Agustín Squella - Constituyente Distrito 7
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29/03/2013

Agustín Squella: «No estoy dispuesto a mantenerme joven al precio de considerar que cualquier comportamiento juvenil es atinado…»

Vivo en un barrio silencioso y arbóreo. De casas, no de edificios. Ha sido maltratado, como todos los barrios de Chile, deformados por el interés municipal en conseguir ingresos por impuesto territorial y patentes comerciales, y a punto de serlo también por la profusión de autorizaciones dadas a incontables líneas de buses y colectivos. Algunas antiguas y espaciosas viviendas son ocupadas por universidades, colegios, empresas, bomberos, y hasta la Policía de Investigaciones. Hay también una clínica, que se agradece, aunque feamente remodelada en el último tiempo. Sólo falta que en sus proximidades se instale ahora la consabida funeraria. Alrededor de la plaza de mi barrio se ubican esas ventas de «sándwich + bebida» que proliferan en todos los puntos de Chile, y a cualquier hora del día se puede ver a jóvenes universitarios despachándose esos hotdogs gigantes que a duras penas pueden equilibrar en las manos y que para poner en dirección a la boca deben ejecutar auténticas contorsiones. Al otro lado del puente hay una de esas ruidosas cervecerías cuyos clientes, a partir del mediodía, son otra vez estudiantes cansados de asistir a clases y que permanecen a la espera de la próxima marcha para demandar calidad en la educación. Pero la plaza cuenta con un Teletrak que me saca de apuros cuando no alcanzo a llegar a tiempo al Sporting para jugar un boleto.

Leo el extenso párrafo anterior y me doy cuenta de lo que es: el desahogo de un hombre mayor y algo mañoso que no se ajusta a los cambios de su tiempo. Diré en mi descargo que no estoy dispuesto a mantenerme joven al precio de considerar que cualquier comportamiento juvenil es atinado o que los negocios inmobiliarios, del transporte urbano y de la venta de comida a la calle, cuando no en la calle misma, son una parte afortunada de eso que nuestros políticos refieren con un cliché: «Chile ha cambiado».

Mi barrio tiene la gracia de mantener una misma población en invierno y en verano, no obstante hallarse en una ciudad balneario. Aquí no se conoce población flotante. Lo que hay son vecinos. Vecinos con raíces. Me gusta eso. Desde hace veinte o más años el carrito con leche, quesillos y yogures que recorre las calles a media mañana es llevado por el mismo joven que peina ahora sus primeras canas.

Casi todas las calles llevan nombres de árboles: Los Pinos, Las Acacias, Los Fresnos, Los Ligustros, Las Encinas. La vía principal -Los Plátanos- tiene hoy un tráfico incesante, porque comunica con el mejor supermercado de la ciudad. Cuando éramos niños, esa vía no estaba pavimentada y por allí paseaban los caballos del Sporting, tranquilamente, junto a peatones y automovilistas. La calle tiene plátanos orientales tan antiguos que se necesitarían tres o cuatro personas con los brazos abiertos para rodear completamente el tronco de algunos de ellos.

Los vecinos colaboran también a la abundante y colorida vegetación de mi barrio. Mantienen hermosos jardines y la mayoría riega el césped que crece junto a las veredas. Pero lo mejor es que algunos permiten que sus árboles y enredaderas crezcan hacia la calle, sin cortar las ramas con el pretexto de que podrían molestar a los transeúntes. Cuando avanzo por una vereda tengo que sortear cochabambinas que emergen de pronto del jardín de una vivienda o las ramas y flores de un laurel que me obligan a agacharme para poder pasar. Y yo lo agradezco, porque si así no fuera tal vez no repararía en la existencia de ellas. ¿Pueden ustedes creer que caminando calle abajo donde vivo no termino de avanzar 10 metros antes de que me encuentre con un enorme olivo y un frondoso palto que se levantan detrás de una pared cubierta por el macizo que forman tres tupidas buganvilias de diferentes colores?

Agradezco a los vecinos de mi barrio que comparten sus jardines conmigo y otros transeúntes. Se trata de una generosa conducta ciudadana que dulcifica el inicio y término de cada jornada.