Agustín Squella - Constituyente Distrito 7
Top
11/03/2016

«A nadie extraña que el proyecto que despenaliza el aborto en tres situaciones haya producido un intenso y prolongado debate tanto puertas adentro como puertas afuera del Congreso Nacional. Eso es lo que ocurre cuando una iniciativa legal toca convicciones morales fuertes de ciudadanos y legisladores».

A nadie extraña que el proyecto que despenaliza el aborto en tres situaciones haya producido un intenso y prolongado debate tanto puertas adentro como puertas afuera del Congreso Nacional. Eso es lo que ocurre cuando una iniciativa legal toca convicciones morales fuertes de ciudadanos y legisladores. No todos los proyectos tienen esa particularidad, y de allí que en una sola de las cámaras la iniciativa antes señalada lleve ya un año y que todavía no sea votada en sala. Algo que debería ocurrir pronto, porque no se trata de postergar indefinidamente una decisión solo porque se está en presencia de un proyecto que divide las opiniones. La democracia es discusión de puntos de vista no coincidentes y espacio para los acuerdos, pero cuando estos se tornan imposibles ella echa mano de la regla de la mayoría, la cual no resuelve sobre la verdad de lo que está en discusión, sino sobre el tipo y legitimidad de la decisión normativa que se adopte. Decidido un asunto en aplicación de tal regla, la discusión puede continuar, puesto que la minoría que pierde solo tiene que acatar la decisión, mas no necesariamente aprobarla desde un punto de vista moral.

Norberto Bobbio, un jurista que no era partidario del aborto libre, aunque sí de la democracia y sus reglas, solía decir que de la constatación de que las creencias últimas de las personas son irreductibles había sacado la lección más importante de su vida: detenerse ante el secreto de cada conciencia, escuchar antes de discutir, y discutir antes de condenar. Pues bien, en el proyecto que debatimos ahora esa conciencia no debería ser otra que la de la mujer embarazada en alguna de las tres hipótesis de la iniciativa. Ni el Estado ni el derecho que este produce deberían reemplazar la conciencia de la mujer cuya vida está en peligro por causa de un embarazo, o que se encuentra embarazada de un feto inviable o que es resultado de una violación.

Algunos detractores del proyecto podrían estar de acuerdo con que no se castigue a la mujer que aborta en cualquiera de esos tres casos, aunque no lo admitirán públicamente y solo porque temen que más tarde se despenalice el aborto en todo caso y que una mujer pueda provocárselo sin expresión de causa y hasta varias semanas después del embarazo. Lo que a tales detractores asusta, en consecuencia, no es el proyecto en actual tramitación, sino que la pendiente resbaladiza lleve más tarde a una situación que sí les parece inaceptable. Se trata de la misma temerosa y altamente desconfiada manera de pensar que se opone al consumo de cerveza en los jóvenes porque más tarde tomarán vino, luego pisco de 30 grados, más tarde de 35, enseguida de 43, acto seguido marihuana y, finalmente, cocaína. Esa es la pendiente a la que temen con la certeza de que será recorrida por cualquiera que se lleve un vaso de cerveza a los labios, lo cual entraña una no confesada desconfianza en las personas y en su capacidad para tomar decisiones.

Para dejarlo claro, y valga eso lo que valga: personalmente, soy partidario del actual proyecto, mas no del así llamado aborto libre, y tampoco creo que el proyecto sea una iniciativa encubierta de aborto libre o que lleve inevitablemente a este más adelante. Lo que hace es dejar en manos de la mujer la determinación de abortar o no en las tres hipótesis señaladas, cuya gravedad y dramatismo no pueden ser puestos en duda, y sin perjuicio de que se ofrezca a la afectada la asistencia médica, psicológica y social que requiera para tomar su decisión, llevarla a cabo y persistir en ella.

Acostumbradas a creer que las situaciones morales difíciles están siempre resueltas por los credos que profesan o por la iluminación de sus pastores, la mayoría de las religiones e iglesias se opone a que decisiones como estas sean adoptadas por cada mujer en ejercicio de su autonomía moral y como parte del proceso de reflexión y de diálogo con el que esa autonomía es compatible. Los que no pueden actuar como las iglesias son los partidos políticos, que en asuntos como estos deben respetar la autonomía moral de sus legisladores.