Agustín Squella - Constituyente Distrito 7
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17/01/2014

«¿Arte, filosofía y religión en la formación de los jóvenes? Por supuesto, aunque en el caso de la tercera yo preferiría historia de las religiones y no el dogma de una determinada de ellas. Pero también ciencia. Mucha ciencia…»

Freud afirmó que actividades que consideramos superiores -arte, filosofía, religión- son simplemente recursos de que nos valemos para controlar impulsos primarios de agresión y sexualidad. Ni el arte, ni la filosofía, ni las religiones son actividades naturales. Son artificiales. Productos humanos que también suministran puntos de apoyo -digamos una muleta- para encajar mejor los golpes de la vida y el radical desconcierto de existir. No se trata de simplificar, pero haríamos arte y filosofía, así como observaríamos una fe religiosa cualquiera, por la misma razón que para animarnos tomamos café a media mañana o bebemos una copa cuando la noche nos encuentra en un estado de crispamiento o confusión. El escritor católico Graham Greene decía que fumar cigarrillos era para él tanto como escribir novelas: un sucedáneo, un paliativo, una vía de escape.

Nadie va por la vida sin algún aparato ortopédico, si bien unos pueden ser más nobles que otros. El amor es la más firme de las muletas, aunque si en algún momento no funciona, bien puede echarse mano al Ravotril. No hay que avergonzarse por ello. Somos débiles, vulnerables, efímeros, y nuestra única fortaleza proviene de reconocer la humana condición sin entristecernos demasiado o caer presas de la desesperación o la neurosis.

¿Quién puede poner en duda la capacidad de consuelo de las religiones? ¿Quién desconocer que el arte restaña nuestras heridas? ¿Quién negaría que la ternura, la compasión, la indulgencia mutua que nos concedemos unos a otros, nos ayudan a permanecer de pie, resistiendo cada vez que los vientos de la vida soplan fuerte? Todos buscamos algún refugio donde guarecernos cuando se desata la tormenta, y más vale tenerlo identificado antes de que esta llegue.

La ciencia puede ser sumada a las actividades que colaboran al bienestar e incluso a la celebración de hallarnos vivos. La ciencia nada promete, pero la fuerza de sus explicaciones tiene una provocadora contundencia. Si algunas actividades proveen consuelo cerrándonos los ojos, la ciencia lo hace abriéndonoslos. Ella no asegura nada, pero la luminosidad de sus cada vez mejores explicaciones tiene el efecto de levantarnos el ánimo, lo mismo que el arte, la filosofía, la fe, la cafeína o esa copa que compartimos con un confidente. Si las explicaciones de Galileo y Darwin desconcertaron y entristecieron a sus contemporáneos, la ciencia actual, así nos muestre también como una especie viva más de un insignificante planeta ubicado en los suburbios de una de las 100 mil millones de galaxias, tiene hoy el efecto de deslumbrarnos.

¿Notan ustedes cómo los medios han reducido los espacios dedicados a mensajes religiosos y aumentado aquel que destinan a hallazgos científicos? Microbiología, neurociencias, física, astronomía, no paran de sorprendernos, poniendo a la especie humana en su justo y a la vez fascinante lugar. La ciencia también nos consuela. Rebaja nuestra vanidad antropocéntrica -no es el sol el que gira alrededor de nuestro planeta, sino al revés; no constituimos una especie única, sino el producto de una evolución que se remonta a simios que hace millones de años se desplazaban sobre sus cuatro extremidades en las estepas de África; no tenemos nobles sentimientos porque seamos buenos, sino porque una determinada zona de nuestro cerebro así lo ordena; no experimentamos la felicidad gracias a la virtud de nuestras vidas, sino como efecto de involuntarias sinapsis que hacen nuestros miles de millones de neuronas-, pero, a la vez, la ciencia nos enaltece con el creciente caudal de sus comprobaciones.

¿Arte, filosofía y religión en la formación de los jóvenes? Por supuesto, aunque en el caso de la tercera yo preferiría historia de las religiones y no el dogma de una determinada de ellas. Pero también ciencia. Mucha ciencia. Ella puede no darnos esperanza, pero sí ofrecernos la sobriedad de la comprensión racional.