Agustín Squella - Constituyente Distrito 7
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25/02/2021

«Los independientes, de cualquier signo que sean, no son necesariamente enemigos de los partidos ni quieren tampoco acabar con estos».

La animadversión a los partidos políticos suele esconder una mal disimulada aversión a la democracia como forma de gobierno. Esta, nos guste o no, funciona sobre la base de los partidos, y es por eso que la mala salud de estos puede contagiar a la propia democracia. Ahí está lo grave de la malograda situación de los partidos, tanto en Chile como en buena parte del mundo. Primero se desprestigian los dirigentes, parlamentarios y otros representantes de los partidos, pero de ese desprestigio de ellos, de ellos como personas, como individuos, hemos pasado al de la política como actividad humana insoslayable en la vida en sociedad, y el riesgo mayor es que de la falta de confianza en la política se transite luego a la de la democracia como forma de hacer política. Esa es la pendiente resbaladiza que hemos ido recorriendo aceleradamente en las últimas décadas, aunque, y por fortuna, no hemos llegado al descrédito de la democracia, y así lo demostró la votación del pasado 25 de octubre. Esa forma de gobierno no se reduce al sufragio universal en votaciones populares, pero la que acabamos de tener en Chile mostró, y eso en medio de una pandemia, que cuando se juegan cosas que los ciudadanos juzgan importantes, se deciden con mayor facilidad a concurrir a los locales de votación cuando los convocan para pronunciarse.

Los dirigentes políticos, así como los militantes de los partidos, suelen reaccionar a las críticas que se les dirigen recordándonos que no hay democracia sin partidos políticos, aunque uno esperaría una mejor respuesta que esa, una respuesta que se hiciera cargo, una a una, de las fundadas críticas que se les formulan. Tampoco es una buena respuesta al deterioro en la calidad de la política que quienes se dedican a ella nos digan a cada instante que hay que mejorar dicha calidad. “¡Pues háganlo!”, podría uno replicarles. “¡Mejoren de una vez la calidad de lo que hacen!”, que es lo mismo que le diríamos al futbolista que cada vez que su equipo pierde un partido enfrentara micrófonos y cámaras de televisión solo para manifestar que hay que mejorar el juego del fin de semana y trabajar más en la preparación previa a los partidos.
Han andado mal nuestros partidos, todos ellos, de derecha a izquierda, y eso dura ya demasiado tiempo, de manera que, junto con perder militantes, han perdido credibilidad a los ojos de todos los ciudadanos. Pero también se han anotado algunos puntos a su favor, como el del acuerdo del 15 de noviembre de 2019 y, ahora, con su disposición a incorporar figuras independientes a sus listas partidarias que van a competir por lugares en la Convención Constitucional. Independientes afines a sus ideas, por cierto, porque la presentación política como tales solo dice de alguien que él no milita en un partido, aunque no aclara cuáles son sus ideas y posiciones políticas de fondo.

Independientes hay en la derecha, en la izquierda, en el centro, y lo que todo independiente tendría que aclarar es de qué lado más o menos se apunta. Todos tenemos ideas políticas, así militemos o no, todos tenemos alguna idea acerca del tipo de sociedad que deseamos para Chile y de los medios para conseguirla, y eso es lo que todo independiente, además de declararse como tal, tiene la obligación de puntualizar y hacer público, sobre todo si compite por una posición en la sociedad que depende de una votación popular.

Dicho lo anterior, hay algunos que se enojan hoy con los independientes y con el hecho de que estos postulen a cargos de representación popular. Son los mismos que, a la vez, critican duramente a los partidos, de manera que habría que preguntarles en qué tipo de ángeles están pensando para la próxima Convención Constitucional. Pues bien: los independientes, de cualquier signo que sean, no son necesariamente enemigos de los partidos ni quieren tampoco acabar con estos y reemplazarlos. Solo aspiran a sumarse a ellos y a competir en igualdad de condiciones, ampliando de ese modo la oferta que cada votante encuentra en la papeleta electoral, especialmente en el caso de una elección nada común en la que se trata de elegir integrantes de una Convención Constitucional.