Agustín Squella - Constituyente Distrito 7
Top
27/09/2013

«No solo de estar poniéndome viejo; también me van a acusar de elitista, un término que se ha transformado en arma arrojadiza que lanzar sobre cualquiera que pida hoy un poco más de buen gusto, un poco más de privacidad, un poco más de silencio…»

Atendido que me muestro demasiado rezongón ante ciertas conductas urbanas que se expanden como el fuego en la hierba seca y crecida de una pradera, los lectores van a pensar que me estoy poniendo viejo.
Lo que me arrebata es lo que a falta de mejor palabra llamaré «patanismo», un fenómeno que observamos a diario y que tiene variadas e irritantes manifestaciones. Ese término remite a «patán», o sea, a quien tiene comportamientos groseros, toscos, excesivos, y se ha transformado ya en un auténtico culto.

Una insufrible manifestación de patanismo son las conversaciones por celular en alta voz en calles, oficinas, autobuses, vagones del metro, taxis colectivos, salas de espera, restaurantes, cafés, cines, funerales. No termino de instalarme en el asiento del bus que me trae a Santiago y varios de los pasajeros comienzan sus interminables y estrepitosas llamadas. No imaginan las cosas de que me he enterado en esos desplazamientos, de manera que ahora llevo un iPod con música grabada que me permite neutralizar la vocinglería ambiente. Lo que todavía no me decido a portar es una mascarilla para detener los olores de lo que otros pasajeros tragan con avidez. Son tantas las cosas que he escuchado en mis viajes, lícitas y de las otras, que a veces he pensado bajar en Curacaví para poner sobre aviso a Carabineros.

Si usted no utiliza el transporte público y conduce su propio automóvil, tendrá que hacer esfuerzos para encontrar alguna radio en que no haya un par de agitadores conversando a gritos con auditores que cuentan sus vidas a cambio de que les pongan «un tema». Por lo general no se trata de vidas ejemplares, pero ya sabemos que en los tiempos que corren no hay faltas, solo errores, y que haber incurrido en alguno de proporciones transforma al responsable en candidato seguro a un programa de radio o televisión en horario prime.

La televisión abierta es surtidora inagotable de patanismo. Los canales compiten por él tanto como lo hacen por rating. Destemplados alborotadores y alborotadoras en ruedo hacen nata en este medio, disputándose a gritos la palabra, mientras la prensa escrita se televisa cada vez más. Las páginas que dedica no a comentar la televisión ni a informar sobre esta, sino a relatar oscilaciones del ánimo, ascensos, caídas, cuitas sentimentales, violencia intrafamiliar y contratiempos laborales de los llamados «rostros» de los canales, son más que las que destina a cultura y otros tipos de entretención.

Los muros de nuestras ciudades son páginas en blanco para patanes que presumen de artistas populares. En ellos dejan sus acostumbradas y nada creativas huellas, cuando no sus amenazas a un mundo que no ha prestado suficiente atención a sus problemas. Pero siempre hay un erudito que le encuentra sentido y trascendencia a cualquier cosa que aparezca escrita en la calle.
Los restaurantes son escenario predilecto para el patanismo. Exceptuados los que yo llamo «restaurantes de viejos», reciben multitudes de sujetos que hablan a gritos, comen mal, dan a los mozos destempladas voces de mando, y ríen con estruendo y brusquedad solo porque a uno de ellos se le cayó la cucharilla del café. Ni mencionar en este caso el vocabulario de hombres y mujeres, donde «weón» y «weá» no son expresiones groseras, sino términos que suplen palabras que los hablantes ignoran. No es ordinariez lo que delatan tales expresiones, o no solo, sino pobreza de lenguaje.

No solo de estar poniéndome viejo; también me van a acusar de elitista, un término que se ha transformado en arma arrojadiza que lanzar sobre cualquiera que pida hoy un poco más de buen gusto, un poco más de privacidad, un poco más de silencio, un poco más de lenguaje, un poco más de sobriedad, un poco más de paciencia, un poco más de contención, un poco más de responsabilidad.

Solo un poco más.