Agustín Squella - Constituyente Distrito 7
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12/07/2019

«Más allá de lo que diga nuestra Constitución, ¿es Chile una república? Parcialmente no más».

Chile es una república, decimos, y así lo declaró la Constitución de 1980, cuyo texto puntualizó que se trata de una “república democrática”, aunque sabemos que aquello de “democrática” no estaba en el espíritu de quienes redactaron esa Constitución, salvo que creyeran que una “democracia protegida” era realmente una democracia, tal como las dictaduras comunistas proclamaron una “democracia proletaria”, Hitler una “real”, los hermanos Castro una “popular”, y hoy, Maduro, una “democracia bolivariana”. Allí donde veamos un adjetivo junto a “democracia” hay que huir a perderse, puesto que lo más probable es que ese adjetivo haya vaciado de contenido al sustantivo. Palabras comadreja, se suele decir, porque ese mamífero puede tragar el contenido de un huevo sin quebrar la cáscara.

“República” es uno de los términos más socorridos del lenguaje político y le ha ocurrido lo que a otros: se ha banalizado. En nuestro país se utiliza por referencia a ciertos actos protocolares, tales como funerales de Estado de un ex primer mandatario o la cuenta del Presidente ante el Congreso Pleno, que tienen un carácter muy formal y que poseerían la virtud de transmitir una cierta emoción patriótica a quienes los protagonizan o siguen por la televisión. Ocasiones como esas son celebradas por sus protagonistas aludiendo al espíritu republicano que reinaría en ellas, mientras los periodistas que las cubren emplean la misma palabra para dar cuenta de lo que se encuentran presenciando. Pero un uso como ese se queda muy corto si se rastrea el origen de “república”, una palabra romana en algún sentido equivalente a aquella que utilizaron los antiguos griegos cuando hablaron de “democracia”.

Entre los varios sentidos de “república”, hay uno tan claro como antiguo: república es lo que se opone a monarquía, es decir, al gobierno de uno solo y en beneficio de ese mismo y solitario gobernante. Así, cuando las colonias de América Latina consiguieron independizarse de la corona española, lo que se proclamó fue la instauración de la república. En tal sentido, Chile es una república, y eso desde hace más de 200 años, aunque cuando se utiliza hoy esa palabra puede decirse algo más que lo opuesto a monarquía y mucho más que una ceremonia que convoca a todos y tiene una carga emocional patriótica.

Según hemos destacado en otra columna, “república” alude a una manera de ejercer el poder a favor de lo público, de lo que es de todos, del bien colectivo o común, y no en beneficio de los que gobiernan o de algún grupo en particular. Se trata del modo de gobernar de quienes son capaces de alzarse por encima del torbellino de los intereses individuales y sectoriales, incluidos los propios. Así de exigente es una república, puesto que todos tenemos tendencia a presentar nuestros intereses como si se tratara de asuntos colectivos, del interés de todos, dado que de esa manera tenemos más probabilidades de hacerlos prevalecer. Vista de este modo, la república se relaciona con la virtud, con la virtud de los gobernantes, desde luego, pero también con la de los gobernados, y se trata de un ideal político y moral que no basta con estamparlo en una Constitución. Las virtudes se practican, no se declaran.
Entonces, ¿cómo puede ser posible una república en sociedades en que predomina la autonomía de los individuos para definir sus intereses y luchar por ellos sin consideración por los de los demás ni menos por aquellos que pudieran considerarse de todos? ¿Cómo puede serlo cuando la palabra “virtud” es ya un anacronismo? ¿Cómo, si un partido corrompe su padrón electoral, empresarios se coluden en los precios de productos básicos, o se invoca la seguridad nacional para gastar millones en flores, pulseras, chocolates, lapiceras, y mesadas para exjefes del Ejército? ¿Cómo, si el verbo “conversar” ha sido desplazado por “protestar” y “reprimir”? ¿Y cómo, con padres en manada intentando dar caza en las calles a los adolescentes que no saben mantener en sus casas?

Más allá de lo que diga nuestra Constitución y de que un partido político se haya vestido ahora con la palabra “republicano”, ¿es Chile una república? Parcialmente no más. Pero como la república es un ideal, a ver si conseguimos avanzar hacia ella.