Agustín Squella - Constituyente Distrito 7
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12/04/2013

«Lo que la derecha negaba como valor era la igualdad en las condiciones de vida de las personas, o bien la deformaba presentándola en su inaceptable versión de igualdad de todos en todo y no, como debe ser…»

La derecha chilena (hasta ahora nadie ha explicado por qué se llama «centroderecha», en circunstancias de que los dos partidos que la representan son ambos de derecha) se negaba hasta hace poco a hablar de igualdad, salvo en sus aspectos jurídicos (igualdad ante la ley) y políticos (en una democracia toda persona adulta puede ser candidato y participar en elecciones donde el voto de cada cual cuenta por uno). Lo que la derecha negaba como valor era la igualdad en las condiciones de vida de las personas, o bien la deformaba presentándola en su inaceptable versión de igualdad de todos en todo y no, como debe ser, de igualdad de todos en algo. Algo que consiste en la satisfacción de necesidades básicas de nutrición, salud, educación, trabajo, vivienda, vestuario y previsión, de la cual depende que la titularidad y ejercicio de las libertades puedan tener sentido para las personas. Y si alguien en la derecha aceptó en el pasado el valor de la igualdad en las condiciones de vida de la gente, agregó de inmediato el pronóstico falaz de que el crecimiento de la riqueza acabaría goteando bajo la mesa a la cual estaban sentados los más pudientes, para beneficiar de ese modo a la mayoría que aún no había conseguido puesto en ella y sobrevivido en el suelo como podía.
Incluso la propia Concertación bajó en un momento la palabra «igualdad», sustituyéndola por la más blanda «equidad», temerosa de que el uso de la primera la expusiera al reproche de que propiciaba una igualdad de todos en todo.
Hoy, cuando la palabra «igualdad» está en boca de todos, aunque en el caso de la derecha antes como efecto de los movimientos sociales que por convicción, se la desfigura de otra manera: presentándola como adversaria de la diversidad. «Nadie es ni quiere ser igual a otro -se dice-, de manera que la igualdad no es un ideal deseable». Pero quienes afirman eso ocultan que igualdad se opone a desigualdad, no a diversidad, y que si esta última constituye un valor, no lo es hasta el extremo de justificar que unos cuantos tengan bastante más de lo que necesitan y que muchos tengan poco o nada de lo que precisan para vivir dignamente. Una sociedad donde algunos comen tres veces al día y otros ninguna no es una sociedad diversa, sino desigual. Todavía más: una igualdad básica en las condiciones de vida de los individuos (no todos comiendo únicamente pan, sino todos comiendo a lo menos pan, sin perjuicio de que algunos accedan también a otros manjares merced a su mayor trabajo, capacidad o esfuerzo) es condición de la diversidad en el genuino sentido de esta última palabra. Diversidad de caracteres, de proyectos de vida y de opciones en cualquier aspecto relevante de la existencia, solo es posible para sujetos que disfrutan de condiciones materiales dignas, a partir de las cuales les resulte posible ser ellos mismos y diferenciarse de los demás.

Otros, aceptada ya la palabra «igualdad», la reducen a su expresión más elusiva -la igualdad de oportunidades-, que es como decir hoy a un padre que gana el mínimo que, gracias a que se está invirtiendo en educación, sus nietos podrán acceder a la educación superior en similares condiciones y con el mismo bagaje cultural que tienen los de colegios particulares más caros. O sea, hambre para hoy y pan para mañana. La igualdad de oportunidades sugiere también que si todos son iguales en el punto de partida, el éxito o el fracaso final dependen solo del esfuerzo individual. Como Nils Christie dice de la igualdad de oportunidades: se trata de «un arreglo perfectamente apropiado para transformar injusticias estructurales en experiencias individuales de frustración o fracaso». Y ello porque la desigualdad no se corrige solo con mayores ingresos, sino con reformas de tipo estructural.

El partidario de la sola igualdad de oportunidades exclama al que está en el primer escalón: «Sube al segundo», como si todo dependiera de él y no del diseño de la escalera. O bien: «Iguala a los que corren delante tuyo», omitiendo decir que el trazado de la pista lo hicieron los que siempre marchan en los primeros lugares.