Agustín Squella - Constituyente Distrito 7
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2/06/2017

«Sería necesario inventar un Sócrates que saliera hoy al encuentro de los economistas y les hiciera ver lo muy poco que saben, así como las distorsiones en que incurren a partir de la camiseta política…».

Además de asustarnos, lo que hacemos cada vez que tenemos una onda sísmica con movimientos fácilmente perceptibles por todos es poner mucha atención a los sismólogos que entrevistan los medios de comunicación. Serios, contenidos, lacónicos, parecen saber más de lo que dicen y siempre queda un poco la sensación de que nos estuvieran ocultando malas noticias. Sin embargo, es poco lo que saben acerca de lo que está ocurriendo en medio de un enjambre sísmico y, sobre todo, de lo que podría acontecer en el futuro inmediato. Recientemente, en medio de los temblores que tuvimos en Valparaíso, los sismólogos no tenían muchas explicaciones acerca de las causas del fenómeno, guardaban silencio cuando les preguntaban sobre la posible duración de este e insistían en que no podían conjeturar si el mayor de los sismos había ocurrido o sobrevendría próximamente. «Nadie puede prever un sismo», repetían, y llamaban a la población a mantener la calma y a permanecer alertas y preparados para cualquier nueva emergencia.

No tengo por qué dejar de contar que ese sismo me pilló mientras caminaba por una de las calles de la población Vergara de Viña del Mar, una de esas vías cuyo estado de deterioro es tan grande que los vecinos que circulamos todos los días por ellas no necesitamos de los temblores para perder el equilibrio. Para no caer, me aferré ese día a uno de los postes del alumbrado público, mientras soltaba imprecaciones contra la madre naturaleza.

Días después, escuchando a nuestros sismólogos, se me ocurrió pensar en lo mucho que se parecen a los economistas. Estos tampoco saben anticipar ninguna de las frecuentes crisis del capitalismo financiero mundial -ni siquiera aquellas de magnitud global que se asemejan a sismos que se sintieran a la vez en todo el planeta-, muestran sus discrepancias a la hora de precisar las causas de tales crisis, disienten cuando se les pregunta si ya ha ocurrido lo peor, y tampoco se ponen de acuerdo en las medidas que habría que adoptar para salir del mal momento de la economía.

Es cierto que los economistas carecen de algún instrumento equivalente a los sismógrafos, pero igual dan sus alertas de tsunami , mínimas si están en el gobierno y máximas cuando están en la oposición. Por ejemplo, resulta sorprendente comprobar que para los economistas de gobierno la actual caída de la inversión en Chile se deba en un 70% a la situación económica externa y solo en un 30% a malas decisiones internas, mientras que los economistas de oposición dan esos mismos números pero en sentido exactamente inverso: 30% provendría del exterior y el 70% sería imputable a las reformas del gobierno y a la incertidumbre que causan en los inversionistas. No sería de extrañar que un mismo economista chileno hoy en la oposición, que se maneja con la segunda de esas proporciones, adoptara mañana, cuando pase a ser gobierno, la primera de ellas. La mayoría de nuestros economistas lleva camiseta política puesta y es por eso que vemos a muchos de ellos haciendo diagnósticos catastrofistas de la situación actual del país para de ese modo congraciarse con el candidato que tiene mayores posibilidades de ganar a fin de año la presidencia y de nombrarlos en algún ministerio.

Los economistas harían bien en comportarse como nuestros sismólogos y reconocer que no saben o que saben bastante menos de lo que presumen saber. Los sismólogos afirman que solo tiempo después de que ocurren los grandes sismos pueden arriesgar una hipótesis acerca de lo que pasó, y los economistas harían bien en emular una actitud tan seria y modesta como esa. Fue un mérito de Sócrates asumir la ignorancia como el único punto a partir del cual es posible ponerse en marcha hacia un auténtico saber. El filósofo detenía en las calles de Atenas a los que circulaban en pose y con infatuación de sabios y los hacía conscientes de lo mucho que desconocían. Pues bien, sería necesario inventar un Sócrates que saliera hoy al encuentro de los economistas y les hiciera ver lo muy poco que saben, así como las distorsiones en que incurren a partir de la camiseta política que llevan puesta y de los intereses que defienden cuando circulan entre las salas de clases y los directorios de las grandes empresas.