Agustín Squella - Constituyente Distrito 7
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8/11/2013

«La iniciativa de la cual conversamos ese día tenía ya un nombre —Puerto de Ideas—, y es la misma que inicia hoy su tercera versión, después de las muy exitosas que tuvo en 2011 y 2012…»

Recuerdo bien el día que Chantal Signorio llegó en 2010 a mi oficina en la Escuela de Derecho de la Universidad de Valparaíso. Provista de un lápiz y de un sencillo cuaderno, explicó que tenía una idea para Valparaíso y que quería compartirla con personas de la ciudad que pudieran examinarla y colaborar a concretarla. “Otro de los nuevos inmigrantes”, pensé en ese instante, que es la manera como me gusta llamar a los connacionales que no son del puerto y que llegan hoy aquí a residir o a trabajar por la ciudad. Respecto a los antiguos inmigrantes, que tanto bien hicieron a Valparaíso en los siglos 19 y 20, sabemos quiénes fueron por las profundas y estimables huellas que nos dejaron: ingleses, italianos, alemanes, españoles que se identificaron con nuestra ciudad y con el país de que forma parte.

La iniciativa de la cual conversamos ese día tenía ya un nombre —Puerto de Ideas—, y es la misma que inicia hoy su tercera versión, después de las muy exitosas que tuvo en 2011 y 2012, aunque no faltaron los porteños que pronosticaron aquello que más parece gustarles: el fracaso. Además de que en Valparaíso nadie consigue mover a nadie (salvo Santiago Wanderers, y eso solo cuando estamos en la parte alta de la tabla), el formato de diálogos y conferencias de Puerto de Ideas parecía anacrónico: nadie quiere tampoco escuchar a nadie, y así lo demuestran las salas habitualmente vacías cuando alguna de las universidades locales realiza seminarios, jornadas y otras actividades semejantes. Y tal como era de esperar, tampoco faltó la errada advertencia que siempre hace la élite: si grandes figuras del pensamiento, del arte y de la ciencia llegaran a Valparaíso, solo conseguirían movilizar a una mínima parte de ella misma y nada más.

Es probable que yo haya pensado algo parecido aquella mañana en mi oficina cuando conocí a Chantal Signorio, pero apliqué entonces una fórmula que siempre me parece adecuada: aunque consideres que las cosas irán mal, o no todo lo bien que quisieras, haz lo que esté al alcance de tu mano para que vayan lo mejor posible. Pienso que ese día no di muchas ideas a mi visitante, y que me limité a mencionar el nombre de algunos porteños con quienes debería entrevistarse. Ella anotó cuidadosamente, y la tenue pero firme luz que percibí en su mirada me convenció de que tendría éxito en su empresa. En esa miraba cohabitaban la determinación, el entusiasmo y la humildad.

La idea es que los participantes extranjeros permanezcan en Valparaíso durante los tres días del encuentro y que, cumplida su parte en este, se familiaricen con la ciudad, recorran sus calles, suban a los cerros, se instalen en paseos y miradores, visiten sus cafés y restaurantes, de manera que una vez de regreso en sus respectivos países puedan decir, como los antiguos marineros que desembarcaban eufóricos en la bahía: “¡Estuve en Valparaíso!”. Es así, entonces, que en las versiones anteriores de Puerto de Ideas se ha podido ver a Alberto Manguel comprando libros a los anticuarios de la Plaza O’Higgins, a Salvatore Settis visitando en el cerro Alegre la librería Metales Pesados de Casa E de Emilio Lamarca, a Almudena Grandes bebiendo vino con sus amigos chilenos en la terraza del Fauna, a Carlos Ginsburg y Marco Iacoboni bailando en La Piedra Feliz, y a Tzvetan Todorov disfrutando de un íntimo concierto de Fabiana Cozza en el popular Cinzano.

La idea es también que personas de todo Chile viajen a Valparaíso y que, junto con los porteños, se desplacen por las distintas actividades del programa, transformando de ese modo a la ciudad en una plataforma en continuo movimiento, cual si se tratara de un gigantesco y amable navío a punto de atracar para que sus tripulantes puedan disfrutar la fiesta de una apetecida recalada.

Valparaíso es un sueño que tuvieron sus antiguos habitantes y que a los actuales no nos queda más alternativa que continuar soñando, entre otras cosas, con las ideas.