Agustín Squella - Constituyente Distrito 7
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18/07/2014

«Probablemente nos apesadumbre saber que respecto de otros seres vivos que consideramos ínfimos -una bacteria, por ejemplo-, lo que tenemos no es una diferencia cualitativa, sino un distinto grado de desarrollo…»

La más bella canción chilena, «Gracias a la vida», que es celebración tocada por la melancolía, hace alusión al fruto del cerebro humano y a las complejas funciones que este cumple para que podamos conocer, ver, oír, sentir, oler, gustar, dormir, hablar. Esa fue la canción que recordé, y hasta entoné, cuando en un lapso de un mes cayeron en mis manos los libros «Refugio de científicos», que narra la historia y proyectos del Instituto Interdisciplinario de Neurociencia de la U. de Valparaíso, y «Usar el cerebro», de Facundo Manes y Mateo Niro, que nos invita a conocer nuestra mente para vivir mejor. Nada que se pueda confundir, en el segundo de esos casos, con la banal literatura de autoayuda, porque lo que sus autores tienen en mente no es dar consejos del tipo «las 7 cosas que usted tiene que hacer para ser feliz», sino que pensemos sobre el órgano más complejo de nuestro cuerpo y posiblemente del universo: el cerebro.

Las neurociencias son hoy el saber que la lleva. Cada día que pasa nos brindan una nueva comprobación. Las páginas de este diario suelen incluir información sobre sus sorprendentes hallazgos. Cada día que pasa sabemos más acerca del cerebro y de nuestro completo sistema nervioso, y nos impresiona verificar cómo todo -o casi todo- tiene su base en nuestras miles de millones de neuronas y en la todavía muchísimo mayor cantidad de conexiones que son capaces de hacer sin que tengamos la más mínima conciencia de ellas. Y si acerca de eso en las últimas décadas hemos aprendido más que en toda la historia previa de la humanidad, lo que aún queda por conocer es muchísimo más de lo que hemos conseguido saber hasta ahora. El camino recién comenzado es largo y promisorio. Vamos de sorpresa en sorpresa, y disponemos ya de esclarecedoras aplicaciones a los más diversos campos: religión, moral, arte, política, marketing. De manera que en el mapa del saber empiezan a perfilarse una neurorreligión, una neuroética, una neuropolítica, una neuroestética, y así.

Hasta hace muy poco vivimos -y padecimos- la abusiva hegemonía de la economía y la aplicación algo tosca de su lenguaje y categorías de análisis a todos los fenómenos humanos. Como bien sabemos, se impuso durante largo tiempo el análisis económico de…, y ponga usted luego cualquier cosa, desde luego el derecho, concluyéndose, por ejemplo, que lo que los delincuentes hacen antes de incurrir en conductas antisociales es un simple cálculo de costo (la pena probable) y beneficio (el botín). El extremo de tan encantadora simpleza fue un Premio Nobel de Economía que sostuvo, con total seriedad, que la tasa de adulterios en los Estados Unidos disminuyó el mismo día en que los norteamericanos se dieron cuenta de que mantener dos mujeres resultaba más caro que hacerlo con una sola.

Me declaro neuro-optimista, mas no neuro-ingenuo ni menos neuro-hegemónico. El desarrollo de las neurociencias iluminará progresivamente el correlato y sustento neural de nuestras creencias, decisiones, preferencias y comportamientos, rebajando, que no eliminando del todo, el pomposo libre albedrío que nos hemos atribuido siempre. Por otra parte, algo me dice que la forzosa interdisciplinariedad de las neurociencias -por ejemplo, con la biología, con la genética, con la psicología, con la sociología- evitará que quienes las cultivan caigan en la trampa de creer que se trata de un saber omnisciente que desplazará a todos los demás.

Probablemente nos apesadumbre saber que respecto de otros seres vivos que consideramos ínfimos -una bacteria, por ejemplo-, lo que tenemos no es una diferencia cualitativa, sino un distinto grado de desarrollo. Pero esa pesadumbre -resultado de nuestra vanidad antropocéntrica- terminará cediendo ante la fascinación que nos producirá saber finalmente qué somos -como especie- y quién es cada individuo en particular.