Agustín Squella - Constituyente Distrito 7
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29/07/2015

«Lo que se percibe mayormente es exasperación y por momentos también pánico, aunque este último es más fingido que real: quienes lo muestran lo hacen solo como estrategia para conseguir que los cambios que de todas maneras van a producirse…»

Vivir en sociedad es hacerlo en relaciones de intercambio, colaboración, solidaridad, desacuerdo y conflicto. Una compraventa da lugar a una relación de intercambio. Cuando un profesor se reúne en una sala con sus alumnos, lo que se produce es una relación de colaboración. Si esos alumnos organizaran una actividad benéfica para ir en ayuda de un compañero enfermo, lo que tendríamos es solidaridad. Dos posiciones distintas acerca de un proyecto de ley cualquiera están en desacuerdo. Y si un grupo de trabajadores va a la huelga, estamos en presencia de un conflicto. De esta manera, se podría decir que se quiere una sociedad con relaciones de intercambio más justas y con un menor grado de conflicto, aunque sería redundante afirmar que se quiere una sociedad en la que haya relaciones de intercambio (siempre las habrá), como resultaría contradictorio decir que se aspira a una sociedad sin conflicto (en alguna medida, siempre lo habrá). Por lo mismo, y establecido que la expresión más grave del conflicto es el delito, resulta absurdo prometer que se acabará con la delincuencia, cual si se tratara de una guerra en la que, una vez derrotada, ella quedará eliminada para siempre.

Necesitamos relaciones de intercambio. Precisamos también relaciones de colaboración. Queremos ser solidarios. En una palabra, valoramos positivamente el intercambio, la colaboración y la solidaridad. Al revés, no querríamos tener desacuerdos ni menos conflictos, pero sabemos que tenemos los primeros y que se producirán los segundos. Mi profesor Carlos León decía que el derecho es la consagración del escepticismo. «¿Por qué?», le preguntábamos. Y él respondía: «Porque aun en los casos en que exige conductas que están antes ordenadas por la moral y que a todos nos parecen justas, como no matar a otro, el derecho sabe que más de alguien va a incurrir en ellas, y por eso preestablece una pena para el caso de que ello ocurra. El derecho no dice ‘no matarás’, sino ‘el que mate a otro sufrirá x pena’ «.

Tengo la impresión de que en Chile tenemos hoy temor no solo a los conflictos, sino también a los simples desacuerdos, sobre todo cuando estos se producen en el espacio público. Esto se explica porque de la lógica del conflicto a cualquier precio (1972-1973) pasamos a la del acuerdo a como dé lugar (1989 y buena parte de la transición), sin darnos cuenta de que tanto una como otra favorecen apreciaciones incorrectas del conflicto. Si es inconveniente agudizar los conflictos y llevarlos hasta sus últimas consecuencias, también lo es correr a solucionarlos con cualquier acuerdo, por malo que este sea y sin importar los principios que se sacrifiquen. Si Chile pagó un precio demasiado alto por dejarse llevar en un momento por la lógica del conflicto a cualquier precio, no se trata de echarse en brazos de la lógica del acuerdo a como dé lugar pasados ya 26 años de la llamada «política de los acuerdos».

Tememos a los desacuerdos por sí mismos y no porque puedan transformarse en conflictos, y tememos también a los conflictos, también por sí mismos, olvidando que el derecho provee reglas, instancias y procedimientos para darles un tratamiento pacífico que conduzca a una solución pronta y eficaz.

En un país que vive tiempos de cambio, que solo el desatino puede confundir con una retroexcavadora -una torpeza tanto del que utilizó esa palabra como de los que en la Oposición empezaron a repetirla todos los días con el único fin de infundir temor-, no tiene nada de alarmante que se noten tantos desacuerdos. Nunca hay que exasperarse frente a los desacuerdos ni tampoco avergonzarse de ellos. Menos todavía entrar en pánico, como si los desacuerdos constituyeran una patología social.
Pero lo que se percibe mayormente es exasperación y por momentos también pánico, aunque este último es más fingido que real: quienes lo muestran lo hacen solo como estrategia para conseguir que los cambios que de todas maneras van a producirse no lleguen tan lejos como para afectar demasiado sus intereses.

En caso de conflictos, el derecho; y tratándose de desacuerdos, por favor, un poco más de sobriedad.