Agustín Squella - Constituyente Distrito 7
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7/01/2021

«Amor de sí es autoprotección para estar en mejores condiciones de proteger a los demás».

Un principio a tener en cuenta es el que hace más de 150 años enunció John Stuart Mill en su magnífico texto Sobre la Libertad, y que dice lo siguiente: “El único fin por el cual es justificable que la humanidad, individual o colectivamente, se entremeta en la libertad de acción de uno cualquiera de sus miembros es su propia protección. Que la única finalidad por la cual el poder puede, con pleno derecho, ser ejercido sobre un miembro de la comunidad civilizada contra su voluntad es evitar que perjudique a los demás. Su propio bien, físico o moral, no es justificación suficiente”.

Los liberales citan (citamos) a menudo ese clarísimo pensamiento de Mill que, como todo principio, puede guiar el análisis de situaciones concretas en las que se pregunte por el derecho de la sociedad a interferir en las preferencias y determinaciones de los individuos, si bien no puede atribuírsele la fuerza de un postulado que, por sí solo, permita resolver cada uno de los casos concretos que se presenten. Principios como ese tienen una clara capacidad orientadora, pero sin la pretensión de conducir a soluciones concluyentes en cada una de las situaciones reales en que se los invoque. Abrir espacio a la aplicación de principios equivale a utilizar en pleno viaje una brújula que señala una dirección a seguir y no un preciso puerto de llegada que alcanzar.

Otra dificultad en el caso del principio de Mill tiene que ver con la diferencia de los criterios que, de hecho, suelen utilizarse cada vez que nos preguntamos si una determinada conducta de un sujeto lo daña solo a él o si también perjudica a otros. Una buena orientación al respecto, proporcionada por el propio filósofo inglés, consiste en distinguir entre daño directo a otros y daño contingente o eventual, de modo que solo el primero permitiría reprobar socialmente la actuación de un sujeto. Sin embargo, la pauta para precisar en cada caso si el daño es de una u otra clase —directo o eventual— no es tampoco única y perfectamente compartida por quienes evalúan la conducta de una persona.

Un jugador empedernido que pierde su trabajo debido a su adicción, ¿se daña a sí mismo o lo hace también con su comunidad más próxima, es decir, su familia? Una persona persistentemente descontrolada en el comer, no obstante las reiteradas indicaciones médicas en contrario, ¿afecta únicamente su propia salud o causa también perjuicios a los demás al requerir más tarde una costosa atención del sistema público de salud que destina a esa atención recursos que bien podría aplicarse a pacientes sin la más mínima responsabilidad en los males que les afectan? ¿Hay en el primero de esos ejemplos un daño directo (a la familia) y en el segundo solo uno contingente (a los demás pacientes que recurren al sistema público de salud)? ¿Y sería realmente directo el daño a la familia, en el primero de los casos, si el ludópata no pierde su trabajo y tiene la suerte de retirarse siempre ganancioso de los casinos que frecuenta? ¿Y es solo contingente el perjuicio social causado en el segundo de los casos si todos sabemos que los recursos de la salud pública son siempre insuficientes para atender las demandas que se le hacen?

Preguntas como esas, cualquiera sea la respuesta que se tenga, ponen de manifiesto que la deliberación moral es siempre necesaria y que, si bien guiada por ella, nunca es enteramente satisfecha por aplicación de un principio, por estimable que este nos parezca.

Los liberales, celosos de sus libertades, ponen límites a la acción de las autoridades políticas, incluso en tiempos de pandemia, porque temen que las restricciones sean abusivas o puedan prolongarse más allá de la crisis epidemiológica. Pero harían bien en meditar si acaso tales restricciones han sido impuestas solo en beneficio de ellos o también en el de los demás.

“Amor propio” es mirarse en el espejo, excesiva valoración propia, infatuación; en cambio, “amor de uno mismo” es cuidado de sí, pero no solo en favor de quien lo tiene, sino también como protección de los demás.

Amor de sí es autoprotección para estar en mejores condiciones de proteger a los demás, y la pregunta es si lo tendremos con ocasión de la inminente vacuna.