Agustín Squella - Constituyente Distrito 7
Top
25/01/2019

«Si el acoso amenaza o limita la libertad de la víctima, la violencia la suprime por completo».

Con el fin de llegar a alguna conclusión sobre cuáles serían reprobables y cuáles no, me he preguntado sobre diferentes conductas que hombres adultos pueden tener ante mujeres igualmente adultas.
La primera es la indiferencia, ese estado de ánimo desabrido que se muestra cada vez que alguien no nos importa en absoluto, que no despierta la más mínima reacción a favor ni en contra.

La segunda es la neutralidad, que no es ya ausencia de toda afectividad, sino control de la que se pudiera tener. A un hombre, por ejemplo, le atrae una determinada mujer, pero no expresa ese sentimiento en lo más mínimo y permanece inexpresivo frente a ella. Difícil, pero se puede, o, cuando menos, se puede intentarlo.
Hasta ahora vamos bien: ni la indiferencia ni la neutralidad son comportamientos reprobables, por mucho que el segundo de ellos pudiera ser causa de una psicosis para quien lo observe a menudo. Lo normal cuando tenemos un sentimiento positivo es que lo expresemos de alguna manera, que lo hagamos saber al destinatario de nuestra simpatía, admiración o afecto.

Siguen luego la galantería y el agasajo. El agasajo es tratar con atención, hacer saber a otro que nos importa y que nos complace agradarlo, como es el caso de llegar con un regalo a casa de alguien que acabamos de conocer. La galantería es una acción obsequiosa, como abrir la puerta del automóvil a la mujer que se apresta a subir a él, o retirar un poco la silla que va a ocupar en la mesa, o dejarla entrar antes al ascensor que acaba de abrir sus puertas. Y, según me parece, todavía vamos bien. ¿Quién podría reprobar conductas como esas, si se trata de acciones con las que alguien obsequia o favorece a otro, sin esperar nada a cambio?

Los problemas pueden empezar con el piropo, o sea, con la acción expresa de destacar alguna cualidad de otro u otra. Así, el caballero que franqueó el ingreso al ascensor de una mujer desconocida podría luego, ya dentro de la caja, permanecer indiferente o neutral frente a ella. Tanto mejor, por cierto, pero también podría ceder a la tentación de piropearla por medio de algún dicho breve y elocuente del tipo «¡Qué bien luce usted!». He ahí lo que podría llamarse un piropo celebrador que, en cuanto tal, habría que juzgar al tenor de las circunstancias. Si la destinataria del piropo fuera una desconocida para el piropeador, la conducta de este podría ser objetada, mas no si ambos trabajaran en la misma oficina y ella entendiera que lo que se hace es celebrarla de una manera tan espontánea como inofensiva. Hay también el piropo humorístico, como aquel del inocente trabajador que gritó a una pelirroja que siguiera no más comiendo zanahorias. ¿Qué otra actitud fuera de sonreír cabe ante una expresión como esa? Pero está también el piropo ordinario, muy frecuente por lo demás; es decir, la expresión grosera del entusiasmo que produce algún atributo físico de una mujer, y ninguna tiene por qué tolerar una conducta como esa bajo ninguna circunstancia.
Hay también la coquetería, que puede incomodar, es cierto, pero que no pasa de hacerse notar, de un leve y controlado indicio que se da para expresar a alguien que nos atrae y que quisiéramos ir un poco más allá. La coquetería es más una señal que una conducta. Las lectoras dirán cuál es, sin embargo, el límite de ella.
Cuando la coquetería pasa ese límite se transforma ya en insinuación, que equivale a expresar interés o deseo sexual por otro, algo que sí puede ser reprochado a aquel que la hace, aunque siempre al tenor de las circunstancias. No es lo mismo que un joven se insinúe a su polola que a una desconocida.
Después de la insinuación vienen las conductas fuertemente reprobables en cualquier caso, como el acoso sexual y ni qué decir la violencia de ese tipo. No son lo mismo, sin embargo, puesto que si el acoso amenaza o limita la libertad de la víctima, la violencia la suprime por completo. Ambas conductas absolutamente condenables, la segunda lo es más que la primera.

Las distinciones suelen ayudarnos. ¿Ayudarán también en esta materia?
Si el acoso amenaza o limita la libertad de la víctima, la violencia la suprime por completo.