Agustín Squella - Constituyente Distrito 7
Top
4/09/2020

«No habrá mayor acto de confianza en el país y en nosotros mismos que salir de casa el 25 de octubre para expresar nuestras convicciones».

El 25 de octubre estarán prohibidas las marchas, y, no obstante, ese día se producirá la más importante de todas: la marcha de los ciudadanos hacia los locales de votación para pronunciarse acerca de lo que ya sabemos, aprobación o rechazo del proceso que conduciría a una nueva Constitución y, a la vez, preferencia por que esa nueva Constitución sea estudiada y debatida por una Convención Mixta de parlamentarios y ciudadanos electos o por una íntegramente elegida por votación popular.

El 25 de octubre marchar será votar.

Ese día el voto continuará siendo voluntario, como si se tratara solo de un derecho y no también de un deber. Voluntario desde el punto de vista legal, por cierto, pero no desde una perspectiva política y moral. Ningún juez impondrá una multa a quienes no concurran a votar, pero así como existe una voz interior que las personas individualmente consideradas escuchan antes de tomar cualquier decisión importante, hay también una cierta voz interior de la sociedad en su conjunto, y es esta la que el 25 de octubre va a despertarnos temprano y a conducirnos hacia la mesa en que nos estarán esperando las papeletas que utilizaremos para pronunciarnos.

Algunos tendrán que vencer ese día la pereza electoral que vienen delatando los altos índices de abstención de nuestros últimos comicios. Otros tendrán que superar el fastidio acumulado durante años con todo lo que tenga que ver con la actividad política. Habrá también quienes tendrán que dominar el escepticismo acerca de que las cosas vayan a cambiar para ellos en algún sentido positivo. Pero, llegado el día, todos irán a votar. La de octubre no es una votación más, sino una a la que se nos convoca para decidir si por primera vez en la historia de un país que tiene ya más de 200 años de vida independiente queremos o no una Constitución que sea democrática tanto en su origen como en sus contenidos. No participar el 25 de octubre nos pondría en una situación tan difícil como explicarnos a nosotros mismos y a los demás por qué dejamos pasar esa oportunidad y por qué no fuimos capaces de formarnos opinión al respecto.

¿Que habríamos querido que esa votación hubiera tenido lugar en otras circunstancias? Por supuesto, pero la realidad es la que es y no queda más que enfrentarla. Se desaprovechó el proceso constitucional abierto por el gobierno anterior y se perdió así la ocasión de haber ido adelante con una nueva Constitución en un momento sin convulsiones sociales y sin pandemia. Cuando los problemas se minimizan, se eluden o derechamente se esconden, la realidad acaba tomándose la revancha y obliga a hacerse cargo de ellos en condiciones que, como ahora, distan de las mucho más favorables que existían al momento de mirar para el lado o de meter el problema constitucional bajo la alfombra.

No habrá mayor acto de confianza en el país y en nosotros mismos que salir de casa el 25 de octubre para expresar nuestras convicciones, cualesquiera que estas sean, porque, y se imponga una u otra de las alternativas, el resultado tendrá más legitimidad a ojos de ganadores y perdedores si la participación es muy alta.
“Las constituciones políticas no son a menudo verdaderas emanaciones del corazón de la sociedad, porque suelen ser dictadas por la parcialidad dominante o engendradas en la soledad del gabinete de un hombre que ni siquiera representa a un partido”.

¿Palabras de un crítico de la Constitución del 80 y que hoy llama a votar Apruebo? No, porque fueron escritas hace 172 años. ¿Por quién? Por Andrés Bello, quien no ocultó su preferencia por Constituciones que respondan a la soberanía popular y no al capricho o a la imposición de una determinada facción.
Todos invocamos la soberanía popular. La Constitución actual también habla de ella. Pues bien: esa soberanía popular es la que va a expresarse ahora y sería un gran contrasentido tenerle miedo a un principio en el que hemos dicho creer desde el inicio de la vida independiente de nuestro país, aunque sin ser muy fieles a él en materia constitucional, al menos hasta ahora.