Agustín Squella - Constituyente Distrito 7
Top
16/11/2018

«¿Vamos a reconocer los derechos humanos como una unidad o a quedarnos con la parte de ellos que cuadra con nuestras ideas y preferencias?».

El doble estándar es práctica frecuente. Todos caemos en ella, y habituados también a la crítica y poco a la autocrítica, condenamos el doble estándar de los demás pero jamás el propio. Parecido a ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio. Pero no se trata solo de una mala práctica local, sino universal. Basta seguir un poco la realidad internacional para darse cuenta de que, aquí y allá, o sea, en todas partes, casi nunca se mide con la misma vara a las personas y situaciones que están en una condición semejante. Lo que suele hacerse es expresar, silenciar o acomodar el juicio a las preferencias o rechazos que previamente tenemos sobre lo que juzgamos. El doble estándar es una especie de falsedad, parecido entonces a la mentira, pero no igual a esta. En el caso de la mentira decimos algo distinto a lo que es o a lo que sabemos, mientras que en el del doble estándar decimos u ocultamos lo que conviene a nuestras posiciones con el propósito de sustraerlas a la crítica que podrían merecer.

Tratándose de los derechos humanos, el doble estándar es muy frecuente. Si pasan por encima de ellos gobernantes que no son de nuestra preferencia, alzamos la voz, denunciamos el hecho y pedimos la inmediata intervención de organismos y tribunales internacionales para que se hagan presentes y corrijan la situación; pero si los que violan los derechos humanos son gobiernos de nuestro agrado, sus violaciones a los derechos humanos no existen, son solo presuntas, forman parte de una campaña de desprestigio de los opositores, y en nombre de la soberanía nacional, y el principio de no intervención rechazamos la presencia de cualquier organismo que pretenda verificar la situación de los derechos.

Sectores de izquierda contrarios a la dictadura de Pinochet pedían aquí la intervención de tales organismos entre 1973 y 1990, pero la rechazaban cuando esa misma intervención era solicitada para controlar violaciones a los derechos humanos en las entonces dictaduras del este de Europa o de Cuba. Sectores de nuestra derecha piden hoy para Nicaragua y Venezuela la intervención de los organismos internacionales que resistieron con dientes y muelas en tiempos de la dictadura de Pinochet. Para las violaciones a los derechos humanos que aprobamos o nos son indiferentes, siempre hay un contexto que las justifica; en cambio, para aquellas que rechazamos el contexto no existe y es solo un ardid para justificar lo injustificable.

Pero en el caso de los derechos humanos hay otro doble estándar que denunciar: el de aquellos que reconocen como tales derechos solo a aquellos que mejor cuadran con su ideología y niegan el carácter de derechos fundamentales a aquellos que responden a otra ideología. Así, Marx se burló de la primera generación de derechos humanos -la de los derechos personales- por estar basados en la doctrina liberal que él rechazaba, mientras que los neoliberales de hoy niegan la existencia de los derechos de tercera generación -los derechos sociales- por hallarse inspirados en las doctrinas socialista y socialcristiana que a ellos repugnan. De los derechos personales, Marx afirmó que eran prerrogativas de una burguesía victoriosa transformadas en ley, mientras los neoliberales sostienen que los derechos sociales son un invento de los izquierdistas para expropiar bienes a los que tienen más y acabar con la propiedad privada.

Ese segundo doble estándar lo vemos todos los días. Así, por ejemplo, se afirma que los derechos sociales no pueden ser derechos de carácter universal porque cuestan mucho dinero, omitiendo mencionar el también mucho dinero que cuesta mantener tribunales, fiscalías, cárceles y cuerpos de policía para proteger derechos personales como el de propiedad, como dinero se necesita también en el caso de los derechos políticos, o de segunda generación, a fin de dar financiamiento a los partidos, mantener servicios y tribunales electorales, organizar elecciones, etcétera.
Se puede tolerar el doble estándar en asuntos triviales; por ejemplo, nuestras preferencias futbolísticas. ¿Pero puede aceptarse tratándose de los derechos humanos? ¿Vamos a reconocerlos como una unidad o a quedarnos con la parte de ellos que cuadra con nuestras ideas y preferencias?