Agustín Squella - Constituyente Distrito 7
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9/05/2014

«Así las cosas, a una sociedad chilena hace ya rato en movimiento están siguiendo unas instituciones también en movimiento, lo cual solo puede molestar a los que en la extrema derecha son enemigos del cambio…»

Lo que estamos presenciando a dos meses de haber asumido Michelle Bachelet es el funcionamiento de la democracia, una forma de gobierno en la que representantes elegidos por sufragio universal adoptan decisiones vinculantes para el conjunto de la sociedad, aplicando para ello la regla de la mayoría cuando el acuerdo entre puntos de vista discordantes se vuelve imposible. El proyecto de reforma tributaria es un buen ejemplo de ello: presentado por el Gobierno, suscitó una legítima discusión, en la que han intervenido todos los actores relevantes, y cuyo resultado es que el Ejecutivo, sin renunciar a los principios que la inspiran, ha aceptado ya varias modificaciones.

Aprovechando una distinción que Pedro Gandolfo hizo en una de sus columnas, en el enfrentamiento pacífico entre posiciones divergentes a veces las cosas se resuelven por medio del diálogo, esto es, dando, escuchando y sopesando razones, y otras por la negociación, o sea, compensando intereses. En cualquier caso, es bueno tener presente esa distinción, de manera de no confundir intereses con razones o, peor aún, de disfrazar aquellos de estas. Una sociedad es antes un hervidero de intereses que de razones, y hay que saber reconocer cuándo se está en presencia de los primeros y cuándo de las segundas. En la discusión sobre educación superior, por ejemplo, casi todos los actores involucrados están actuando como si solo hubiera razones en juego, no intereses, en circunstancias de que lo más probable es que sea todo lo contrario. En democracia, los desacuerdos pueden provenir también de una mezcla de intereses y de razones, y, en tal caso, lo que procede es reconocer con franqueza cuáles son unos y cuáles otras, sin revestir a los fríos y crudos intereses con el amigable prestigio de las razones.

Es cierto que tanto por el lado del Gobierno como por el de la oposición se nota una cierta ansiedad y más de alguna precipitación, pero los que gustamos del fútbol sabemos que así funcionan las cosas cuando los partidos están en sus momentos iniciales. Desoyendo los consejos de intelectuales criollos posmodernos que convencieron a los gobiernos de la Concertación que el mejor programa de gobierno era no tener programa de gobierno, la Nueva Mayoría sí lo tiene, de manera que no le queda más que cumplirlo, lo cual no excluye el diálogo ni la negociación, pero tampoco la aplicación, llegado el caso, de la regla de la mayoría.

Llama la atención, sin embargo, que opositores al Gobierno que habrían puesto el grito en el cielo si este, valiéndose de las mayorías parlamentarias, hubiera optado por imponer sus ideas, rasguen vestiduras porque hace todo lo contrario y se reúne y conversa con los más diversos actores para afinarlas y llegar a planteamientos que en lo posible la mayoría del país pueda compartir. ¿En qué quedamos? Si está mal dialogar y negociar (porque entonces te acusan de no tener claras las ideas), y también lo está dejar de hacerlo (porque entonces eres culpable de imponerlas), ¿qué es lo que estaría bien según quienes critican tanto el diálogo como la ausencia de este?
Nada menores resultan también las iniciativas tendientes a mejorar nuestra democracia, extendiendo el sufragio a los chilenos en el extranjero, sustituyendo el binominal por un sistema que asegure mayor representatividad, adoptando una más justa configuración de los distritos y circunscripciones electorales , y -eso espero- revisando los suprapoderes del Tribunal Constitucional. Tocante al binominal, cabe esperar que quienes siempre se han negado a cambiarlo no den ahora como excusa el mayor gasto que significará un aumento del número de diputados y senadores.

Así las cosas, a una sociedad chilena hace ya rato en movimiento están siguiendo unas instituciones también en movimiento, lo cual solo puede molestar a los que en la extrema derecha son enemigos del cambio y se asustan ante cualquier agitación, y en la extrema izquierda a los que querrían provocar los cambios y acelerar el movimiento de una manera tan simple como la del hombrecito que en el parque de atracciones acciona el motor de la montaña rusa.