Agustín Squella - Constituyente Distrito 7
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28/03/2014

«Una educación de calidad es cualquier cosa menos una educación con facilidad, y tenemos que cerciorarnos de que cuando se exige lo primero no se esté pensando en lo segundo…»

Hay dos maneras de envejecer que querría evitar: condenando a los jóvenes o adulándolos. No habla bien de alguien mayor que ante la visión de un joven que lleva una pancarta lo único que se le ocurra sea llamar a la policía, pero tampoco lo hace ponerse a aplaudir antes de leer lo que ese joven lleva escrito en su pancarta. Si es patético ver a un viejo rezongando todo el tiempo ante las conductas juveniles, igualmente grotesco resulta verlo celebrar sin reservas cualquier reclamo o propuesta de la mocedad. Porque si de aquellos que rezongan puede decirse que olvidaron su propia juventud, de los que celebran es dable sospechar que lo que hoy aplauden son las ideas con que ellos fracasaron en su tiempo.

A buen recaudo de esas dos actitudes, según espero, en esta época del año me gusta explicar a los jóvenes que si han conseguido una matrícula en ejercicio del derecho a la educación, y que si como estudiantes universitarios tienen derecho a una educación de calidad, es del caso que piensen también en los deberes que impone la condición de alumno de una carrera. Deberes que van desde la simple asistencia a clases a hacer las lecturas que se les exijan en cada curso; desde estudiar día a día, sin esperar a la jornada anterior a las pruebas o exámenes, a rendir aquellas y estos en las fechas correspondientes, sin enfermar falsamente ni solicitar prórrogas con certificados que diagnostican imaginarias gastroenteritis o severos cuadros de estrés al cabo de unas cuantas semanas de clase.

En mi manera de ver las cosas, una educación superior de calidad depende en un cuarenta por ciento de que la institución de que se trate cumpla sus deberes (programas idóneos, docentes calificados, buena infraestructura, bibliotecas, talleres adecuados, etc.) y en un sesenta de que el estudiante observe los suyos. Por lo mismo, a la bienvenida cultura de los derechos hay que sumar una de los deberes, y a la creciente mayor conciencia pública de las obligaciones de los gobiernos e instituciones, una del esfuerzo individual. No solo por una cuestión de justicia, sino también de provecho personal, no hay que depositar en gobiernos e instituciones toda la responsabilidad por el logro o no de las metas que nos propongamos. No hay que ceder en demandar a unos y otras el cumplimiento de sus deberes, pero, a la vez, tenemos que mostrarnos dispuestos a observar los que hayamos asumido en condición de profesores o estudiantes.

No se trata de sustituir la cultura de los derechos por una de los deberes, sino de complementar aquella con esta. No se trata de postergar nuestros derechos en nombre de los deberes, aunque tampoco de olvidar que somos sujetos tanto de unos como de otros. No se trata de creer que en la vida todo se reduce a experiencias individuales de éxito o fracaso, pero tampoco de considerar que sin esfuerzo personal sea posible llegar a alguna parte.

Es habitual que las universidades impartan cursos remediales -de lectura y escritura, por ejemplo- a los estudiantes que llegan por primera vez y que provienen de una educación media de muy bajas calorías. Está bien. Pero no vendría mal una buena conversación con ellos acerca de derechos y deberes universitarios, asuntos en los que los jóvenes llegan también mal enfocados o completamente despistados. Puede que esos alumnos no quieran oír hablar de deberes, ni de esfuerzo individual, ni de aplicación, ni de perseverancia, pero los que llevamos algún tiempo en la universidad sabemos que una de nuestras obligaciones consiste en decir a los jóvenes algunas cosas que no querrían escuchar. Decírselas no para fastidiarlos y menos para intimidarlos, sino para colaborar en su proceso de formación. Pintar una carrera como cosa fácil, llevadera, sin esfuerzo, es la peor manera de traicionar la confianza que los jóvenes muestran al entrar por primera vez a un aula universitaria.

Una educación de calidad es cualquier cosa menos una educación con facilidad, y tenemos que cerciorarnos de que cuando se exige lo primero no se esté pensando en lo segundo.