Agustín Squella - Constituyente Distrito 7
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6/05/2016

«Porque una de tres: o las sociedades offshore se constituyen para lavar u ocultar dinero proveniente de actividades ilícitas, o lo hacen para mantener en reserva la identidad de sus dueños, o, en fin, para eludir o evadir los tributos que deben pagarse en el país de origen de los fondos…»

Se trata de una nueva palabra incorporada al habla común de los chilenos. Quiere decir «más allá de la costa», «mar adentro», o sea, lo que queda fuera de la vista de quienes permanecen en tierra firme. Así, una plataforma que extrae petróleo en medio del océano está offshore , aunque también lo están las sociedades de papel que forman quienes ponen su dinero offshore , o sea, lejos de la vista del servicio recaudador de impuestos de sus países y lejos de la mirada de sus conciudadanos que trabajan y tributan «inshore», o sea, en la misma tierra en que producen sus ingresos.

Porque una de tres: o las sociedades offshore se constituyen para lavar u ocultar dinero proveniente de actividades ilícitas, o lo hacen para mantener en reserva la identidad de sus dueños, o, en fin, para eludir o evadir los tributos que deben pagarse en el país de origen de los fondos. Lo más habitual es una combinación de los dos últimos tipos, o sea, sociedades con reserva de identidad de sus dueños para que estos eludan el pago de impuestos. Una por otra.

Un aspecto particularmente reprobable de ese tipo de sociedades se produce cuando quienes las forman se declaran dramáticamente preocupados por la situación actual y el futuro de sus países, reclamando por la baja inversión, el escaso crecimiento, la incompetencia del Estado para manejar con eficiencia problemas sociales relevantes, y, en el caso de Chile, por la incertidumbre que causan las reformas. Igualmente reprobable es la actitud de ciertos deportistas que eluden el pago de impuestos en sus respectivos países y que besan el escudo nacional bordado en las camisetas que llevan puestas cuando marcan un gol en una competencia internacional o se envuelven en la bandera patria cuando hacen el punto de triunfo en un encuentro de tenis.

¿Qué menos puede esperarse del nacional de un país que pague impuestos en el territorio que le permitió producir su riqueza, en el país en el que él y sus hijos han recibido educación, en el país cuyo Estado le dio más de un incentivo para llevar adelante sus negocios, en el país cuya infraestructura utilizó para estos, en el país en que viven y tributan los trabajadores que contribuyeron a la formación de esa misma riqueza y cuyos impuestos les son descontados mensualmente de sus sueldos?
Votar no es ya obligatorio y lo que uno se pregunta es si pagar impuestos correrá la misma suerte, salvo, claro está, para quienes pagan IVA con cada compra que hacen de los alimentos y otros bienes básicos que adquieren día tras día, un impuesto que se lleva parte importante de los bajos sueldos y de las todavía más bajas pensiones.

¿Acaso no tienen nada que decir al respecto algunas universidades públicas chilenas -o que declaran solemnemente su vocación pública- y que en diplomados y maestrías incluyen cursos de la así llamada «planificación tributaria», que no es otra cosa que la enseñanza sistemática acerca de cómo no pagar los impuestos que el Estado tiene derecho a recaudar para financiar el gasto público, incluyendo los Carabineros y la Policía de Investigaciones que los profesores de esos cursos y los evasores que ellos titulan reclaman a gritos cada vez que se produce un aumento de la delincuencia?

La reciente reforma tributaria otorgó una amnistía a quienes habían sacado dinero fuera del país sin pagar los impuestos del caso, otorgándoles el regalo de una tasa de apenas el 8% si traían de vuelta ese dinero. Sí, el Estado recaudó no poco merced a esa amnistía, ¿pero hasta cuándo tanta complacencia fiscal con grandes contribuyentes y tanto celo con los pequeños?

El Art. XXXVI de la Declaración Americana de los Derechos y Deberes del Hombre declara que «toda persona tiene el deber de pagar los impuestos establecidos por ley para el sostenimiento de los servicios públicos». Por su parte, el Art. XXXII dice que «toda persona tiene el deber de votar en las elecciones populares». Chile se cargó ya la segunda de esas reglas y está a punto de hacerlo con la primera. Paraíso Electoral (nadie tiene que molestarse en inscribirse y tampoco en ir a votar), podríamos estar ahora en camino de transformarnos en Paraíso Fiscal (evada el pago de sus impuestos y espere la próxima amnistía. Pagará mucho menos).