Agustín Squella - Constituyente Distrito 7
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3/06/2016

«El cuco ahora son los derechos sociales que podrían ser incorporados a una nueva Constitución, unos derechos que Chile aceptó hace ya medio siglo al suscribir en 1966, en el marco de la ONU, el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales, los mismos que nuestra derecha considera un invento de la Nueva Mayoría».

«Reaccionario» se decía en mis años de juventud para calificar a aquel que ante el anuncio de cualquier cambio político, social o cultural saltaba como un resorte para oponerse a viva voz y pronosticar las peores catástrofes políticas, morales y económicas. Por lo mismo, la palabra «reaccionario» era utilizada negativamente, ofensivamente casi, y no como simple alusión a personas timoratas con miedo a los cambios. Cambios que las más de las veces se imputaban a gobiernos nefastos y a doctrinas perversas, en circunstancias de que se trataba solo de los que se habían producido directamente en una base social que se distanciaba poco a poco de élites sociales y tutores políticos y religiosos que la mantenían bajo su poder y conducción.

«Reaccionario» se aplicaba sobre todo a sectores conservadores de nuestra derecha política y económica (tomadas firmemente de la mano) que entraron en verdadero estado de pánico a partir de la primera legislación del trabajo, hace poco menos de un siglo (ley de salas cuna, de sillas, de descanso dominical, de seguro obligatorio por enfermedad y luego por accidentes del trabajo, del peso máximo que podían tener los sacos que cargaban los obreros), y ni qué decir, más tarde, de derechos de las mujeres y métodos anticonceptivos. Y si me he acordado de aquella palabra, es porque vuelvo a notar ese tipo de reacción ante cambios que como sociedad hemos experimentado en los últimos años, ninguno de los cuales nos ha llevado al tan anunciado despeñadero. Así, si se decía «No» a un dictador para que continuara 8 años adicionales a los 17 que había tenido en el poder, sobrevendría el caos más absoluto; si se aprobaba una ley de divorcio, se acabaría la familia; si se promovía el uso del condón, los jóvenes abandonarían los proyectos de castidad que tienen hasta el día del matrimonio, contrato que hoy suele celebrarse, cuando se celebra, cerca ya de la treintena, en un momento que la castidad, amén de antinatural, es solo un mal recuerdo; si se aprobaban reformas laborales y tributarias (no las actuales, sino las del gobierno de Aylwin), la economía del país colapsaría; si se terminaba con los senadores designados, volvería el caos de la Unidad Popular; y peor aun si un socialista como Ricardo Lagos llegaba al poder, puesto que retornaría la lucha de clases, no habría más propiedad privada y se impondría una economía centralmente planificada.

Un nuevo tipo de reaccionario es hoy también el de quienes, ante el anuncio de cualquier cambio, se muestran cínicos o escépticos, como si hacerlo fuera signo de una inteligencia superior y prueba de que a ellos no les meten el dedo en la boca.

El cuco ahora son los derechos sociales que podrían ser incorporados a una nueva Constitución, unos derechos que Chile aceptó hace ya medio siglo al suscribir en 1966, en el marco de la ONU, el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales, los mismos que nuestra derecha considera un invento de la Nueva Mayoría. Derecho a la asistencia sanitaria, a la educación, a una vivienda digna, a una previsión oportuna: los reaccionarios no quieren oír hablar de eso y vaticinan la quiebra del país si se llegara a declararlos en un nuevo texto constitucional. Aunque la pregunta que cabe hacerles es esta: si la asistencia sanitaria, la educación y la vivienda son bienes básicos que algunos tenemos asegurados gracias a la fortuna del nacimiento en un hogar y en un medio que siempre tuvo acceso a ellos, ¿en virtud de qué vamos a negárselos a los que carecen de tales bienes? Sí, todos somos egoístas y preferimos antes el beneficio propio que el bien de los demás, pero ¿no es ya demasiado oponerse a que otros lleguen a tener los bienes básicos que una minoría disfruta en abundancia y hasta el extremo de que incluso le sobren?

El proceso constituyente en marcha molesta a los sectores reaccionarios, los mismos que han llegado hasta la desfachatez de exigir que en caso de una nueva Constitución tendrá que asegurárseles lo que llaman «certeza jurídica», que no es otra cosa que la absurda pretensión de que en el futuro no puedan dictarse leyes que a ellos les desagraden o que afecten sus intereses.

¿No será mucho?