Agustín Squella - Constituyente Distrito 7
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20/05/2016

«La idea de una nueva Constitución cuenta con un respaldo de más del 70%, un dato ilustrativo de que la población dejó de comprarse el discurso habitual del sector más retrógrado del país. Me refiero a aquel que siempre se ha opuesto a los cambios políticos en nombre de que no tienen que ver con los problemas reales de la gente…»

En Chile hay un proceso constituyente en curso. Algunos quieren que conduzca a una nueva Constitución y otros a la reforma de la que actualmente rige. Tampoco falta la minoría que no quiere proceso constituyente alguno y que hace lo posible por frustrar la iniciativa. Y si bien no está acordado aún cuál será su procedimiento de aprobación, lo más probable es que lleguemos a tener una nueva Constitución y no solo la reforma de la actual.

La idea de una nueva Constitución cuenta con un respaldo de más del 70%, un dato ilustrativo de que la población dejó de comprarse el discurso habitual del sector más retrógrado del país. Me refiero a aquel que siempre se ha opuesto a los cambios políticos en nombre de que no tienen que ver con los problemas reales de la gente. Pues bien, la gente entendió ya lo contrario de ese planteamiento, como entendió también que si una dictadura pudo imponer una Constitución sin sujeción a las reglas de la democracia, no se ve por qué una democracia como la que tenemos ahora no podría adoptar, casi medio siglo después, una Constitución que reemplace a aquella. Una nueva Constitución que, a diferencia de la de 1980, no constituirá la imposición de un sector del país sobre los otros y que tampoco está pensada como una revancha que quisieran tomarse ahora aquellos sectores que fueron desplazados en 1980.

Además de oportuno en parecer de la gran mayoría del país, el proceso constituyente tiene dos méritos: es pausado y no se ha predeterminado ni el mecanismo de aprobación de la futura Constitución ni menos los contenidos de esta. Algunos critican ese ritmo pausado, pero habrían objetado igual, o con mayor fuerza aun, si se hubiera impuesto mayor celeridad al proceso. Critican también la falta de contenidos, aunque su objeción habría sido mayor si tales contenidos estuvieran ya decididos por el Gobierno o por la mayoría que este tiene en el Congreso. Ambas circunstancias —indeterminación en la fase inicial del proceso tanto del mecanismo de aprobación de una nueva Constitución como de sus contenidos— constituyen la mejor garantía de que el camino adoptado no tiene nada que ver con el modelo seguido por otros países del continente que promovieron cambios constitucionales para que los gobernantes de turno se transformaran en vitalicios.

¿Que la fase de educación cívica pasó algo desapercibida para la población y que la mayor parte de esta no conoce la actual Constitución? Concedido, pero si vivimos en la era de la información y si cualquiera puede traer a la pantalla de su computador el texto constitucional vigente, ¿qué esperamos para hacerlo? Es igualmente cierto que la participación está siendo baja en la actual fase de encuentros locales, ¿pero nos vamos a limitar a encogernos de hombros o lo que corresponde es sumarse de una vez por todas a esa participación y, en el caso de Vamos Chile, a ponerse del lado de Amplitud y Evópoli y no del ex Presidente que ha preferido restarse y quedarse amurrado en las tribunas, vociferando contra los que están jugando el partido en la cancha y sin seguir la lección que ha dado el otro ex Presidente que creó una base digital para recibir propuestas ciudadanas que acaba de presentar en un libro de 375 páginas?

He ahí la diferencia entre un estadista y un político que piensa solo en volver al poder.

El Consejo de Observadores ha dado también una lección. Quienes trabajan en él tienen ideas políticas diferentes y distintas convicciones acerca del futuro mecanismo de aprobación y contenidos de una nueva Constitución. Pero están trabajando juntos, observando tanto en el sentido de mirar como de hacer ver y representar, y en parte también orientando las fases iniciales del proceso. El Consejo ha mostrado independencia y una digna paciencia y perseverancia ante algunos desatinos gubernamentales, ante aquella parte de la derecha que nunca ha querido una nueva Constitución, ante un sector de izquierda que la querría de la noche a la mañana, y ante ese tipo de analistas que parecen considerar signo de inteligencia superior adelantarse a señalar que procesos de interés público como este siempre van a fracasar.