Agustín Squella - Constituyente Distrito 7
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29/05/2020

«Ahora que estamos con muchos problemas, todo aconseja no desconocerlos y tampoco separarlos de los que traíamos antes».

Karl Popper, el gran filósofo liberal que intentó sin éxito convencer a Hayek que invitara a algunos socialistas a la reunión en los alpes suizos de la que surgió la neoliberal Sociedad Mont Pelerin (a Popper le gustaba más el debate de ideas que la cerrazón sobre las propias), estaba convencido de que todos somos filósofos y no únicamente aquellos que han hecho estudios de filosofía y la cultivan, enseñan o divulgan de alguna manera.

Todos seríamos filósofos porque todos nos hacemos preguntas filosóficas: cuál es el objetivo de la vida humana sobre la tierra, qué sentido tiene nuestra existencia y la de los demás, es la justicia social una meta deseable o se trata solo de un espejismo, debemos o no comportarnos fraternalmente unos con otros, etc. Es por eso que en algunos espacios del diario, incluido aquel en el que se expresan los lectores, es frecuente encontrar auténticas reflexiones y planteamientos filosóficos, especialmente en los tiempos actuales. El sentido de la vida y el de nuestras existencias individuales, sin ir más lejos, ha sido un tema recurrente con motivo de la pandemia que estamos pasando, y si pongo “pasando” y no “viviendo” es para introducir una leve nota de optimismo y sugerir que la pandemia también pasará, salvo que ahora, equivocadamente, sigamos hablando de “pandemia económica” y de “pandemia social”.

Pandemia es una enfermedad extendida por el planeta (en eso estamos), y está produciendo graves efectos sanitarios, económicos, sociales y hasta políticos (el plebiscito tuvo que ser diferido), pero no se debería utilizar la misma palabra —“pandemia”— para la causa (la enfermedad) que para los efectos que ella ha producido. No hay “pandemia sanitaria” ni tampoco “económica” ni “social”, sino crisis sanitaria, económica y social. ¿Cuestión de palabras? En efecto, pero las palabras importan, puesto que pensamos y nos comunicamos con ellas, y hasta construimos realidades a partir de ellas. Decretar “pandemia” para los efectos del covid-19 sería una manera de prolongar la pandemia por tiempo indefinido, dado que los efectos sanitarios, económicos y sociales se extenderán largamente después de terminada la enfermedad.

El filósofo Daniel Innerarity, invitado a la tribuna ahora online de Puerto de Ideas, sostiene que no se hace filosofía para resolver problemas, sino para salvar los problemas, esto es, para no olvidarnos de ellos, para no pasar de largo, para no tener la actitud superficial y complaciente de aquellos que creen que los grandes problemas no existen o son solo un inútil quebradero de cabeza, y para alejarse también de ese conservadurismo algo cínico que llama a pensar con los pies en la tierra, o sea, sin ilusiones ni esperanzas, sin deseos tampoco, sin propósitos de mejorar el estado de las cosas.

Salvar los problemas: he ahí el cometido de la filosofía. Salvarlos y hablar acerca de ellos, como si la humanidad y su historia no fueran más que una larga e ininterrumpida conversación junto a la hoguera. Una conversación en la que caben todos y de la que no podemos esperar el hallazgo de alguna verdad absoluta y perenne, y en la que, por el contrario, de lo que se trata es de encarar problemas contingentes a medida que se van presentando y cuyas soluciones de hoy podrían producir mañana nuevos problemas. En esa conversación de la humanidad, sostuvo Richard Rorty, a los filósofos no les cabe tomar la batuta, sino animar la plática y llevar leños a la hoguera para que el fuego no decaiga ni los que conversan sientan frío y abandonen el lugar.

Fernando Savater, colega de Innerarity, aporta lo suyo: no hacemos filosofía para salir de dudas —dice—, sino para entrar en ellas. Y ahora, que estamos con muchos problemas, todo aconseja no desconocerlos y tampoco separarlos de los que traíamos como país antes de la pandemia ni menos negar nuestros antiguos problemas económicos, sociales y constitucionales solo porque se han vuelto más graves. Esa mayor gravedad de hoy debería hacer pensar a quienes sostenían que ayer vivíamos en el mejor de los mundos. ¿Ha sido necesaria una pandemia para darnos cuenta de los muchísimos compatriotas que vivían largo tiempo en muy precarias condiciones materiales de existencia?