Agustín Squella - Constituyente Distrito 7
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30/08/2013

«Lo que se presenta como memoria de un país no es sino la que de él tienen y conservan sus habitantes, sus colectivos, las sucesivas generaciones. La memoria es una virtud intelectual, de manera que si la perdemos o renunciamos a ella, lo que se daña es nuestra inteligencia…»

Cuando los países pierden memoria, o la silencian, sucede lo mismo que con las personas: dejan de ser ellos mismos. En el caso de los individuos, perder memoria, como ocurre a veces con la gente mayor, equivale a ser despojados de sí mismos, más allá de la permanencia de ciertos rasgos físicos reconocibles, mientras que en el de los países la pérdida de memoria, o su acallamiento cuando ella molesta demasiado, los transforma en copias no conformes con el original, en sombras deformadas que no se corresponden con aquello que las proyecta. La memoria de los sujetos individuales tiene una base neuronal, y la de los países también, porque estos, por sí mismos, no cuentan con esa capacidad. Lo que se presenta como memoria de un país no es sino la que de él tienen y conservan sus habitantes, sus colectivos, las sucesivas generaciones.

La memoria es una virtud intelectual, de manera que si la perdemos o renunciamos a ella, lo que se daña es nuestra inteligencia. Virtud, la memoria, porque se adquiere y preserva por repetición de actos memoriosos, y virtud, asimismo, porque tiene que ver con el bien de la vida individual y colectiva. Una vida sin examen, que no es otra cosa que una vida sin memoria, no vale la pena ser vivida. Sin memoria, junto con perder tanto identidad como inteligencia, nos eliminamos como sujetos morales capaces de escrutar en el fondo de sí mismos y de descubrir las cimas, las planicies y las cavernas de la existencia.

A la memoria se la designa también con esta otra elocuente palabra: retentiva. Sin esta, nuestras impresiones sensoriales -dice Zubiri- serían fugitivas y se comportarían «como un ejército en desbandada». La memoria retiene y a la vez evoca, registra algo como parte del pasado y lo trae de vuelta al presente. Un presente -decía Carlos Fuentes- que es el punto en que la memoria se encuentra con el deseo.

Cuando la memoria duerme, simplemente porque se durmió o fue deliberadamente adormecida, lo que tenemos es el olvido. Pero la memoria gana siempre la partida, puesto que es posible tenerla incluso del olvido. El olvido es tan misterioso como el recuerdo: en ocasiones perdemos recuerdos, en otras los extraviamos durante un tiempo limitado, y en algunas, buscando hacer trampas a la memoria, los escondemos.

Nadie, ni quienes lo propiciaron ni menos los que fueron víctimas de él, ha olvidado el 11 de septiembre de 1973, si bien entre aquellos que lo apoyaron y continuaron respaldándolo durante largo tiempo hay muchísimos que no han perdido ni extraviado el recuerdo de lo que a partir de ese día aconteció en los 17 años siguientes: lo que han hecho es enterrarlo, negarlo incluso, o, peor aún, justificarlo en nombre de una peculiar guerra interna en la que prácticamente todas las armas y el completo poder de fuego estuvo siempre del lado de quienes durante casi dos décadas ejercieron el poder sin contrapesos y con absoluto desprecio por los derechos de los opositores. Mi pregunta para ellos es la siguiente: ¿por qué aprobaron aquí, en nombre de la seguridad nacional y de un artificial estado de guerra contra el marxismo internacional, lo que condenaban en naciones comunistas que hicieron otro tanto en nombre de la revolución del proletariado y la lucha contra el imperialismo capitalista?

A 40 años de un acontecimiento que tuvo una innecesaria y cruel prolongación, y que algunos querrían ver hoy diluido por la gangrena del olvido, retornan indesmentibles imágenes y testimonios de un horror que continuará siendo justificado por aquellos que creen haber tenido buenos motivos para aplaudir largo tiempo el brutal imperio de la fuerza.

La memoria puede contra el olvido, y la hay incluso del propio olvido. Contra lo que la memoria no puede es la insensibilidad moral de quienes continúan aprobando la muerte, desaparición forzada, prisión, tortura o exilio de sus oponentes políticos.