Agustín Squella - Constituyente Distrito 7
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16/06/2017

El gobierno actual ha sido transformador. Temerariamente transformador según la derecha, tímidamente según el Frente Amplio.

Todos permanecemos atentos a los gobiernos. Todos juzgamos al actual gobierno de nuestro país, lo mismo que hicimos con los anteriores y que haremos mañana con los siguientes. Gobernar es estar expuesto a un escrutinio público incesante en el que los medios juegan un relevante papel.

Algo que llama la atención es que ese enjuiciamiento, a poco andar, sea casi siempre negativo, incluso en el caso de gobernantes que han sido elegidos por importantes mayorías. Piensen ustedes en Macri en Argentina, en Bachelet en Chile, en Kuczynski en Perú. No se termina de elegir a un gobierno y, a los pocos meses, los mismos que lo eligieron pasan a la vereda de enfrente y lanzan improperios en su contra. Debe ser porque en el fondo nadie quiere tener más gobierno que sí mismo. ¿Por qué alguien tiene que gobernarnos?, parecemos preguntar. ¿Por qué un conjunto de individuos se arrogan competencia para tomar decisiones que nos afectan? Hay aquí una cierta revuelta contra la heteronomía, contra la sumisión al querer de otro, y un apego a la autonomía, a querer y decidir cada cual por sí mismo. En el fondo, todos seríamos liberales.

Pero hay también otra explicación para la masiva silbatina que no tardan en ganarse casi todos los gobiernos: individualistas, posesivos, egoístas, impacientes, ansiosos, ignorantes, irascibles, apenas elegido un gobierno nos damos cuenta de que nuestra situación personal y la de nuestro metro cuadrado no ha mejorado y que alguien tiene que responder por eso. Decimos que no nos interesa la política, pero esperamos de ella la solución de muchos de nuestros problemas, incluidos aquellos que escapan a la acción de las autoridades.
Por otro lado, es frecuente que los gobiernos, a medida que se acercan a su término, vayan mejorando en aprobación, y eso otra vez sin mayor motivo, solo porque su fin se encuentra próximo. Entonces, rápida y masiva reprobación inicial de los gobiernos unida a una mejoría al final de sus períodos: el que llega nos molesta porque gobierna y el que termina nos complace porque dejará de gobernar.
Para juzgar a un gobierno es preciso determinar primero de qué tipo es o se propuso ser, si uno de mera administración, reformista, transformador o revolucionario, y ello porque no se puede pedir a un gobierno lo que este no quiso ser, es decir, no se debería criticar a uno que decidió ser de mera administración por no ser reformista, como tampoco se tendría que criticar a uno reformista por no ser transformador, o a uno transformador porque no alcanzó a ser revolucionario. Por supuesto que un gobierno que califique en cualquiera de esas categorías puede ser bueno o malo, o sea, puede haber buenos, malos o regulares gobiernos de administración, reformistas, transformadores y revolucionarios, pero antes de decidir eso tenemos que determinar a cuál de las cuatro categorías pertenece. Por poner como ejemplo el caso más extremo, no se puede juzgar a un gobierno de administración con los criterios con que se evalúa a uno revolucionario. Del mismo modo, no se puede juzgar a un gobierno simplemente reformista como uno que ambiciona ser transformador.
Durante su presidencia, Frei Montalva se opuso a que su gobierno fuera llamado reformista. Él prefería considerarlo transformador, en el entendido de que la diferencia no es solo cuantitativa, sino también cualitativa: los cambios que se propone hacer un gobierno transformador no solo son más, sino también más hondos que los que intenta uno reformista. Y Frei, claro, fue tan duramente criticado por la derecha como por la izquierda de su tiempo.
Si me permiten la analogía, gobierno revolucionario sería aquel que pone en marcha la retroexcavadora para demoler la casa; reformista el que cambia de lugar algunos muebles; transformador aquel que hace cambios en la estructura de la vivienda, pero sin derribarla; y de administración el que se limita a pasar un paño de sacudir.
El gobierno actual ha sido transformador. Temerariamente transformador según la derecha, tímidamente según los partidarios del Frente Amplio, lo cual algo dice acerca de cómo se divide la reprobación que tiene: unos (la derecha) censuran al gobierno por pasar la retroexcavadora, y otros (el Frente Amplio) por haber cambiado de lugar apenas un par de muebles.

Entonces, ¿en qué quedamos? Tal vez Parra tenga razón: la izquierda y la derecha unidas jamás serán vencidas.