablando, el informe del PNUD representa un progreso respecto de los habituales y no pocas veces frívolos y mercantilistas discursos sobre la felicidad, un concepto tan difícil de definir como fácil de manipular por una industria de la felicidad que banaliza esta última palabra. La felicidad, cualquier cosa que ella sea, es mucho más que la dimensión individual del bienestar subjetivo, y haríamos bien si la dejáramos reposar un rato y si los publicistas mostraran mayor recato a la hora de vincularla con bebidas de fantasía, marca de ropa o de zapatillas, automóviles de lujo, visitas al mall , o viajes a playas del Caribe. ¿Conclusiones? La más obvia es que el estado de la sociedad, y no sólo el que reporta cada individuo acerca de sí mismo, es importante para el nivel de satisfacción que alcancemos en nuestras vidas, evitando tres inferencias equivocadas: pensar que todo está bien al fijarnos sólo en el bienestar subjetivo individual, considerar que todo está mal al tomar únicamente en cuenta la satisfacción que declaramos con la sociedad, y estimar que el malestar con la sociedad es un mal y no una oportunidad para advertir a tiempo cuáles son los cambios que deberían hacerse para disminuirlo.

El malestar con la sociedad no debe ser visto como fuente de conflictos, y tampoco los conflictos como patologías sociales, puesto que son inherentes a la vida en común.