Agustín Squella - Constituyente Distrito 7
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7/11/2014

«El tema de Dios es demasiado importante como para dejarlo solo en manos de los creyentes. Si nueve de cada 10 personas dicen creer en Dios, hay cuando menos una razón estadística para ocuparse del asunto…»

Pocas cosas peores que la majadería, pero me expondré una vez más. A fin de cuentas, ¿qué columnista con mucho tiempo en el oficio no se transforma en majadero?

El tema de Dios es demasiado importante como para dejarlo solo en manos de los creyentes. Si nueve de cada 10 personas dicen creer en Dios, hay cuando menos una razón estadística para ocuparse del asunto. Además, a nadie se le escapa, incluidos los ateos, que la fe en Dios es una creencia fuerte, antigua, arraigada, y que quienes la tienen la experimentan con sinceridad y plena conciencia del efecto que tiene en el sentido que dan a su existencia y en el modo de vivir esta. Pues bien, el ateísmo, si bien minoritario, es también fuerte, antiguo y arraigado, y los que permanecemos en él tenemos que ingeniárnosla no para descubrir el significado de nuestra vida, sino para dárselo y, asimismo, para vivir de una manera correcta que no espera otra recompensa que la satisfacción de la conciencia que resulta de la fidelidad a la imagen moral que cada cual ha trazado de sí mismo.

A lo que aspiro no es a dejar de ser ateo, sino a reconocerme como tal con naturalidad y, si puedo, con cierta cordialidad, las mismas que muchos de mis amigos creyentes han conseguido para expresar su fe. La agresividad y el desprecio, que suelen ser hijas del fanatismo, son una mala práctica que tanto ateos como creyentes tendríamos que evitar. Por ejemplo, uno de mis contradictores sugirió que los ateos podríamos ser víctimas de la acción del demonio. A eso llamo yo fanatismo o, acaso, mera superstición. Aunque con alguna dificultad, un ateo podría conceder que fe y razón no se oponen, puesto que van por carriles distintos, pero lo que resulta enteramente abusiva es la afirmación, hoy a la moda entre algunos teólogos, de que la fe es cosa de razón, o sea, que no creer en la existencia de Dios sería un acto irracional. Cuando un interlocutor me dijo algo así, le pregunté si consideraba irracional al brillante filósofo Bertrand Russell, un ateo declarado, y la respuesta fue tan desconcertante como esta: «No descartes la intervención del demonio».
No me identifico con el ateísmo beligerante, porque a lo que llama la beligerancia es a más beligerancia. Soy partidario de hablar de estas cosas con serenidad, con lealtad para con uno mismo y los demás, y despojados de la pretensión de disuadir a nuestros contradictores de las convicciones que puedan tener. Más distante aun me siento del ateísmo excluyente, que se niega incluso a hablar del asunto, como el que profesa una persona próxima y muy querida que, no más escuchar la palabra «Dios» en una conversación de sobremesa, se levanta y dice: «Si van a hablar de hadas y brujas, les despierto a los niños para que los escuchen. Lo que es yo me voy a dormir».

Es probable que en mis columnas sobre el tema no haya sido todo lo sereno y cordial que procuro, de manera que voy a ceder la palabra al filósofo André Comte-Sponville, el mismo del espléndido libro «Pequeño tratado de las grandes virtudes», cuyo título sugiere algo que solemos olvidar: La moralidad depende de las virtudes que se practican y no de los valores que se declaran. Otro de sus libros, «El alma del ateísmo», es una lúcida y tranquila introducción a una espiritualidad sin Dios, un intento pausado de combatir desde el laicismo los extremos opuestos y belicosos del fanatismo religioso de unos, y el frío y despectivo nihilismo de otros.

Para estimular la búsqueda y lectura de ese libro, echaré mano de una sola cita: «El primer deber, y el principal de todos los demás, consiste en vivir y actuar humanamente. La religión no es suficiente ni nos exime de ello. El ateísmo, tampoco. Por lo demás, soy ateo no dogmático. No pretendo saber que Dios no existe; creo que no existe».

En el ámbito local, hoy será presentado «Ateos fuera del clóset», de Cristóbal Bellolio, un libro que, junto con desmentir que los ateos carecerían de moral, muestra que también pueden tener algo que Comte-Sponville incluye dentro de las virtudes: humor.