Agustín Squella - Constituyente Distrito 7
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11/10/2013

«Tales gerencias no trabajan por la felicidad de los trabajadores, sino por su mayor productividad. Trabajadores contentos con sus puestos aseguran aumento de la productividad y de las ganancias de los empleadores, las mismas que estos se resisten a compartir con sus empleados…»

“Felicidad” es una palabra importante, quizás la más importante de todas. Sea que se la entienda como un estado posible de ser alcanzado (digamos el reino de la felicidad) o como una emoción intermitente y fugaz (al modo de una golondrina que no hace verano), es el objetivo de toda existencia humana individual. No nos ponemos de acuerdo en qué consiste ni en los caminos para alcanzarla, pero todos la ponemos como meta principal de nuestras vidas. Ante todo, lo que queremos es ser felices, con lo cual incurrimos en el error habitual de apuntar más alto de lo que puede razonablemente alcanzarse. Yo, que soy feliz y no vivo contento (próximamente aparecerá el libro en que intento explicar esa paradoja, que no contradicción), me cuestiono cada día más el obstinado y mayúsculo propósito de la felicidad y empiezo a fijarme más en su hermana menor: la alegría. Hermana menor y también menos agraciada, pero más al alcance de nuestros limitados atributos como pretendientes. A veces hasta llego a pensar que nuestra mayor ambición debería ser solo la normalidad.

En cualquier caso, lo que me ofende, según habrán advertido los lectores por anteriores columnas sobre el tema, es el manoseo de la palabra “felicidad” y su constante uso para aludir a fenómenos distintos: desarrollo, satisfacción, bienestar. Me irritan también las superficiales mediciones que se hacen de ella, los rankings de felicidad por países (creo que Chile andaba por el lugar 43 y que acaba de mejorar 15 puntos), y ni qué decir las canastas básicas de felicidad.

Gobernantes atolondrados que prometen ocuparse de la felicidad de sus pueblos ignoran el lío en que se meten. Con ser algo individual, no social, la felicidad cargaría demasiado la ya pesada mochila que los políticos llevan sobre sus hombros: trabajar por el desarrollo de sus países y el bienestar de los ciudadanos. Hacerse cargo de la felicidad sería asumir una tarea imposible que, por lo demás, nadie ha delegado ni delegaría jamás en ellos. El día en que la felicidad dependa de decisiones de los gobiernos todos seremos inmensamente infelices en medio de la pavorosa homogeneidad de tales decisiones. Imaginen que se demostrara que profesar una religión hace más felices a las personas y que, coincidente con esa comprobación, el Estado ordenara que todos debemos tener una. Y si ese ejemplo pareciera fantasioso, ¿qué diríamos de una ley que prohibiera las horas extraordinarias y los ingresos que ellas producen porque una encuesta probó que trabajar en exceso conspira contra la felicidad?

Arrastradas por la moda del momento, hay empresas que están instalando gerencias de la felicidad o sustituyendo por ellas los tradicionales y razonables departamentos de bienestar, en circunstancias de que lo que los trabajadores piden a sus empleadores es contrato, sueldos justos, vacaciones pagadas, pago de cotizaciones, no abusar con los horarios, y reconocimiento por las labores que desempeñan. Con eso bastaría, pero dale ahora con prometerles felicidad cuando muchas veces no cumplen con los mínimos antes señalados. Igualito que los gobiernos que ofrecen felicidad y no consiguen siquiera desarrollo ni bienestar.

Pero hay algo más: tales gerencias no trabajan por la felicidad de los trabajadores, sino por su mayor productividad. Trabajadores contentos con sus puestos aseguran aumento de la productividad y de las ganancias de los empleadores, las mismas que estos se resisten a compartir con sus empleados.

De manera que cuando en tu lugar de trabajo se presente el nuevo gerente de la felicidad, provisto de su mejor sonrisa y de un par de tazas de café para ganar tu confianza, no tienes que pensar que él se esmera por ti. Trabaja para incrementar tu rendimiento, acompañado de una legión de psicólogos y asesores de imagen que han hecho de la felicidad una nueva e inesperada oportunidad de negocios.