Agustín Squella - Constituyente Distrito 7
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24/07/2020

«Para intelectual no se estudia. Es algo así como una opción que se hace para salir al encuentro de asuntos de interés público».

Los intelectuales han estado muy presentes en el curso de la pandemia. Algunos precipitadamente, otros con contención; a veces muy seguros de sí mismos, otras dubitativos y vacilantes; en ocasiones procurando interpretar el presente y en muchas pretendiendo auscultar el futuro; algunas veces para invitarnos a pensar en conjunto y otras con la intención de notificarnos lo que ellos tienen ya completamente claro; y a menudo para vaticinar que algo cambiará o no cambiará en el futuro según sean las preferencias o intereses que esos mismos intelectuales venían defendiendo desde mucho antes de la pandemia. Los intelectuales no son neutrales y tienden a llevar agua a sus molinos. Así, los que son partidarios del capitalismo se apresuran a decir que este no cambiará un ápice como consecuencia de la pandemia, mientras que los detractores de ese sistema profetizan que sus días están contados. Otro famosísimo intelectual delira con el advenimiento de un “comunismo renovado”.

Entonces, abundan hoy los intelectuales que toman escasa distancia de los hechos y todavía menos respecto de sí mismos, sus impulsos y sus prejuicios.

¿Pero qué es un intelectual? ¿Qué hace un intelectual? ¿A quiénes es posible adjudicar esa palabra?

Un intelectual es alguien que lee, piensa, reflexiona, escribe, imparte docencia a nivel superior, gusta del debate y la confrontación de ideas, emite parecer público sobre temas que están más allá de su campo de formación y actividad profesional, e intenta influir en los demás y en las decisiones que se adoptan en la sociedad.
Más o menos eso es lo que hace un intelectual. En consecuencia, no se trata de una profesión ni nada que se le parezca. Para intelectual no se estudia. Es algo así como una opción que se hace para salir al encuentro de asuntos de interés público que están más allá del campo de especialización propio.
Un intelectual no es necesariamente una persona inteligente. Puede serlo, y tanto mejor, pero también puede no serlo. El mejor ejemplo que conozco fue el de aquel que allá por el 4 o 5 de septiembre de 1973 dio una conferencia titulada “Las 10 razones por las que no habrá golpe de Estado en Chile”. Tan contingente es la relación entre intelectuales e inteligencia que en mi caso, a quien suelen adjudicar esa condición, prefiero reconocerme como “un maldito intelectual”, expresión algo fuerte, lo sé, pero también eficaz para significar que un intelectual no es superior a los demás en inteligencia ni en ningún otro atributo.

Los intelectuales no tienen muy buena prensa. A veces se la han ganado, es cierto, ya por oscuros, ya por abrumarnos con citas cultas, ya por la seguridad y arrogancia que muestran, ya porque los planteamientos que hacen resultan demasiado generales, teóricos o impracticables. En tiempos en los que todo tiene que servir para algo, y ojalá de inmediato, los intelectuales parecen individuos que se pasan la vida desatando nudos que ellos mismos han hecho, una gente más bien floja e improductiva que en nada colabora al desarrollo de los países ni al bienestar de sus habitantes.
¿Se aman a sí mismos los intelectuales? No más que los médicos, los periodistas, los abogados, los políticos o los futbolistas. El narcisismo es un virus transversal con altísima capacidad de contagio. A menudo los intelectuales se muestran como seres torturados, o simplemente insatisfechos, disconformes con la sociedad y en ocasiones con ellos mismos, pero vaya en su descargo que su actividad tiene que ver más con la parte vacía que con la llena del vaso. No es que sean unos ingratos que no vean la parte llena, sino que les interesa poner más atención en la que permanece vacía, no vaya a ser que por mirar demasiado la parte llena caigan en el conformismo o la complacencia.
¿Escépticos los intelectuales? Casi siempre, aunque algunos llevan las cosas más lejos e incurren en un cinismo que pretende hacer pasar el pesimismo como un indicador de inteligencia.

¿Las redes sociales? No suelen ser muy queridas por los intelectuales, salvo aquellos que, al defecto de serlo, suman el exhibicionismo, el anhelo de reconocimiento y, ya viejos, como el que escribe, la melancólica pretensión de seguir vigentes.