Agustín Squella - Constituyente Distrito 7
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5/05/2017

«Avanzando en modernización, transparencia y lealtad con los apostadores: en eso está hoy la hípica nacional. Y está también desintoxicándose…».

La hípica es una rara y excitante actividad.

Excitante en las jornadas de carreras, puesto que, cuando las hay, en el hipódromo se amanece como en día de fiesta. Excitante también cualquier otro día de la semana. Se trata de una actividad madrugadora. Los caballos despiertan temprano, son aseados y sacados luego a paseo, llevados al partidor o a galopar por la pista. A veces también trabajan, que es el verbo que se emplea cada vez que aprontan y corren al ojo del cronometrador que toma la marca. Cuidadores, jinetes, preparadores, propietarios y más de algún curioso están en la pista a primera hora de la mañana, y muy cerca de ellos, en el interior de los hipódromos, hay un sitio que les ofrece desayunos de distinto pelo, desde un simple café a varias tazas de té acompañadas de huevos revueltos y pan fresco de la misma mañana. A veces también cerveza para los que por el momento no pueden resistir otra cosa.

En cuanto a los días de carreras, ni hablar. La excitación es ya patente antes de que salga el sol y se prolonga hasta cerca de la medianoche. Ese es el momento en que llegan los apostadores, esos ilusos impenitentes que sueñan con una trifecta y que saben que si no la ganan, van a pasarlo bien de todas maneras. Lugares de encuentro, de conversación, de esperanzas que se renuevan carrera a carrera cada 30 minutos, los hipódromos reciben a sus fieles hasta dos veces en una misma semana, y lo que se aprecia allí es una suma de individuos que se relacionan en perfecto pie de igualdad, todos presumiendo de tener al ganador de la siguiente prueba. Incurables soñadores, esos tipos, la mayoría muy locuaces y nada jóvenes, lo que quieren es no dejar enterrada la niñez y vivir durante algunas horas el momento presente. Varios se conocen solo por sus apodos, y eso durante años, pero se sientan a una misma mesa y hablan como los amigos que querrían llegar a ser.

Rara también la hípica, al menos en Chile, porque a una avanzada modernización en los sistemas de captación y pago de apuestas, así como de registro y transmisión de las carreras, se suman relaciones muchas veces informales entre varios de sus actores, a saber, criadores de caballos, propietarios, preparadores, cuidadores, proveedores de pasto y avena, herradores. Casi nada se hace por escrito y la mayoría de los acuerdos son de palabra. La hípica mueve mucho dinero y resulta extraño comprobar que habiendo altas sumas en juego -por ejemplo, entre criadores y propietarios, y entre estos y los preparadores-, muchos de sus acuerdos sean solo verbales e incluso sin testigos a la vista. Informales son también a veces las relaciones de los preparadores con los cuidadores que se contratan para el cuidado de los finasangres. A menudo no hay contrato de trabajo, no hay cotizaciones previsionales, tampoco de salud, y cuidadores que ganan el sueldo mínimo permanecen largo tiempo en situación de precariedad laboral.

Otra cosa es el dopaje, que da a la hípica la mala fama que tiene entre los no iniciados, lo mismo que pasa con las presentaciones fraudulentas de los caballos que no corren para ganar, sino para bajar puntos en el hándicap y tener mejores posibilidades en una próxima prueba. Para esto último hay en los hipódromos una Junta de Comisarios que observa cada carrera y revisa una y otra vez los videos, y para lo otro -el dopaje- se sacan muestras a los ejemplares ganadores, y a los restantes al azar, de manera de comprobar si han corrido o no con sustancias prohibidas. En esto la hípica chilena está mejorando ahora mismo, gracias a una decidida acción de su Consejo Superior. El dopaje es una forma de fraude y una fuente de corrupción, y nuestra hípica está a tiempo de escapar en tal sentido del descrédito que afecta a otras actividades. Pero habría que poner ojo también a la medicación excesiva que, si bien reglamentaria, se suministra a muchos ejemplares en abundantes cantidades a fin de que toleren una participación demasiado frecuente en carreras. Una medicación que, a la larga, puede acabar dañando severamente a los finasangres y poniendo en riesgo la seguridad de los jinetes.

Avanzando en modernización, transparencia y lealtad con los apostadores: en eso está hoy la hípica nacional. Y está también desintoxicándose.