Agustín Squella - Constituyente Distrito 7
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25/03/2016

«En Key West, a menos de 100 millas de Cuba, pensé en el destino de la isla y su gente, y celebré el acercamiento con Estados Unidos, con la esperanza de que, después de Obama y seguramente MacDonald’s, entren también la democracia, los derechos humanos y el respeto por la disidencia».

A Miami… ¿Pueden ustedes creerlo?

¿Qué podía hacer yo en Las Olas Boulevard, Fort Lauderdale, Miami, estado de Florida, confundido con turistas norteamericanos más o menos de mi misma edad, todos veteranos de alguna guerra, altos, fornidos, seguros de sí, con dificultades para caminar, el talle un par de centímetros delante de las caderas (como si un perno invisible hubiera aflojado en la zona del coxis), gorra de béisbol, zapatillas de deporte, buenos para iniciar conversaciones en los ascensores del hotel, y algo descolocados por el mal inglés con que respondía a preguntas tan simples como » Where are you from ?». ¿Qué hacía allí en la arena mientras las gaviotas picoteaban las galletas que los nietos habían dejado tiradas antes de acercarse al mar para corretear las olas y las medusas? Ustedes ya lo saben: hay una parte de las vacaciones cuyo destino determinan mis hijas y del cual me entero recién cuando el vuelo de salida toca tierra en un destino que ignoro.

Al dejar el aeropuerto de Santiago, en el momento en que nos obligan a poner los objetos metálicos en un canasto, advertí que detrás de mí venía el director de un medio nacional. «Voy a Lima», declaró, agregando luego la pregunta de rigor: «¿Y tú?». «No lo sé -respondí con total sinceridad-, no soy yo quien decide estas cosas», e indiqué en dirección a las hijas que me antecedían. «Ni siquiera sé cuál es la línea aérea y tampoco la puerta de embarque. Solo sé que viajo en turista».

Mi interlocutor me miró con incredulidad y nos perdimos de vista cuando al hijo con el que viajaba le sonó algo al pasar bajo el arco de seguridad. Busqué enseguida a mi mujer en el Duty Free de perfumes, porque es allí donde suele dirigirse al salir de Policía Internacional. Hasta hace poco, el Duty Free era una zona acotada, pero ahora está transformada en un mall . Perfumes, ropa, joyas, carteras, vinos, alimentos, seguros, tabaco, patios de comida. Solo faltan las salas de cine con su insufrible programación infantil y adolescente. Todavía no subimos al avión y ya estamos comprando, adquiriendo, haciéndonos dueños de alguna cosa -que el placer está en eso más que en usar o en consumir lo adquirido-, y poniendo a trabajar la tarjeta de crédito a modo de un precalentamiento de lo que vamos a hacer con ella en las ciudades que visitaremos.

Calculé que nuestro destino era los Estados Unidos porque de pronto empezaron a llamar por altavoces a un grupo de pasajeros que tenían que embarcar antes que los demás por razones de seguridad. Una de mis hijas fue seleccionada y pasó bien la prueba luego de que comprobaran que no llevaba explosivos adheridos a la ropa. Solo 8 horas más tarde, después de fantasear todo ese tiempo con Nueva York y San Francisco, escuché la voz del piloto: estábamos prontos a aterrizar en el Aeropuerto Internacional de Miami. Ignorante de los atractivos de la ciudad, apreté con fuerza el maletín de mano para palpar con mayor seguridad los tres libros que llevaba dentro.

Llegado a un lugar desconocido tengo que establecer algunas rutinas, como elegir el café al que iré todas las mañanas luego de pasar por alguna de las máquinas del gimnasio del hotel. Esta vez me asenté en el «Boccaccino». Tenía un aire italiano, cómo no, y las jóvenes dependientas, creyendo que yo también lo era, me saludaron siempre en esa lengua. Me dejé querer, como quien dice, aunque no acepté el café que servían. «Capuccino», exigí con la mejor de las sonrisas, y tuve así la sensación de haber vuelto ya a la mesa de alguno de los sitios en que cada mañana tomo un cortado en Viña del Mar o en Valparaíso. Sedentario sin remedio, para mí todo el gusto de un viaje está en el regreso.

En Key West, a menos de 100 millas de Cuba, pensé en el destino de la isla y su gente, y celebré el acercamiento con Estados Unidos, con la esperanza de que, después de Obama y seguramente MacDonald’s, entren también la democracia, los derechos humanos y el respeto por la disidencia.