Agustín Squella - Constituyente Distrito 7
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10/05/2013

«Finnis sostiene que no hay oposición entre razón y fe. Es posible concederle algo así, aunque a mí me cuesta. Pero de ahí a decir que la fe es cosa de razón, o sea, que lo racional es tener fe, significa condenar como irracionales a ateos sumamente racionales…»

John Finnis estuvo recientemente en Chile y fue entrevistado en este diario por Patricio Tapia.
El prestigioso filósofo del derecho -defensor de la ley natural como algo superior y distinto de las leyes humanas- se pronunció contra toda forma de aborto y de eutanasia, contra la fecundación artificial, y contra el matrimonio entre personas del mismo sexo. Sobre la pena de muerte, sin embargo, se manifestó a favor.
En todos esos pronunciamientos hay un punto de vista moral, una idea acerca de lo que se considera justo y bueno, aunque los problemas empiezan cuando ese punto de vista se presenta como una ley natural que, por ser «natural», todos tendríamos que aceptar. Quienes creen en la existencia de una ley natural que ellos han descubierto y de la cual son seguidores e infalibles intérpretes, incurren en un acto de manifiesta arrogancia moral, negándose a hacer lo que cualquier otro mortal: presentar sus conclusiones como propias, sin adjudicarles el aval de la naturaleza o de Dios. La pluralidad de convicciones morales -hasta hace pocos siglos perseguida por fanatismos religiosos o filosóficos- constituye hoy un hecho tan feliz como evidente, y el diálogo que distintas creencias mantienen entre sí no se ve favorecido si uno cualquiera de los interlocutores entra a él llevando en sus manos el estandarte de la verdad, ante el cual todos los demás tendrían que caer de rodillas. El que posee la verdad en asuntos morales -verdad dictada por la naturaleza o por Dios- no va al encuentro de los demás para dialogar ni menos para aprender de ellos, sino para convertirlos, o, peor aún, para eliminarlos.

Todos sabemos que en nombre de la ley natural se han defendido posturas muy diversas en el terreno político y moral. No llego tan lejos como Alf Ross cuando denunció que el derecho natural es «una ramera que está a disposición de todos» -por ejemplo, de los partidarios de la esclavitud a los de la libertad, de la propiedad privada a la colectiva, de la monarquía a la democracia, de la pena de muerte al abolicionismo-, pero es un hecho que instituciones tan contrapuestas, todas alguna vez defendidas en nombre del derecho natural, no podrían tener un similar fundamento en este.

Entonces la pregunta es la siguiente: ¿quién es el lector e intérprete más confiable de la ley natural? «La fe católica» -responde Finnis-, lo cual significa que antes de la fundación de esta la humanidad habría vivido a ciegas en lo que a asuntos morales concierne. Por otra parte, vuelve a ser presuntuoso, si no directamente abusivo, que una determinada religión (el cristianismo), e incluso una específica iglesia (la católica), tengan la última palabra en las controversias morales que diferencian a los individuos. Palabras de Finnis: «La fe católica se propone como totalmente de acuerdo y verdaderamente sustentadora de la razón humana». Lo cual querría decir que quienes no son creyentes, o son creyentes sin ser cristianos, o son cristianos sin ser católicos, carecerían de razón o no la tendrían debidamente sustentada.
Imposible discutir aquí los muchos «no» de Finnis -al aborto, a la eutanasia, a la fecundación artificial, al matrimonio homosexual-, pero es del caso declararse sorprendidos por su aprobación de la pena de muerte. Alguien como él, que pone a la vida como uno de los bienes básicos de la existencia, ¿cómo puede aprobar la ejecución de un individuo por haber cometido un delito?

Finnis sostiene que no hay oposición entre razón y fe. Es posible concederle algo así, aunque a mí me cuesta. Pero de ahí a decir que la fe es cosa de razón, o sea, que lo racional es tener fe, significa condenar como irracionales a ateos sumamente racionales -como Herbert Hart, maestro de Finnis en Oxford-, salvo que se creyera, como escuché decir a otro filósofo católico, que cuando individuos racionales no creen en Dios es porque el diablo ha metido la cola.
Demasiado, ¿no?