Agustín Squella - Constituyente Distrito 7
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14/08/2015

«Para el conservador estratégico, lo mejor estuvo siempre en el pasado, y si el presente es fuente de confusiones, el futuro lo será de negras incertidumbres…»

Existe una clase de conservadores a los que se puede llamar «conservadores estratégicos».

«Conservadores» por su apego excesivo a las tradiciones, sin someterlas jamás a examen crítico; por continuar a lo largo de su vida bebiendo la leche materna que recibieron cuando niños en materia de creencias y convicciones; por considerar que lo mejor estuvo siempre en el pasado, y que si el presente es fuente de confusiones, el futuro lo será de negras incertidumbres; por su fuerte desconfianza en la autonomía de las personas para resolver por sí mismas acerca de qué es una vida buena y de lo que debe hacerse para realizarla; y por su permanente intento por mantener lo más contenido posible el ámbito de las libertades que tienen los individuos. Y «estratégicos» porque, ante determinadas situaciones que se discuten al interior de la sociedad, están muchas veces dispuestos a aceptarlas, aunque se niegan a hacerlo en su discurso público porque temen que más adelante se les emplace a conceder asuntos que no están dispuestos a tolerar.

Así, por ejemplo, cuando en la década pasada discutimos una ley de divorcio, los conservadores estratégicos se opusieron tenazmente no porque de verdad creyeran que todavía no había llegado el momento de aprobar una legislación semejante (era prácticamente el único país del planeta que no lo había hecho), sino porque temían que a poco andar se les pusiera por delante un proyecto de ley de despenalización del aborto, el mismo que ahora rechazan en sus acotadas y razonables tres hipótesis, puesto que lo que de verdad temen es que mañana tengan que discutir sobre aborto libre, esto es, sin expresión de causa por parte de la mujer embarazada. De la misma manera, si se opusieron al Acuerdo de Vida Civil no es porque les pareciera inaceptable, sino porque sintieron que concurrir a aprobarlo los dejaba a las puertas de tener que discutir mañana sobre matrimonio de personas de un mismo sexo.

El conservador estratégico se parece al padre que prohíbe a su hijo beber cerveza (la misma que él tomó seguramente desde muy temprano), mas no por temor a la cerveza, sino a que el hijo pase prontamente al vino, del vino al pisco de 30 grados, de este al de 35, y más tarde a los alcoholes de 43 grados. El conservador estratégico trata de frenar el curso que las cosas llevan en el presente solo porque ellas podrían ponerse peores en el futuro, lo cual entraña una visión profundamente pesimista del hombre. Hasta un liberal como Mario Vargas Llosa ha involucionado hacia posiciones conservadoras de este tipo al manifestarse preocupado por aquella literatura que critica hoy a las religiones. El escritor peruano considera que sin estas la humanidad descarrilaría, o, si no la completa humanidad, aquella parte de esta, a la que él ciertamente no pertenece, que carece de buena cuna y educación suficiente como para autocontrolarse desde una moral puramente laica.

La lógica de la pendiente resbaladiza desconfía de la autonomía de las personas, sobre todo de aquellas que no son como uno, para decidir con acierto acerca de la vida que deben llevar, y funciona entonces con el paternalismo propio del pensamiento conservador. Este rehúsa discutir ciertos temas de interés ético y social solo porque mañana le obligarán a hacerlo sobre asuntos más espinudos. Oponerse a una ley de despenalización parcial del aborto es oponerse anticipadamente a una probable discusión sobre aborto libre y, asimismo, a cualquier intento de mencionar siquiera la palabra eutanasia. El conservador estratégico teme que vayamos paso a paso hacia el abismo, y si en muchas ocasiones no tendría inconveniente en aprobar un paso determinado, se niega a participar en este solo porque está pensando en los siguientes escalones que no querría bajar por ningún motivo.

El conservador estratégico sabe que tiene perdida la partida, pero se atrinchera para postergar el mayor tiempo posible la derrota final que le propinará la expansión de las libertades y la reivindicación de la autonomía moral de los individuos.