Agustín Squella - Constituyente Distrito 7
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6/10/2017

«El juicio sobre nuestra transición divide hasta hoy a quienes apoyaron el ‘No’ en el plebiscito de 1988».

Hace 29 años, el 6 de octubre de 1988, la mayor parte del país, esa que había votado «No» en el plebiscito del día anterior, salió a festejar en las calles. La menor parte, esa que había votado «Sí» a ocho años más de permanencia de Pinochet en La Moneda, estaba muda y presa de no poco temor ante el negro futuro que pronosticaba para el país, porque eso es lo que suele pasar a la derecha y sectores conservadores cada vez que pierden una votación importante: entran en pánico y declaran que el país va a precipitarse en el caos económico o las tinieblas morales. Así pasó también con la legislación de divorcio, ni qué decir con la reciente ley de aborto, y hasta con la tímida reforma laboral del pasado año. La noche misma del plebiscito de 1988, el día 5, no hubo celebraciones públicas, salvo una improvisada de unas 200 personas que se congregaron frente al comando del «No». El vocero de Pinochet vino a dar los resultados finales recién en la madrugada del día 6, no obstante conocerlos muchas horas antes, y solo después de que los otros comandantes en jefe se negaran a dar los poderes especiales que esa noche les pidió el dictador para desconocer el resultado y sacar el ejército a la calle para combatir a unos pobladores con pasamontañas que solo existían en su perturbada imaginación.

Fue de esa manera que empezó una larga transición a la democracia, primero a la democracia protegida que consagró la Constitución de 1980 -que en verdad era una democracia groseramente limitada- y luego a una democracia en forma que recién pudo conseguirse en 2005, cuando el sector político que había apoyado el «No» vino a dar sus votos para eliminar a los senadores designados y vitalicios y para subordinar el mando militar al poder político. «Democracia en forma», he puesto, lo cual no excluye que reformas posteriores a las de 2005 hayan mejorado nuestra democracia, las más importantes de las cuales fueron el cambio del sistema binominal para elegir senadores y diputados y el voto de los chilenos en el extranjero. Quedan pendientes otras reformas claves, la principal de las cuales tiene que ver con el altísimo quórum para modificar capítulos importantes de la Constitución y con los que se exigen para modificar leyes orgánicas constitucionales. Sí, siempre habrá un quórum supramayoritario para reformas constitucionales, pero ¿tan alto como 2/3 de los senadores y diputados en ejercicio? La Constitución de 1925 exigía solo la mayoría absoluta de ellos.

En estos días, tal como ha ocurrido en los últimos años cada vez que se aproximaba el 5 de octubre, nuestra peculiar y lentísima transición ha sido puesta en discusión. Peculiar, puesto que el dictador derrotado en 1988 continuó como comandante en jefe del Ejército hasta 1998 y luego como senador vitalicio, y lentísima, de una exasperante lentitud, porque, fíjense ustedes, tuvieron que pasar más de 15 años para eliminar la antidemocrática institución de senadores que no eran elegidos por sufragio universal, y 25 para cambiar el sistema electoral que la dictadura había ideado para jugar con ventaja.

El juicio sobre nuestra transición divide hasta hoy a quienes apoyaron el «No» en el plebiscito ya mencionado. Unos, críticos, sostienen que todo pudo hacerse más rápido y a fondo -por ejemplo, sin mirar para el lado ante las vergonzosas privatizaciones de Pinochet-, mientras que otros, condescendientes, o acaso tan solo resignados, señalan que no había otro camino viable para dejar atrás la dictadura. Autoflagelantes los primeros, y autocomplacientes los segundos, se trata de una división que molesta a muchos, especialmente a los segundos, pero que está presente hasta hoy, y que, bien vista, no ha sido para nada inconveniente, puesto que ni los autoflagelantes son unos necios ingratos que niegan todo valor a nuestra transición, ni los autocomplacientes unos bobos conformistas que creen que todo lo que se hizo desde 1988 en adelante resultó impecable. Se trata únicamente de una tensión, y de una tensión positiva, puesto que si de manera autocomplaciente solo se mirara la parte llena del vaso, nos adormeceríamos en el conformismo, mientras que si de modo autoflagelante se observara únicamente la parte vacía, caeríamos en esa grave inestabilidad emocional que se conoce como neurosis.