Agustín Squella - Constituyente Distrito 7
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24/08/2018

«Doble estándar puro y duro, como si los DD.HH. tuvieran un valor distinto según si el gobierno que los viola cuenta o no con nuestra aprobación».

Los derechos humanos no son de izquierda ni de derecha. Son universales. Adscriben a todo individuo, sin importar su etnia, género, color, idioma, ideas políticas, situación económica o social. Es por eso que se les llama «derechos fundamentales», puesto que, a diferencia de otros derechos, no dependen de actos que se celebren ni de posiciones que se ocupen. La condición humana es la única calidad que se requiere para ser titular de los derechos fundamentales.

Tales derechos no existieron siempre. Son un producto de la modernidad. Es a partir de los siglos XVII y XVIII que empezó a hablarse de ellos bajo ese nombre y a incorporarlos en los ordenamientos jurídicos de los Estados y, más tarde, en declaraciones y tratados internacionales sobre la materia, sin perjuicio de que antes de ese tiempo haya precedentes de los modernos derechos humanos. Lo nuevo se teje en lo viejo, y así, por ejemplo, la Carta Magna de 1215 es un antecedente de nuestros actuales derechos humanos, como lo son los Decretos de la Curia de León (1188) y los Concilios de Toledo del siglo VII. En un libro del Antiguo Testamento -el Deuteronomio-, es posible encontrar un antecedente del derecho de asilo («No entregarás a su amo a un esclavo que se haya refugiado en tu casa») y hasta de los modernos derechos sociales («Te doy este mandato: abrirás tu mano a tu hermano, al necesitado y al pobre de tu tierra»).

Incorporados al derecho interno de los Estados, los derechos humanos, a partir de la Declaración Universal de 1948, han pasado también a formar parte del derecho internacional, de manera que tenemos hoy un auténtico derecho internacional de los derechos humanos. Así las cosas, cada vez que alguien pregunta qué son los derechos humanos, o dónde se encuentran, se le puede indicar tanto el capítulo de la Constitución Política de su Estado que los consagra como los tratados que existen sobre la materia. Tienen hoy los derechos humanos una base de sustentación objetiva en el derecho nacional e internacional, y no están entregados al capricho o la ideología de nadie.

Los derechos humanos, que no son de izquierda ni de derecha, han sido violados por gobiernos de uno y otro sector, aunque la situación más intolerable sucede cuando las violaciones tienen carácter prolongado, masivo, sistemático, y son llevadas a cabo por agentes del Estado reclutados y financiados con ese propósito, tal como ocurrió con la dictadura militar chilena y con los regímenes comunistas. Dicha circunstancia es la que obliga a reclamar siempre que se los viole, sin importar si se comparte o no la ideología del gobierno que incurre en las violaciones. Esto último resulta obvio, pero a diario vemos la práctica contraria: si se apoya una dictadura, sus violaciones a los derechos humanos no importan, importan menos, parecen inevitables o deben ser entendidas en un contexto que las justifica; en cambio, si se rechaza una dictadura, las violaciones en que ella incurre son condenadas de manera absoluta y sin apelar a ninguna de las excusas de las que se echa mano en el caso de aquella dictadura que se aprueba. Doble estándar puro y duro, tanto de sectores de izquierda como de derecha, como si los derechos humanos tuvieran un valor distinto según si el gobierno que los viola cuenta o no con nuestra aprobación.

Más allá del debate sobre el Museo de la Memoria, sería bueno ampliar la discusión a los derechos humanos en general, a su concepto, a las diferentes maneras que hay de fundamentarlos, a su historia, a sus distintas clases o generaciones, a la relación entre el derecho nacional y el derecho internacional. Damos por supuesto que todos sabemos de eso, pero la verdad es que muchas veces lo desconocemos. Lo único que sabemos es que los derechos humanos importan y que deben ser reclamados en todo caso, aunque solemos ignorar los aspectos recién señalados. Lo que nos falta es educación en derechos humanos y hasta una mínima información sobre ellos.

Tengo la seguridad de que los jóvenes que visitan nuestro Museo de la Memoria salen de él con la inquietud de que tienen mucho que aprender sobre derechos humanos. Lejos de estar allí para horrorizar (el horror lo produjeron otros), el museo mueve a la reflexión sobre los derechos humanos y sobre la forma de gobierno que rinde mejor examen ante ellos: la democracia.