Agustín Squella - Constituyente Distrito 7
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23/09/2016

Agustín Squella: «¿Ontología o teoría del ser? Tampoco parece recomendable. Se trata de enseñar filosofía a muchachos de 16 o 17 años y, en caso de tomar esta opción, lo más probable es que nunca más quisieran saber nada de la filosofía…».

La filosofía tiene cuerda para rato, incluso en la enseñanza media, aunque queda por verse qué se enseña allí bajo el nombre de «filosofía». Una duda razonable porque se sabe de establecimientos que lo que imparten como filosofía son unas cuantas nociones de psicología o, peor aún, de autoayuda o, Dios nos libre, de coaching emocional. Si en una nueva concesión a la educación de bajas calorías que ha ido ganando terreno en la enseñanza media y superior se eliminara de aquella la filosofía, la cosa se pondría muy fea, aunque también se vuelve impresentable cuando la filosofía se reduce a algo que ella no es, ya sea formación ciudadana, o cualquiera de las modalidades de autoayuda hoy a la moda. No descartemos que en algún colegio estén leyendo Harry Potter como filosofía.

¿Qué enseñar como filosofía en la enseñanza media? Lo decidirá cada establecimiento, siempre que se trate de filosofía y no de algún sucedáneo a la medida de las escuálidas exigencias educativas de nuestro tiempo.
¿Qué filosofía?, es la pregunta luego del éxito conseguido en su mantenimiento como asignatura de enseñanza media, porque la filosofía no es solo una manera de pensar -reflexiva, crítica, hacia y ojalá hasta el límite de nuestras posibilidades-, sino un pensar sobre algo. Por ejemplo, ¿historia de la filosofía? Aunque se trata de una opción posible y bastante socorrida, no parece recomendable. Al final, todo se reduciría a unos cuantos nombres, fechas e ideas, arbitrariamente escogidas por cada docente, puesto que ¿qué puede explicarse en unas cuantas clases de una historia que en Occidente empezó hace 2.500 años y que se remonta más allá de la figura de Sócrates con unos pensadores -los sofistas- que hoy parecen muy actuales y que han permanecido inmunes a siglos de desprestigio?
¿Ontología o teoría del ser? Tampoco parece recomendable. Se trata de enseñar filosofía a muchachos de 16 o 17 años y, en caso de tomar esta opción, lo más probable es que nunca más quisieran saber nada de la filosofía. ¿Gnoseología o teoría del conocimiento? Pues tampoco, dado que el tema pasó hace ya rato a las manos en que tienen que estar: las ciencias cognitivas. Entender que la teoría del conocimiento es hoy parte de la filosofía resultaría tan disparatado como afirmar lo mismo de la astronomía.

¿Qué entonces? Ética, creemos, mas no ética normativa, o sea, no un código moral determinado -el del establecimiento del caso o el del profesor a cargo de las clases-, sino algo que suele llamarse metaética, es decir, invitar a los alumnos a preguntarse qué es el bien y qué debe hacerse para realizarlo. La pregunta por el bien, entonces, una pregunta aún más vieja que la propia filosofía y que a ninguna persona puede dejar indiferente, pero asumida de manera reflexiva, crítica, y no sobre la base de transmitir dogmas, es decir, verdades morales firmemente establecidas, seguras y dotadas de validez universal y absoluta. Razonamiento moral, en suma, deliberación moral, razonamiento práctico, argumentación con miras a tomar decisiones o a hacer opciones, aunque no en el marco de normas morales inmutables, sino referida a casos concretos, reales o imaginados, frente a los cuales los jóvenes puedan figurarse alternativas, debatir acerca de ellas y formarse sus propias opiniones. Invitarlos a entrar en dudas en vez de salir precipitadamente de ellas.

Y virtudes, claro está. Identificación de esos hábitos de bien que llamamos virtudes, empleando textos que pueden ir desde Aristóteles hasta filósofos contemporáneos como André Comte-Sponville y su «Pequeño tratado de las grandes virtudes». Si el talante moral de una persona depende de las virtudes que practica y no de los valores que declara, ¿por qué no ocuparse de las virtudes, identificándolas, explicándolas, discutiéndolas, relacionándolas, diferenciándolas, y rescatando de paso la misma palabra «virtud» que hoy parece batirse en retirada? Y me refiero a virtudes mundanas, no teologales, a virtudes como la veracidad, el coraje, la justicia, la prudencia, la solidaridad, la compasión, la tolerancia, la buena fe, e incluso el humor.

No me refiero al puritano intento de predicar virtudes en las salas de clase, sino a la tarea de pensar en ellas y hacerlas tan atractivas como pueden serlo las que fueron mencionadas recién.