Agustín Squella - Constituyente Distrito 7
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9/11/2012

«No puedo evitar poner la decisión legislativa a favor del voto voluntario en una perspectiva más amplia -la conspiración contra la dificultad-, con la agravante de que no pocos parlamentarios que en privado se confesaban partidarios de mantener el voto obligatorio no se atrevieron a expresarlo en público y menos a votar en contra de la iniciativa a favor del sufragio voluntario, por entender que ello les acarrearía impopularidad y desafecto, especialmente entre jóvenes ante quienes hace ya rato cayeron de rodillas, contagiados de efebofilia, y sin otra razón que la de complacerlos…»

Con la aprobación de la inscripción automática y el voto voluntario, el mensaje que se envió a 5 millones de potenciales electores que no se habían inscrito en los registros, especialmente jóvenes, fue este: no se moleste en inscribirse y tampoco se moleste en ir a votar. O sea, no se moleste en absoluto tratándose de elegir personas para cargos de representación, aunque serán las mismas ante las cuales usted acudirá a pedir audiencia o a levantar pancartas por problemas que le puedan afectar en su comuna, en su región o en el país. Usted sólo tiene derechos, y salvo pagar impuestos, el Estado y la sociedad chilena no esperan nada de sus ciudadanos. La altísima abstención del pasado domingo responde a varios motivos, ya largamente expuestos por analistas que se muestran sorprendidos por un hecho que era fácilmente predecible, pero entre ellos hay uno poco considerado que se refiere a la conspiración contra la dificultad, un fenómeno que cualquiera que enseña en un colegio o en una universidad ha podido percibir hace ya tiempo.

Todo tiene que resultar simple, fácil, liviano, llevadero, como si se tratara de un juego, hasta el punto de que se les dice hoy a los jóvenes aspirantes a la educación superior, con total desaprensión y frivolidad, que todo lo que se espera de ellos es que aprendan a aprender. No que aprendan, sino que aprendan a aprender, con el resultado de que aprenden poco y nada, tal como pasa también en la enseñanza secundaria, de manera que la universidad tiene que programar cursos remediales para corregir las graves carencias que acusan los alumnos recién llegados a ella. Con el acortamiento de las carreras universitarias que se anuncia ahora, los titulados saldrán sabiendo todavía menos, e imagino que diplomados, magísteres y doctorados, es decir, los estudios de postítulo y posgrado, tendrán mañana que poner también cursos remediales para los profesionales que accedan a ellos. Vistas las cosas de ese modo, no puedo evitar poner la decisión legislativa a favor del voto voluntario en una perspectiva más amplia -la conspiración contra la dificultad-, con la agravante de que no pocos parlamentarios que en privado se confesaban partidarios de mantener el voto obligatorio no se atrevieron a expresarlo en público y menos a votar en contra de la iniciativa a favor del sufragio voluntario, por entender que ello les acarrearía impopularidad y desafecto, especialmente entre jóvenes ante quienes hace ya rato cayeron de rodillas, contagiados de efebofilia, y sin otra razón que la de complacerlos.

Para aprobar el voto voluntario, algunos congresistas de la Concertación apelaron a que así se había pactado la reforma constitucional con la derecha -inscripción automática y voto voluntario-, en una expresión más de la desastrosa lógica del acuerdo a como dé lugar que nos persigue desde 1990. La inscripción automática -a fin de cuentas razonable- no debió tener por precio el voto voluntario, tan querido por la derecha en nombre de la libertad -según dice ella-, aunque lo era en el de su propia conveniencia, según creyó, erróneamente, al considerar que sus votantes, ricos en bienes y en capital cultural, concurrirían en masa a votar. ¿Que el voto voluntario promueve una mejor oferta por parte de los candidatos? Falso.

En la reciente elección lo que se vio mayormente fueron palomitas y rostros arreglados por el photoshop. ¿Que el sufragio obligatorio obliga a los políticos a reencantar a los electores? Falso. Nunca nadie ha estado encantado con la política. ¿Que el voto voluntario aumenta la incertidumbre y la competencia? Las disminuye, porque cuando es obligatorio hay más personas que convencer. ¿Que el voto es un derecho? Vaya descubrimiento. Pero nada impide que sea a la vez un deber, como ocurre, por ejemplo, con la instrucción primaria, que es a la par un derecho y una obligación, lo mismo que asistir a clases.