Agustín Squella - Constituyente Distrito 7
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26/10/2012

«‘Capítulos sobre el socialismo’ tendría que ser leído tanto por los liberales que desprecian a los socialistas como por los socialistas que detestan a los liberales, de manera que los primeros advirtieran que la propiedad y los negocios pueden ser regulados de una manera compatible con un ideal igualitario, y que los segundos entendieran que este ideal es concordante con la existencia y expansión de la propiedad individual. Esa es la fórmula que Norberto Bobbio, admirador de Mill, defendió luego en el siglo XX con el provocador nombre de ‘liberalsocialismo’, o ‘liberalismo social’…»

¿Cómo no simpatizar con John Stuart Mill (1806-1873), si llegó a decir que el trabajo intelectual realizado por él no fue producto de su solo pensamiento, sino también del de su mujer, Harriet, y del de la hija de ésta, Helen, asignándose el grado de participación más bajo en cuanto salió de su pluma y atribuyendo la principal autoría de sus obras a esas dos singulares damas, según puede leerse en el prólogo de la reciente versión castellana de su libro «Capítulos sobre el socialismo»? Sólo «capítulos» sobre el socialismo, porque se trata de una obra inconclusa que Alianza Editorial acaba de publicar junto a otro texto del autor -«La civilización: señales de los tiempos»-, en el que, como si viviera hoy, se extiende sobre el creciente e irrevocable poder de las masas sobre las elites ilustradas, un fenómeno que despertará apoyo o rechazo según se considere que las masas están o no preparadas para contribuir a la marcha del progreso.

Con gran lucidez, Mill anticipó que ante ese fenómeno podemos hacer lo que esté a nuestro alcance para que «las masas se hagan más prudentes y mejores» (¿no es lo que en alguna medida hacen hoy las universidades públicas?) o bien esforzarnos «por despertar la energía dormida en las clases opulentas e ilustradas, dotando a los jóvenes de dichas clases del conocimiento más profundo y valioso, de manera que llegue a crearse un poder que pueda rivalizar con el de las masas» (¿no es lo que hacen ciertas universidades privadas interesadas en capturar alumnos que provengan ojalá en un 100% de buenos y exclusivos colegios particulares pagados?). En sus escritos sobre socialismo, Mill, considerado con toda razón un liberal a raíz de su planteamiento de que el único motivo justificado para interferir en la vida de un individuo es evitar que cause daño a otros, no a sí mismo, advirtió acerca de los desequilibrios que en términos de igualdad producían la sociedad capitalista y un régimen de propiedad privada sin restricciones, y lejos de caer en «el odio que anima a demasiados socialistas revolucionarios», se mostró partidario de «un poder dispensador», de «una autoridad competente» que intervenga en la vida económica y social a fin de erradicar toda pobreza inmerecida, aunque sin improvisar soluciones rápidas ni absolutas que apunten a la simple e injusta nivelación artificial promovida por el comunismo. Y propiciando una tan deliberada como fina conjunción entre liberalismo y socialismo, escribió lo siguiente: «Descubriremos también que los fundamentos intelectuales y morales del socialismo merecen ser estudiados con la máxima atención, en cuanto que procuran en muchos casos los principios rectores de los avances que se necesitan para dar al presente sistema económico de la sociedad su mejor oportunidad».

Hay que dar a la propiedad -añadió- «la ocasión de funcionar de una manera más beneficiosa para esa gran porción de la sociedad que en el presente disfruta de la parte más pequeña de sus beneficios». «Capítulos sobre el socialismo» tendría que ser leído tanto por los liberales que desprecian a los socialistas como por los socialistas que detestan a los liberales, de manera que los primeros advirtieran que la propiedad y los negocios pueden ser regulados de una manera compatible con un ideal igualitario, y que los segundos entendieran que este ideal es concordante con la existencia y expansión de la propiedad individual. Esa es la fórmula que Norberto Bobbio, admirador de Mill, defendió luego en el siglo XX con el provocador nombre de «liberalsocialismo», o «liberalismo social», una combinación que sólo rechazan el socialismo no democrático y esa versión empobrecida del liberalismo que circula con los nombres de «libertarismo» y «neoliberalismo».