Agustín Squella - Constituyente Distrito 7
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Parece una pregunta fácil de contestar, pero no lo es. ¿Quién es uno si todos somos más de uno? En verdad, somos más de uno. Alguien ha dicho que cada persona es un baúl lleno de gente, o sea, no uno, sino varios. Pero vamos por parte.

No tengo nada que reprochar a mis padres, salvo que viviendo en una población de Las Salinas en Viña del Mar, donde mi padre trabajaba como oficial civil de la Armada, y teniendo derecho al Hospital Naval que estaba entonces en Playa Ancha, hayan decidido que el parto que me trajo al mundo tuviera que ocurrir en Santiago.

Es por eso que soy Ciudadano Ilustre de Valparaíso, y a mucho orgullo, mas no Hijo ilustre, como me habría gustado ser. En 2011, en el marco de la celebración de 220 años del Primer Cabildo de Valparaíso, y en una ceremonia que tuvo lugar en el Teatro Municipal de la ciudad, ex Velarde, recibí la primera de esas distinciones junto a un grupo de porteños en el que estaban también Orielle Zencovich, dirigenta social y ex Consejera Regional; Enrique Anguiano, empresario hotelero y gastronómico; David Dahma, director de Radio Universidad Santa María, y la Hermana Patricia Beltrán, religiosa adoratriz y superiora de la Casa Religiosa de Valparaíso de esa congregación. En la misma ceremonia fueron reconocidos como Hijos Ilustres de Valparaíso Carlos Cruz Rodríguez, dirigente del Club Deportivo Playa Ancha; Francisco “Kiko” Valenzuela, destacadísimo basquetbolista porteño, y el inolvidable cantautor Gonzalo «Payo» Grondona.

¡No haber nacido en Valparaíso, y sobre todo en Playa Ancha, wanderino como me descubrí que era a los 4 o 5 años de edad! Porque yo no elegí ser de Wanderers, sino que descubrí que era de él. Así lo expliqué en mi libro Soy de Wanderers (y de Valparaíso) que publiqué hace algunos años y que fue presentado en el mismísimo Estadio Playa Ancha, hoy “Elías Figueroa Brander”, con participación del propio Elías, del editor Pancho Moaut, de Alvaro Salas y del mejor de nuestros porteros, Juanito Olivares.

¿Saben que una vez, presenciando un partido del club, una voz me preguntó si podía sentarse a mi lado en la butaca que había disponible? Miré a quién hacía la pregunta y respondí: “Si Juan Olivares no puede sentarse aquí, nadie puede”.

En ese mismo 2011 se celebró el centenario de mi Escuela de Derecho y un año más tarde, otra vez en el Teatro Municipal de Valparaíso, junto a Elías Figueroa, tuve el honor de presentar el hermoso libro que el club editó a propósito de ese aniversario. Recuerdo uno a uno a los viejos cracks que ese día recibieron distinciones del club, en especial al ídolo de mis tiempos juveniles, Armando Tobar, y al argentino Mario Griguol, uno de los panzers de nuestro título de 1968.

Resido en Viña desde pocos días después de haber nacido, pero mi vida ha estado siempre en Valparaíso: allí estudié en el colegio, allí fui a la universidad, allí he trabajado, allí crecí, allí me he divertido, allí bajé por avenida Altamirano cuando niño, con lágrimas en los ojos, cada vez que Wanderers había perdido un partido y dando gritos de júbilo cada vez que había ganado, allí he acumulado los recuerdos y nostalgias de nuestro puerto herido.

Herido, pero también querido. Porque cómo no decir con Pablo Neruda «te declaro mi amor Valparaíso».

Soy así un hombre de dos ciudades, Viña del Mar y Valparaíso, algo así como una doble nacionalidad citadina de la que me siento muy orgulloso.

Expulsado con justa razón del colegio viñamarino en que estudié los primeros años, llegué al Seminario San Rafael de la subida Santa Elena, en Valparaíso, y fue gracias a ese cambio de colegio que descubrí realmente al Puerto. Un gran colegio, jóvenes e inteligentes profesores, un sacerdote ejemplar, Julio Duque Arévalo, quien fuera más tarde Capellán de Santiago Wanderers y que se impuso la pesada carga de ser mi director espiritual. No puedo olvidar las tardes en que salíamos del colegio y caminábamos hacia la avenida Pedro Montt para ver los afiches de sus grandes salas de cine.

En el colegio, leyendo y debatiendo sobre las encíclicas en que se contiene la doctrina social de la iglesia Católica, que más tarde estudié en otro tipo de textos, aprendí el valor de la justicia social y cómo el trabajo, la remuneración justa por él, la previsión, la atención sanitaria oportuna y de calidad, la educación pública de calidad, la vivienda digna, y hoy también el derecho a internet y a un medio ambiente libre de contaminación, constituyen bienes básicos sin los cuales ninguna persona puede llevar adelante una vida digna, responsable y autónoma. Nada sabía aún de que el acceso a bienes como esos estaba garantizado por los llamados “derechos humanos”, unos derechos fundamentales que adscriben a todo individuo de la especie humana sin excepción.

Entré a estudiar Derecho en la entonces Escuela de la sede de Valparaíso de la Universidad de Chile, ubicada en ese edificio azul que, visto desde cierto ángulo, tiene la forma de un barco. ¡Qué compañeros y compañeras tuve allí! ¡Cuántos profesores de primera! ¡Cuánta inquietud intelectual, efervescencia cultural y debate político! Buen alumno, pero algo retraído, no sé cómo me atreví a competir por la presidencia del Centro de Alumnos. Gané por un voto, uno solo, y traté de representar a mis compañeros de la mejor forma posible, sin saber que unos 20 años más tarde iba a ser elegido rector de la universidad.

Tuve la suerte de que al terminar la Carrera de derecho me ofrecieran una ayudantía, porque ahí quedó establecido mi destino como académico antes que como abogado. Más tarde pude hacer el Doctorado en la Universidad Complutense de Madrid y presenciar el inicio de la transición española a la democracia luego de la muerte de Francisco Franco.

Madrid.

¡Qué ciudad esa! No es la capital más hermosa de Europa, pero sí la que tiene la geografía humana más vital, más ruidosa, y más buena tanto para el día como para la noche. Puedes estar decaído, pero basta con entrar a un bar o a un café madrileño para estabilizar rápidamente el ánimo. Allí se habla con voz entera, y la relación entre empleados y parroquianos es igualitaria, o sea, de “tú”, no de “usted”, y menos de “señor” o “señora”.

Eso de entrar en bares y cafés no era algo que los becarios latinoamericanos pudieran hacer todos los días, de manera que me vino muy bien, además de un acierto en el hipódromo un tiempo antes de partir a España, el premio que obtuve en el Concurso de Tesis Doctorales del Instituto de Cultura Hispánica.

Franco murió en esos años y se dio inicio a la transición española a la democracia, un proceso que observé y celebré bien de cerca, esperando que una transición semejante tuviera pronto lugar en mi propio país. Mi director de tesis doctoral, Antonio Hernández-Gil, fue entonces el Presidente de las Cortes, mientras que otro de los grandes juristas que integró la Comisión ante la cual defendí mi tesis, Gregorio Peces-Barba, formó parte del grupo que redactó la Constitución española de 1978. Para la transición chilena tuvimos que esperar hasta 1988, y hasta el siglo XXI para tener una nueva Constitución.

Regreso a Chile, vuelta a las clases en Valparaíso, exonerado de las que tenía en la Facultad de Derecho en Santiago, e inicio de una labor periodística regular que aprecio mucho hasta hoy. Una actividad que en realidad había empezado mucho antes, en el colegio, con un diario mural que fue censurado en un par de ocasiones. ¿Cuál fue la falta? Celebrar películas mal consideradas por la calificación cinematográfica eclesiástica, y publicar resultados y fotografías de las carreras de caballos que se corrían en Viña del Mar.

Matrimonio con Sylvia Urquiza, todo un acierto, e incluso un destino, y nacimiento de tres hijas -Carolina, Mariana y Valentina Squella Urquiza-, tres luces que ha originado 9 lucecitas de nietos, hombres y mujeres, que iluminan cada lugar en el que están o por el que pasan. Dos hermanos, Fernando Squella Narducci y Margarita Squella Narducci, y los dos mayores, inconvidables, Hernán y María Teresa, fallecidos.

Leer, escribir, estar en una sala de clases: eso es lo que siempre me ha gustado más. Leer, escribir y ver buenas películas. En el libro Lugares sagrados doy cuenta de los que para mí tienen ese carácter: cafés, bares, librerías, salas de cine, estadios, hipódromos, y templos vacíos. En estos últimos, sentado en medio del silencio y la penumbra, consigo serenarme y escabullirme del ensordecedor ruido de las ciudades.

¿Escribir sobre qué? Sobre palabras que todos consideramos importantes y que se relacionan con nuestros mejores ideales personales, políticos y morales: felicidad, libertad, igualdad, fraternidad, democracia, derechos humanos, desobediencia, dignidad. Esas palabras, con ser importantes, son también difíciles, y los libros dedicados a cada una de ellas procuran ayudar a una mejor comprensión de las mismas.

¿Mi segunda universidad? La Diego Portales, en Santiago, donde impartí clases durante tres décadas, sin omitir las que pude dar también en la Facultad de Derecho de la U. de Chile y las que impartí durante un semestre en la Universidad Adolfo Ibáñez.

Mi vida ha sido la de un académico, la de alguien que se dedica a la investigación y enseñanza del derecho, aunque es sabido que es enseñando como mejor se aprende. Al incorporarme a la Academia de Ciencias Sociales, Políticas y Morales del Instituto de Chile lo hice con un trabajo titulado ¿Qué he aprendido enseñando filosofía del derecho? Elegir la enseñanza luego de haber obtenido un título profesional es la mejor y más segura manera de continuar aprendiendo.

No dudé en integrar el Directorio del Museo de la Memoria y los Derechos Humanos cuando me lo propuso la Presidenta Michelle Bachelet. Necesitábamos un sitio como ese, y no para mortificar a las fuerzas armadas ni a los partidarios civiles que tuvo la dictadura militar, sino para conservar la memoria y contribuir a que no se vuelvan a producir en Chile violaciones masivas, sistemáticas y prolongadas a los derechos humanos por agentes del Estado. En democracia también se producen violaciones a los derechos humanos, pero se sabe inmediatamente de ellas, y organismos tanto públicos como privados, nacionales y extranjeros, examinan las situaciones producidas y estas pueden denunciarse y ser juzgadas por tribunales independientes.

Los 6 años que trabajé para la Presidencia de la República durante el gobierno de Ricardo Lagos Escobar fueron muy entretenidos: con el respaldo del mandatario se sacó adelante la ley que creó el Consejo Nacional de la Cultura y las Artes, más tarde transformado en el actual Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio. En La Moneda tuvimos entonces unas Conferencias Presidenciales de Humanidades a cargo de un grupo muy diverso de grandes expositores extranjeros, desde José Saramago a Mario Vargas Llosa, desde el escritor mexicano Carlos Fuentes a la filósofa española Adela Cortina, desde Gianni Vattimo a Claudio Magris y Manuel Castells. ¡Qué fiesta fue esa! ¡Qué fiesta de la palabra, y asimismo de la música! Porque hubo también conciertos en La Moneda, uno por cada estación del año, con más de 1000 personas cada vez en el Patio de los Naranjos. Conferencistas nacionales también hubo y de las más distintas convicciones políticas.

Una sociedad democrática y abierta tiene siempre una rica y feliz diversidad que debe ser vista como un valor y nunca como un mal y ni siquiera como una amenaza. En la diversidad vivimos, en ella nos hablamos, y en la diversidad también nos comunicamos y escuchamos unos a otros. Una diversidad que obliga a la tolerancia no solo pasiva, que consiste en resignarse a vivir en paz con quienes piensan o viven de maneras diferentes a las nuestras, sino también activa, consistente en entrar en diálogo con quienes son diferentes en ideas y modos de vida para aprender eventualmente de ellos. Una diversidad que habrá también al interior de la Convención Constitucional en que se hablará y escuchará, y no solo entre sus miembros, sino en la completa sociedad chilena.

El Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales que recibí en 2009 fue algo parecido a una bendición que, como tal, se recibe así se la merezca o no. Esa distinción constituyó más un estímulo que un honor. No había mucho que honrar, sino mucho por hacer, y fue para esto último que el premio sirvió en mi caso, como si tuviera que ponerme a la altura de algo a cuyo nivel no estaba al momento en que me lo otorgaron. Escribí más de lo que venía haciendo y traté más que antes de intervenir en debates públicos, tomándole cada vez más el gusto a lo que es la pacífica y tolerante contrastación de las ideas acerca del país que habitamos. El cambio constitucional pasó a ser uno de mis temas preferidos, incluido el de las fuertes limitaciones a la democracia que puso la Constitución de 1980 y que fueron corregidas solo en parte con las reformas de 1989 y 2005. No todo el derecho de un país tiene que estar en su Constitución, pero esta es siempre el marco general dentro del cual se desempeña el gobierno central del país y los de carácter regional y comunal, y al que tienen que ajustarse las políticas públicas de los gobiernos y sus resoluciones administrativas, así como la labor de los legisladores y los jueces. Una Constitución es también el texto en que se declaran y garantizan los derechos fundamentales de la persona humana.

Nunca he militado en un partido político y, en tal sentido, soy independiente, si bien los partidos son fundamentales para el funcionamiento de la democracia. No se puede estar contra la existencia de los partidos, pero sí criticarlos todas las veces que sea necesario para que mejoren la calidad de su trabajo y la democracia interna en sus decisiones. Los partidos no pueden seguir escudándose en que son fundamentales para la democracia para evitar o desoír la crítica externa y la autocrítica de sus propios militantes. Independiente, decidí, sin embargo, postular en el cupo que me ofreció el Partido Liberal de Chile, que es aquél con el que tengo mayor afinidad doctrinaria. La lamentable tardanza e insuficiencia de las normas legales sobre listas de independientes me convenció de que eso era lo mejor en mi caso. Un independiente es simplemente alguien que no milita en un partido; por lo mismo esa condición nada dice de las ideas políticas de una persona. Hay independientes en todo el amplio espectro político del país, y, por eso, todo independiente tiene siempre ideas políticas y algunas convicciones acerca del tipo de sociedad que desea para su país. Independientes que al no militar en un partido no tienen por qué sentirse superiores a quienes sí forman parte de los partidos.

¿Cómo milita un independiente en el cupo de un partido político con el que tiene afinidad doctrinaria, como ha sido mi caso? Postula como independiente y ese partido no le exige transformarse en otro militante de sus filas y se compromete a no interferir con su independencia en caso de resultar elegido ni a ajustar y menos a renunciar a sus ideas.

En mi caso, tales ideas son liberales -defensa incondicional de las libertades individuales-, democráticas -opción irrenunciable por la democracia como forma de gobierno-, de total adhesión a los derechos fundamentales -sean ellos civiles, políticos, económicos, sociales, culturales, colectivos, específicos de grupos en situación de mayor vulnerabilidad, o relacionados con nuevas tecnologías al servicio de todos y no solo de aquellos que puedan pagarlas-, y de defensa y protección de la justicia social, en el entendido, respecto de esta última, de que una sociedad decente no es solo una sociedad de libertades, sino una en que la que hayan desaparecido las graves e injustas desigualdades en las condiciones materiales de existencia de las personas y de sus familias.

He alcanzado ya la edad de un hombre mayor. Un hombre mayor que lee, piensa, escribe, da clases, ve cine, permanece en los cafés, asiste al fútbol, concurre al hipódromo, y trata de seguir fiel a todos sus lugares sagrados. Un hombre mayor con gustos, aficiones y preferencias diversas, todas las cuales son fuente de las alegrías que a diario necesitamos para vivir. Un hombre mayor que si habla aquí de sí mismo es solo para darse a conocer a los ciudadanos y ciudadanas que en abril de 2021 concurrirán a elegir a los integrantes de una Convención que tendrá a su cargo el estudio, discusión y aprobación de una nueva Constitución para la República de Chile. De eso se trata, ni más ni menos.

En textos futuros iré compartiendo con ustedes los contenidos constitucionales que considero apropiados, aunque con la disposición a escuchar las réplicas y observaciones que puedan hacerse a ellos. Hablar y escuchar: de eso se trata también. Pedir la palabra y poner atención cuando otros la piden para sí.

Un adelanto: si de mí dependiera redactar la primera de las disposiciones de la nueva Constitución, escribiría algo así como esto. “Las personas nacen y permanecen iguales en dignidad y en esta se basan derechos fundamentales que se reconocen a todas ellas sin excepción”.