Agustín Squella - Constituyente Distrito 7
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3/01/2021

«Nuestra democracia podría estar haciendo un giro, mas no para desaparecer o prestarse para engaños, sino para mejorar».

Vuelvo sobre lo que nos une —o sobre lo que creo que nos une, para no parecer candoroso—, partiendo por la democracia como forma de gobierno. La democracia, así, a secas, sin ninguno de los apellidos que autócratas y dictadores de los más diversos signos han utilizado para referirse a los gobiernos que encabezaron, aprovechándose así del prestigio que conserva el sustantivo “democracia”, aunque vaciándolo acto seguido con adjetivos tales como “real”, “orgánica”, “popular”, “bolivariana”, o “protegida”. En ese mismo orden fue que los siguientes personajes bautizaron a sus “democracias”: Hitler, Francisco Franco, Lenin y los hermanos Castro, y Nicolás Maduro. En cuanto al último de tales adjetivos, es demasiado próximo y conocido como para salir en busca de él fuera del país. Adjetivos como esos son lo que se llama “palabras comadreja”, una especie, la de las comadrejas, que tiene la aptitud de sorber completamente el contenido de un huevo sin romper su cáscara.

Pero tanto a derecha como a izquierda, según creo, hemos aprendido a valorar la democracia como forma de gobierno de la sociedad. Contó muchos enemigos en ambos sectores, y todavía tiene algunos, pero son ya una minoría, una minoría que por lo menos muestra el pudor de no pronunciarse abiertamente en contra de la democracia, o que, una vez más, trata de adosarle uno de esos adjetivos que en verdad no la califican, sino que la disuelven. La democracia no es perfecta (¿qué lo es?) y por eso hay que permanecer siempre atentos a ella y a la necesidad de hacerla mejor, pero sin que sus imperfecciones nos lleven al extremo de fastidiarnos y propugnar su reemplazo. Mejor democracia debemos exigir, pero no ausencia de ella. En América Latina sabemos bien lo que pasa cuando la democracia sale del escenario: entra un general vestido con uniforme regular o verde oliva (para el caso da lo mismo) que saca su revólver, lo pone sobre la mesa y declara terminada toda discusión.

Sin que constituyan adjetivos que la vacíen de contenido, la democracia actual es representativa, participativa y deliberativa, y en esas mismas tres características ella se encuentra en crisis a nivel del completo planeta, tanto que la cosa podría ser más que una crisis. Podría tratarse ya de decadencia, o de colapso, aunque hay todavía una cuarta y más auspiciosa alternativa: transformación. Nuestra democracia podría estar haciendo un giro, mas no para desaparecer o prestarse para engaños, sino para mejorar; por ejemplo, adoptando más y mejores modalidades de democracia directa, sin perder por ello su carácter representativo. La iniciativa popular de ley, el mandato revocatorio de autoridades que han sido elegidas por votación popular, los plebiscitos, son algunas de esas modalidades y veo como algo seguro que una nueva Constitución las va a adoptar en nuestro país.

¿Por qué haber preferido y continuar prefiriendo la democracia? Se pueden dar varios tipos de razones, pero hay una que me hace mucha fuerza: vista desde un punto de vista histórico y presente, se trata de la forma de gobierno que mejor examen rinde en cuanto a declaración, garantía y promoción de los derechos fundamentales. No saca un 7 en ese examen (¿qué o quién lo saca?), sino una nota menor, y a veces mucho menor, pero tiene la ventaja adicional de que, existiendo prensa libre y libertades de expresión, reunión y asociación en las sociedades que se gobiernan democráticamente, las violaciones a los derechos humanos pueden ser denunciadas, juzgadas y sancionadas, al revés de lo que ocurre en las dictaduras. ¿Qué tuvo que pasar en Chile para que se conocieran y reconocieran graves violaciones a los derechos humanos que se prolongaron durante 17 años? Que volviera la democracia, incluso en una versión tan limitada como ocurrió en 1990.

La democracia funciona sobre la base de un presupuesto que repetimos constantemente —el principio de soberanía popular—, pero del que, a las puertas de una votación popular que temen perder, algunos se podrían olvidar fácilmente e incluso ponerlo en duda y hasta denostarlo. Pues bien: ese principio es el que está a la base de nuestro próximo plebiscito, y lo que debemos es honrar dicho principio y no temerle.