Agustín Squella - Constituyente Distrito 7
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25/10/2013

«Iniciar a un hijo en el fútbol y hacerlo hincha de nuestro equipo es algo tan inevitable como transmitirle la religión de la familia…»

Tal como ocurre con las casas de los amigos, a las librerías uno no va, las visita. Están llenas de personas, partiendo por los autores y los incontables personajes de los libros que pueda haber en su interior. Es una multitud la que nos espera dentro de cada librería.

Proliferan hoy los libros de fútbol. Libros que no enseñan a jugar al fútbol (lo mismo que recién nacidos nos dejamos simplemente amamantar, nadie nos enseña a jugar fútbol), y que apuntan a algo distinto: a cómo se vive el fútbol, dentro y fuera de la cancha. A veces uno da con libros que no son de fútbol -como «Fuga de materiales», de Martín Kohan-, pero en los que encuentra preciosos relatos sobre el más popular de los deportes. Y en ocasiones no hallamos solo libros de fútbol, sino colecciones completas de ellos, que es lo que ocurre con «Soy de…» (de la Unión, de la U, del Colo,) que inauguró Lolita Editores.

Los libros de fútbol están siempre juntos en alguna de las bandejas de las librerías, lo mismo que pasa con los de autoayuda. Arranco a perderme de estos últimos, aunque no tengo problemas en reconocer que el fútbol es una gran fuente de autoayuda. Si quieres mejorar tu estado de ánimo, no es necesario que cada mañana saludes al sol con una reverencia ni que medites largo rato frente a un canelo: marcha simplemente al estadio.

Jugado, pero también leído, el fútbol refiere verdades imposibles. Creo que es Juan Villoro el que afirma que en este deporte pasan siempre cosas imposibles. A eso va uno al estadio, a ver cosas imposibles, para bien o para mal. Como esos tres goles de segundo tiempo que nos marcaron en Medellín en las recientes eliminatorias, tan imposibles como los tres de primer tiempo que la roja encajó en el arco cafetero. Hasta un pobre 0-0, dependiendo del partido, puede tener el sabor de lo imposible, como aquella vez que Santiago Wanderers empató con Boca Juniors ante una atónita y silenciosa Bombonera, resultado suficiente para que, una semana más tarde, el equipo porteño sacara a los xeneixes de la Libertadores luego de derrotarlos en Sausalito.

Martin Kohan es un escritor hincha de Boca o, tal vez, un hincha de Boca que es también escritor. Tratándose de fútbol, las prioridades pueden verse inesperadamente alteradas. En «El fútbol y yo», un texto incluido en «Fuga de materiales», Kohan confiesa que es ese deporte el que lo saca de sus razonamientos abstractos, de su recato corporal, de su preferencia de estar solo, de su disciplina, de su decencia, de su sensatez, y lo único que le permite dejarse atrapar por el fantasma de la barbarie. Entre tantas cosas irracionales, solo el fútbol, no la noche de Año Nuevo, nos hace abrazarnos con absolutos desconocidos e incluso llorar con ellos. Únicamente el fútbol pudo hacer decir a un chileno no xenófobo la tarde del viernes 11 de octubre, cuando Falcao convirtió su segundo penal: «¡Colombianos cabrones!» Solo el fútbol justifica que personas respetuosas del principio de autoridad tapen al árbitro con insultos cada vez que cobra algo que no les favorece.

Cuenta el narrador argentino que vio en la televisión junto con su hijo, ambos con camiseta puesta, aquella final de Tokio en que Boca fue campeón del mundo con dos goles de Palermo. «Es cierto -escribe-, mi hijo todavía no hablaba. Fui yo quien le puso la camiseta y quien lo levantó con ambas manos (como si levantara la Copa del Mundo)». Iniciar a un hijo en el fútbol y hacerlo hincha de nuestro equipo es algo tan inevitable como transmitirle la religión de la familia.

Cuando el hijo creció y vio cómo funcionaba el mundo, trató de extorsionar a su padre para conseguir un permiso, fingiendo que se cambiaría a River. En Kohan, aun sabiendo que se trataba de un ardid, pudo más el miedo y le dio al niño lo que quería.

Cualquier hincha normal habría hecho lo mismo.