Agustín Squella - Constituyente Distrito 7
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28/06/2019

«Los hinchas del fútbol se conducen mejor que los ciudadanos: no abandonan el estadio cuando su equipo juega mal».

Cuando los políticos andan mal, anda mal la política, y puede empezar a hacerlo también la democracia. Los políticos son individuos, la política una actividad, y la democracia una forma de hacer política, y lo que ocurre es que el desprestigio de los primeros contamina a la segunda y el de esta a la tercera. La pendiente resbaladiza parte por la mala evaluación que los ciudadanos hacen de los políticos, sigue por la que formulan a la política, y acaba con la que pueden hacer a la democracia. Esa es la cuesta abajo que muestra los graves efectos que puede tener la existencia de una clase política que no se comporta a la altura: se desacredita ella y, de paso, desprestigia a la actividad que realiza, y, al final, desmerece el valor de la democracia a los ojos de los ciudadanos. ¿Valoración decreciente de la democracia en nuestros días? En parte muy importante ello se debe a la mala evaluación que se hace de los políticos y a los juicios negativos que merece también la política.

La solución está entonces en manos de los políticos y en la responsabilidad que les cabe en la calidad de la política que hacen, porque la mala calidad de esta no tarda en traducirse en una también deficiente calidad de la democracia. ¿Reaccionarán a tiempo o empezará a imponerse la engañosa figura de los políticos que se presentan como no políticos y ajenos a los vicios en que estos incurren?

Ya sabemos lo que pasa cuando la democracia sale del escenario: entra un general vestido con uniforme regular o verde oliva —para el caso da lo mismo— que pone una pistola sobre la mesa y declara terminada toda discusión. Una alternativa peor que cualquiera, desde luego, pero en la que nuestros políticos no deberían escudarse para continuar con sus malas prácticas y la deficiente calidad de lo que hacen. Eso es lo que intentan, por ejemplo, cuando pervierten los partidos en que militan y salen a decir por la prensa que sin partidos políticos no hay democracia, como si por eso todos tuviéramos que tolerar las tropelías en que al interior de los partidos incurren sus distintas “sensibilidades”, como les gusta llamar a los grupos de poder que se disputan el control interno de las colectividades. Si los partidos son fundamentales para la democracia, que lo son, entonces sus dirigentes y militantes son quienes tienen la responsabilidad por el estado en que se encuentran y las acciones que realizan, y no los telespectadores que les escuchamos decir que sin partidos no hay democracia y que es necesario mejorar la calidad de estos y de la política.

¿Qué diríamos a un futbolista que ante malos resultados de su equipo nos dijera que hay que mejorar la calidad del juego? “¡Juega bien!”, le responderíamos, “¡y no traslades el problema a los hinchas!”.

En el caso de los políticos, los hinchas son los ciudadanos, si bien se trata de algo más que hinchas, porque ellos también juegan, son participantes y no espectadores, aunque muchas veces se niegan a comportarse como tales, partiendo por el menos exigente de sus deberes: votar. Se niegan a participar echándole la culpa a la política y a los políticos y no hacen nada para elegir, si no a los mejores, al menos no a los peores. Los hinchas del fútbol se conducen mejor que los ciudadanos: no abandonan el estadio cuando su equipo juega mal, sino que sacan la voz en las tribunas, y a veces algo más que la voz, para protestar y exigir un juego mejor. Pareciera que solo en el fútbol podemos hoy mostrarnos apasionados, mientras que en otros asuntos nos contentamos con la indiferencia o el cinismo. Pero eso solo hasta el momento en que algún proyecto o decisión de la autoridad toque nuestros intereses personales, porque en tal caso, y solo entonces, somos capaces de salir a protestar.

La cultura democrática de un país depende no solo de quienes se dedican a la actividad política. Depende también de ciudadanos que no hayan pisado el palito de transformarse en consumidores rendidos a sus deseos antes que a sus necesidades y condenados a la prisión perpetua de las deudas.