Agustín Squella - Constituyente Distrito 7
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14/06/2019

«Educación de calidad se pide, pero a veces se trata solo de educación de facilidad».

La primera es esta: nuestra educación de bajas calorías es el resultado del empobrecimiento que significa creer que vivimos para educarnos, nos educamos para tener oficios o puestos de trabajo, y trabajamos para obtener recursos y mejorar la productividad del país. Esa es la pendiente por la que nos hemos ido deslizando, olvidando que vivimos para mucho más que educarnos (entre otras cosas, para deseducarnos), que nos educamos para algo más que el trabajo, y que trabajamos no solo para conseguir ingresos y aumentar la riqueza del país. La educación continua es ya acoso, la educación como capacitación o precalentamiento laboral es una lógica extendida, y la idea del trabajo ligado solo a factores económicos se ha impuesto por doquier.

Segunda: hemos dado excesiva importancia a la educación formal, a aquella que tiene lugar en establecimientos y salas de clase, y hemos olvidado que niños y jóvenes se educan también en la casa en que viven, en la familia que comparten, en la calle, en los recreos, en el cine, en los campos de deporte, frente al computador, y en otros lugares y actividades.

Tercera: caímos también en el cazabobos de que a colegios y universidades se va solo a aprender a aprender, o sea, a no aprender absolutamente nada, lo cual trae consigo que las universidades tengan que implementar cursos remediales que suplan las carencias con que llegan los egresados de la enseñanza media. Como ningún nivel de la enseñanza parece estar cumpliendo su misión, es posible que dentro de poco los magísteres universitarios tengan que remediar los defectos de las carreras de pregrado, y que los programas de doctorado tengan que hacer otro tanto con las debilidades de los magísteres. Ocurre también que simples ciclos de conferencias se ofrezcan como diplomados, ciertos diplomados como magísteres, y algunos de estos como doctorados.

Cuarta: otro cazabobos ha sido el de que la educación es un juego, afirmación tan repetida que niños y jóvenes acabaron creyéndosela hasta rechazar hoy mayores exigencias, incluso en la que por algo se llama educación “superior” y, todavía más, en el nivel a su vez superior de esta última: las universidades. No se advierte que la universidad es doblemente superior: forma parte de las instituciones de educación superior y es también la superior de todas ellas. Educación de calidad se pide, pero a veces se trata solo de educación de facilidad.

Quinta: olvidamos que la calidad y reputación de las universidades depende en parte importante de la calidad de sus estudiantes, y la mayoría de ellas matricula entonces grandes cantidades de alumnos sin mayores calificaciones, a los que retienen a como dé lugar, más atentos a que estos paguen, o a que lo haga el Estado, a que rindan académicamente.

Sexta: tradicionalmente críticos de los jóvenes que estudiaban solo para la nota, los establecimientos educacionales han caído en lo mismo: trabajan para las pruebas nacionales e internacionales de cuyos resultados depende el lugar en que aparecerán en los rankings que publican los medios. Preocupación por el prestigio, entonces, y ni siquiera: solo por la imagen.

Séptima: preocupados de qué enseñar (asignaturas, materias) y de cómo hacerlo (métodos), hemos descuidado los objetivos de la enseñanza, o sea, para qué enseñar, despachando esta última pregunta con alguna declaración rimbombante que se incluye en los proyectos educativos y en los estatutos de los establecimientos.

Octava: liviana adopción del lenguaje de la economía para decir a los jóvenes que su educación es “capital cultural”, sus relaciones “capital social”, sus padres trabajadores “recursos humanos”, y ellos, como los demás electores de su distrito, “capital político” de los parlamentarios que resultan elegidos.

Novena: hemos inducido en los jóvenes la idea de que la feliz condición de consumidores (seguida de la muy infeliz de deudores) es superior a la de ciudadanos, sin reconocer que el endeudamiento crónico no es solo un vínculo económico entre acreedores y deudores, sino una relación política de sujeción y servidumbre.

Décima: hemos puesto el énfasis en los derechos estudiantiles, como tiene que ser, aunque con menoscabo de una pareja cultura de los deberes, y con abandono de la idea de que los resultados de la educación dependen en buena medida del esfuerzo individual de docentes y estudiantes.