Agustín Squella - Constituyente Distrito 7
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12/08/2016

«Eso es lo que nos ha ocurrido con la delincuencia, como si esta hubiera sido poco menos que inventada en nuestro país y practicada únicamente en este, desafiando solo al interior de nuestras fronteras a los organismos que tienen que ver con su prevención, castigo y rehabilitación…»

Hemos desarrollado una marcada tendencia a considerar ciertos fenómenos que conciernen a nuestra común humanidad, es decir, al planeta en su conjunto, como si se trataran del copihue, o sea, como especies enteramente locales que no se encuentran en ninguna otra parte.

Eso es lo que nos ha ocurrido con la delincuencia, como si esta hubiera sido poco menos que inventada en nuestro país y practicada únicamente en este, desafiando solo al interior de nuestras fronteras a los organismos que tienen que ver con su prevención, castigo y rehabilitación. «Las cosas que pasan en Chile», solemos decir llevándonos ambas manos a la cabeza cada vez que se produce un crimen de especial gravedad. «¡Adónde vamos a llegar!», exclamamos luego, de manera más interjectiva que interrogativa, puesto que esa frase quiere decir que vivimos en el peor de los mundos, es decir, en Chile.

¿Será la falta de viajes la explicación de lo anterior, o el hábito de realizarlos solo a barrios o balnearios caros y seguros de ciudades glamorosas, con la consiguiente ignorancia de lo que pasa fuera de nuestras fronteras? Al malentendido que tenemos con la delincuencia responden también los habituales dichos de los gobiernos y candidatos a la presidencia de la república, tales como «Vamos a ganar la guerra contra la delincuencia», en circunstancias de que todo lo más que deberían prometer es mayor eficacia en el control de ella. El delito no es sino la expresión más grave del conflicto, y el conflicto, nos guste o no, es inseparable de la vida en sociedad.

Miren ustedes ahora lo que ocurre con la crisis mundial de la economía, que partió en 2008, y que pasa hoy por un momento no tan malo como entonces, aunque sí por un ciclo adverso desde China hasta Tierra del Fuego. Pero dale con que Chile podría estar creciendo al doble o triple de lo que crece hoy, otra vez como si todo dependiera de nosotros y del gobierno. He escuchado decir a economistas serios, o sea, no interesados en llevar agua a ningún molino o sector de intereses económicos o políticos, que nuestra actual situación económica se explica en un 70% por factores externos y 30% por internos. Pero ahí están los economistas que esperan volver al gobierno dentro de un par de años proclamando a los cuatro vientos la proporción exactamente inversa.

La incertidumbre es otra flor nacional que parece cundir solo en nuestro país, y es raro que esa palabra esté hoy en boca de los que tienen más y no de los que tienen menos. Debe ser porque los segundos han vivido toda su existencia en la incertidumbre. Si el siglo en que estamos no es el de la incertidumbre, ¿qué es entonces? Pero seguimos hablando de la incertidumbre como si se tratara del copihue, sin advertir aquella muchísimo mayor que se vive hoy no digo en Siria, sino en Inglaterra, España y los Estados Unidos. ¿Qué pasaría aquí con un Donald Trump local compitiendo con posibilidades de ganar una elección presidencial y proponiendo levantar un muro que nos separara de Perú y de Bolivia? Varios se habrían lanzado ya de cabeza al Mapocho.

Baja popularidad de los gobiernos, desprestigio de la política y de los partidos, crisis de la democracia representativa, creciente desconfianza en las instituciones: más copihues, como si fenómenos tan inquietantes como esos se hubieran instalado entre nosotros, y únicamente entre nosotros, desde que la Nueva Mayoría llegó al poder.
Me suelo quejar de la inclinación por una educación de bajas calorías, en parte causada por aquellos disparates que nos vendieron algunos pedagogos: que la educación es un juego y que si vas a la universidad no es para aprender, sino solo para aprender a aprender. Me quejo también de la preferencia de no pocos jóvenes por una educación fácil antes que de calidad. Y me preocupa el debilitamiento del esfuerzo individual como clave de los resultados de los procesos de enseñanza. Sin embargo, veo lo mismo casi en todas partes. Fue en un muro de una universidad española, no chilena, donde leí el siguiente pintado. «Aprobar es un derecho humano».

¿Mal de muchos, consuelo de tontos? Espero que no. Pero si el mal es de muchos, ¿no deberíamos examinar con mayor sobriedad aquellos que nos son propios y renunciar al repetido presagio del apocalipsis chileno?