Agustín Squella - Constituyente Distrito 7
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7/04/2017

«El anuncio público de la candidatura de Sebastián Piñera, no por causa suya sino por algunos de los presentes, hizo recordar el episodio de Chacarillas…».

Uno de los episodios más pintorescos del festival viñamarino de la canción en tiempos de la dictadura se produjo la noche en que el locutor oficial calló al advertir que el general director de Carabineros había ingresado tarde al recinto y estaba siendo conducido a su asiento en primera fila. Una vez que el general estuvo en su sitio y quedó atento a lo que ocurría en el escenario, el locutor tomó nuevamente la palabra y se dirigió a él de manera tan obsecuente como esta: «Permiso para continuar, mi general». El aludido asintió con un leve movimiento de cabeza y el espectáculo pudo seguir adelante.

Eran otros tiempos y hoy algo así no podría ocurrir. En circunstancias como las antes descritas, lo que procuran las actuales autoridades civiles y militares es pasar lo más desapercibidas posible, puesto que saben que si los notan lo más probable es que reciban una silbatina. Así es como han cambiado las cosas en el país, y no solo porque hayamos pasado de una dictadura a una democracia, sino también porque se ha debilitado el respeto que antes se mostraba ante cualquier autoridad. Se ha instalado la idea de que hay una relación inevitable entre autoridad y abuso, lo cual es ciertamente un exceso, aunque la culpa de esto no la tienen los subordinados.

Convengamos en que autoridades públicas democráticas toleran mejor ese cambio en las costumbres y reacciones de las grandes audiencias. Si consideras que todo un pueblo te debe eterna gratitud e incondicional obediencia -y tal fue el caso de nuestras autoridades militares-, no puede resultar tolerable que alguien te reciba de mala gana. A nuestro general director, que había presenciado cómo cientos de jóvenes subían al cerro Chacarillas con antorchas encendidas para honrar al entonces Jefe de Estado, le habría parecido muy raro que el locutor de un espectáculo masivo no hubiera reparado en su presencia ni calibrado la solemnidad que adquiría el show de esa noche debido a su inesperado ingreso a la Quinta.

El anuncio público de la candidatura de Sebastián Piñera, no por causa suya sino por algunos de los presentes, hizo recordar el episodio de Chacarillas, y no solo porque en uno y otro de tales momentos se repitieron varios destacados personajes de la política local, sino por la persistencia del que desde 1973 ha sido el líder natural de los que hace 20 días vocearon su nombre: Augusto Pinochet Ugarte. La que coreó su nombre en la presentación de la candidatura de Piñera fue una minoría, es cierto, pero no sé si tanta si se piensa en el conjunto del país y en la adhesión no siempre confesada que el general aún conserva. Algo me dice que muchos de los que no vocearon esa noche el nombre de Pinochet lo estaban acariciando en silencio y celebrando internamente lo que escuchaban. Hasta tengo la impresión de que si Pinochet pudiera disputar hoy una primaria de Vamos Chile, tendría buenas posibilidades de ganarla.

Por otro lado, y ahora para bien, se notan en nuestra derecha algunos brotes de renovación. Tanto en el ámbito intelectual como en el de la actividad política, figuras jóvenes del sector están utilizando un lenguaje que, sin desconocer domicilio en la derecha, resulta menos a la derecha que el empleado por sus pares que se formaron en dictadura y conservan con esta una lealtad a toda prueba. A nivel de organizaciones, Evópoli y Amplitud forman parte de esos brotes. ¿Pondrá atención Piñera a tales brotes? Justo el conveniente para no perder los votos de aquellos que querrían cortarlos. Van Risselberghe ganó ya una batalla importante contra uno de los brotes, por amplia mayoría, y eso algo dice del poder que conserva la derecha más tradicional, esa que votó «Sí» en el plebiscito de 1988, que pronosticó la catástrofe si Chile elegía a Patricio Aylwin, que volvió a pronosticarla cuando el triunfo de Ricardo Lagos, que peregrinó a Londres cuando su líder pasó allá una larga temporada, y que batió palmas al regreso de este en una silla de ruedas que abandonó ágilmente para fingir luego demencia y eludir la acción de la justicia chilena, mientras otros de sus compañeros de armas iban a prisión.

Estoy pensando en la derecha a la que siempre le gustó decir: «Permiso para continuar, mi general», y que, movida ahora por su inquina contra la centroizquierda, volverá a votar por Piñera, conteniendo su malestar por el cierre del penal Cordillera.