Agustín Squella - Constituyente Distrito 7
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21/09/2018

«Los castaños levantan el espíritu cuando brotan en julio y lo hunden en el momento de enero en que empiezan a perder sus hojas».

Comienza la primavera y pienso en la bellísima secuencia de uno de los mejores filmes de Federico Fellini -«Amarcord»-, aquella en que la población de una pequeña ciudad costera del norte de Italia se lanza por la noche a las calles, la mayoría vestida todavía con ropa de invierno, y la Gradisca, interpretada por una magnífica Magali Noël, grita a voz en cuello «¡Termina el invierno y comienza la primavera!». Lo dice en italiano, claro está, mientras los jóvenes lanzan muebles viejos a la enorme hoguera que han encendido en la plaza y suena la música orquestada de «La cucaracha, la cucaracha, ya no puede caminar, porque no tiene, porque le faltan, las dos patitas de atrás».
Fiesta, pura fiesta: así es la llegada de la primavera.

El momento más inquietante de esa inolvidable película se produce cuando parte del pueblo sube a unos botes y otras embarcaciones menores y se interna mar adentro para ver pasar al «Gran Rex», el enorme trasatlántico blanco que surcará alta mar cerca de la medianoche. Entre los curiosos va el ciego del pueblo con su acordeón, y cuando escucha las exclamaciones de los demás ante la imponente aparición de «Gran Rex» en medio de la niebla, solo atina a preguntar una y otra vez, moviendo la cabeza a lado y lado, «¿cómo es, cómo es?».

A mí la primavera se me adelanta todos los años en 9 castaños que crecen en un rincón del Valparaíso Sporting Club por el que paso prácticamente a diario. Están allí, simplemente, pero echan sus brotes en julio, las primeras hojas aparecen en agosto y ya a inicios de septiembre se muestran bien crecidas. Aparecen también las flores y uno tiene la impresión de que la primavera se ha adelantado. Pero nada de eso. La primavera nunca se adelanta, son esos árboles los que lo hacen, templando con su presencia el rigor de meses tan oscuros como julio y fríos como agosto. El precio de este bien es que ya en enero las hojas de mis castaños tempranos empiezan a tomar el color cobre que anticipa su caída a tierra. Así como de algún modo parecen adelantar la primavera, esos árboles hacen otro tanto con el otoño, mostrándolo dos meses antes de su inicio oficial. Una por otra. Para ganar algo hay que perder algo. Los castaños levantan el espíritu cuando brotan en julio y lo hunden en el momento de enero en que empiezan a perder sus hojas.
Cerca de allí hay muchos otros castaños, tantos que dan nombre a la hermosa calle que une la avenida Uno Norte con Sausalito, hermosa porque en el bandejón central que separa sus dos vías crece también una buena cantidad de jacarandás, cuyas flores es preciso aguardar un par de meses más. Pero esos otros castaños no hacen lo de aquellos que inspiran esta columna. No se adelantan y siguen el ciclo normal de las estaciones. Lo más extraño es que uno de los 9 castaños se atrasa respecto de sus compañeros y solo ahora empieza a mostrar sus nuevas hojas. Así de inusitadas pueden ser las cosas en la naturaleza y sus prodigios.

Amigos que saben de estos asuntos me dicen que todo se debe a la humedad del lugar en que crecen mis castaños. Puede ser, aunque yo prefiero creer que están allí y que hacen lo que hacen, desfasados, para darnos una señal que cada cual pueda interpretar a su manera.
Otros amigos, también atentos a este tipo de cosas, agregan que con los aromos pasa lo mismo, que adelantan la primavera, aunque la verdad es que no es así. El aromo no adelanta la primavera, es simplemente un árbol que florece en invierno. Otro tipo de desfase, si ustedes quieren, y hay que agradecerle que todos los años aparezca aquí y allá con sus dulces y brillantes flores amarillas. Los aromos no adelantan la primavera; irrumpen en el invierno. Son infiltrados.

En el momento que esta columna se publica ha cesado ya la música chilena que atronó durante la semana en el Sporting, a pocos metros de mis castaños. Me voy a ganar la reprobación de muchos, pero no se trata de una música que aprecie especialmente, salvo que se interprete con la voz de Violeta Parra cuando canta «para mi tristeza, violeta azul, clavelina roja pa’ mi pasión».