Agustín Squella - Constituyente Distrito 7
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15/02/2013

«Cinéfilo (una condición) y crítico de cine (un trabajo) no son lo mismo. Cinéfilo es aquel que ama al cine y encuentra placer en ver películas continuamente; crítico de cine es un cinéfilo que con regularidad analiza y comenta películas…»

Cinéfilo (una condición) y crítico de cine (un trabajo) no son lo mismo. Cinéfilo es aquel que ama al cine y encuentra placer en ver películas continuamente; crítico de cine es un cinéfilo que con regularidad analiza y comenta películas en un medio. Si un crítico es siempre cinéfilo, no todo cinéfilo hace crítica cinematográfica. Un cinéfilo se contenta con lo que señalamos: amar al cine y pasarse parte de la vida viendo películas, aunque privadamente, en conversaciones con otros de su condición, cualquier cinéfilo puede transformarse en crítico, aunque informal, espontáneo, sin tribuna, con asiento en un café y no presencia en un medio. Acontece también que los críticos -me refiero a los de tipo formal, estable, con espacio en la prensa, radio o televisión- controlen su cinefilia, su puro y simple amor al arte cinematográfico, para que a la hora de sus comentarios sea el analista el que prevalezca, movidos en esto por el deseo de mostrarse como profesionales y no como aficionados.

Cuando en los viejos tiempos del «Cine Arte» de Viña del Mar salíamos de ver una película y nos íbamos al «Samoiedo» con Héctor Soto y Hvalimir Balic, los que nos sentábamos a la mesa en ese instante éramos cinéfilos, pero al día siguiente, en el instante en que Héctor o Hvalimir hablaban de la película en Radio Valentín Letelier, lo hacían en calidad de críticos, lo cual prueba que también es posible lo contrario de lo que señalé más arriba: un crítico -y ellos dos lo eran formalmente- puede tanto reprimir al cinéfilo que lleva dentro, que es lo que se hace cuando ejerce la crítica, como dar rienda suelta a ese ingenuo amante del cine que vive apasionadamente en su interior, que es lo que mis amigos hacían en nuestras inolvidables noches del «Samoiedo».

Consideraciones y recuerdos como esos asomaron en mí luego de que Héctor Soto y Andrés Valdivia comentaran «Django», de Quentin Tarantino. En la ocasión, Valdivia dijo al micrófono que se trataba de una película que gustaba a los cinéfilos y no a los críticos, aunque el peor error, según creo, es que varios de los segundos la vean como una historia sobre la venganza, en circunstancias de que se trata de un filme sobre la esclavitud. Impresionada tal vez por los quince violentísimos minutos finales del relato, parte de la crítica ha visto en el personaje de Django a un vengador y no a un esclavo liberto cuya historia de amor con su mujer cautiva permite dar una mirada a la horrenda institución de la esclavitud, y no digamos en la antigüedad, sino en pleno siglo 19. Una institución que cuesta entender que subsistiera en los Estados Unidos hasta la llegada de Lincoln al poder (1860), puesto que la siguiente cita está tomada de la declaración de independencia de ese país, que es de 1776: «Sostenemos como evidentes estas verdades, que todos los hombres son creados iguales, que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables, entre los cuales están la vida, al libertad y la búsqueda de la felicidad».

Una situación como esa, que da cuenta del paso de un siglo entre lo que se declara y lo que se hace, muestra la doble historicidad de los derechos fundamentales: se crean en un momento determinado, y se toman luego su tiempo antes de dejar de ser letra escrita en un papel y pasar a estar efectivamente garantizados. Los derechos son criaturas algo prematuras que tienen que pasar por la incubadora.

La desmesurada violencia de «Django» es solo el contrapunto tarantinesco de la que se ejerció en el sur de los Estados Unidos sobre la población negra hasta bien avanzado el siglo 19.
En ese contexto, «Django» es una película política, tan política como «Lincoln». Pero si Tarantino es pródigo en desfachatez y sorpresa, Spielberg se encierra en un convencionalismo predecible y solemne.
Los derechos son criaturas algo prematuras que tienen que pasar por la incubadora