Agustín Squella - Constituyente Distrito 7
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20/04/2018

«¿Liberal Vargas Llosa? Ciertamente, pero poniendo demasiado énfasis en el liberalismo económico».

Mario Vargas Llosa volverá próximamente a Chile. Buena cosa. Viene a menudo y eso le hace bien a nuestro lenguaje, a nuestro pensamiento, a las ideas políticas de lado y lado. Con el escritor peruano puede conversarse, literalmente o a través de sus libros y columnas, y como parte de la conversación puede coincidirse o discreparse de él. Recuerdo cómo fue atacado por la derecha cuando con motivo del plebiscito de 1988 dio una conferencia en Santiago acerca de la posibilidad que teníamos de recuperar la democracia y deshacernos del dictador.

Todos recordamos que en su visita anterior se refirió a la derecha conservadora como «cavernaria», dado el dogmatismo de esta en asuntos de orden moral y su resistencia a que la deliberación moral pase por la conciencia de los individuos y no por la voz iluminada de tutores de ningún tipo. Y recordamos también el enojo de parte de nuestra izquierda cuando estuvo aquí en la reciente campaña presidencial y defendió postulados liberales que favorecían al candidato que terminó ganando la contienda.

Vargas Llosa acaba de publicar «El llamado de la tribu», en el que embiste contra los nacionalismos patrioteros que, raramente, empiezan a aflorar en medio de una creciente globalización. Nacionalismo no como amor y preferencia por la propia patria, sino como el sentimiento de creerse superiores a otros pueblos que se miran con desprecio, como pendiente que desde la justificada reprobación a gobernantes de otros países lleva injustamente al menosprecio del pueblo y la cultura de esos países, como llamado a abandonar instancias internacionales de solución de controversias solo porque podríamos perder en ellas. Algo que vale la pena reflexionar una vez apaciguados los ardores de los recientes alegatos ante la Corte Internacional de La Haya.

Pero el libro es mucho más que eso. Se trata de un elogio tan erudito como entusiasta a siete figuras clave del pensamiento liberal. Uno puede echar de menos que no contemple al más importante pensador liberal del siglo XIX -John Stuart Mill-, y hasta es posible tener la sospecha de que a Vargas Llosa podrían no gustarle las diferencias que Mill tuvo con el padre del liberalismo clásico -Adam Smith- y, menos aún, las simpatías que aquel mostró con el socialismo humanista, una probabilidad que se acrecienta si se observa que entre los siete elegidos tampoco figura ninguno de los importantes liberales igualitarios del siglo XX, tales como Ronald Dworkin y John Rawls. Menos todavía alguien como Norberto Bobbio, que tuvo el atrevimiento de declararse «liberalsocialista», todo un oxímoron para quienes están acostumbrados a ver las cosas en blanco y negro y recelan de los híbridos que puedan encontrar en su camino.

Como el liberalismo es un tronco con varias ramas, o acaso una raíz de la que han emergido distintos troncos -de manera que lo que tenemos son «liberalismos», aunque cada uno pretendiendo ser el «verdadero» liberalismo-, mi parecer es que Vargas Llosa está cerca de la rama o tronco que se denomina «neoliberalismo», sin dar a esta palabra una connotación peyorativa. Extrañamente, el escritor afirma no saber qué es el neoliberalismo, más allá de tratarse de una mala palabra con la que se pretende estigmatizar las ideas liberales en general. Pero la verdad es muy otra: sí, en efecto, a veces «neoliberalismo» se utiliza como vituperio, aunque se trata de una versión del liberalismo que tiene fecha y lugar de nacimiento bien precisos, autores fundacionales tan destacados como fácilmente identificables, gobiernos de aquí y de allá que han hecho aplicación de sus políticas, centros académicos que difunden sus planteamientos en todo el mundo, sobre todo en materias económicas, porque el neoliberalismo se caracteriza por enfatizar hasta el extremo la doctrina económica liberal y mirar en menos su doctrina política y ética.

¿Liberal Vargas Llosa? Ciertamente, y en los tres sentidos recién indicados, pero poniendo demasiado énfasis en el liberalismo económico. Es efectivo que en su libro se encuentran algunos párrafos elocuentes contra un liberalismo económico sectario, pero lo que prevalece es la cerrada admiración por un autor como Hayek y un gobernante como Margaret Thatcher, dos portaestandartes del neoliberalismo más radical. Si como reconoce el escritor peruano, «todo liberal debe ser un agitador», ¿por qué no agitar más contra el capitalismo neoliberal hegemónico de nuestros días, social y medioambientalmente irresponsable?